Literatura

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Francisco Rico: «Empiezo a ser más ficticio que real»

Francisco Rico / Filólogo. El 23 de abril publicará una edición de «El Quijote» y, en mayo, otra más, la que ha preparado para la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española. El filólogo, que suele aparecer en obras de Javier Marías, describe las dificultades de editar la obra de Cervantes

Francisco Rico
Francisco Ricolarazon

Francisco Rico retorna con dos ediciones del ingenioso hidalgo. El filólogo lleva años embarcado en una indagación sustancial: devolver a los lectores el texto cervantino más fiel al original. Mientras el Ayuntamiento de Madrid anda enredado en la quijotesca búsqueda de los restos del escritor de «La Galatea», él se ha dedicado a limpiar el texto de añadidos, a resolver el laberinto de preguntas y dudas que plantea «El Quijote». «Hay centenares de interpolaciones. Algunas son pequeñas, otras mayores, pero son cosas que no cambian el sentido. Como disponemos de concordancias electrónicas, que nos permiten rastrear la obra de Cervantes, eso no ayuda a identificarlas. En una parte se lee “dijo Don Quijote de la Mancha”. Es la única ocasión en la que se escribe de esta forma. Siempre es “Don Quijote”. ¿Qué quiere decir? Que esto no es de él, procede de la imprenta. Convenía ganar una palabra para sacar una línea más y se añade “de La Mancha”. Y si aparece, además, en una página desmesuradamente amplia, donde es evidente que se ha buscado agrandar los espacios para cuadrar el texto... ya está»

–¿Suele ser tan fácil?

–No siempre se reconocen. La mayoría no se notan. A veces el regente de la imprenta, no los cajistas, que muchos no sabían escribir, decía: pon «bastante mal» en vez de «harto mal». Esto no se podrá discutir nunca. Y en ocasiones, ocurre que, cuando reeditan «El Quijote» en la misma imprenta, estas cosas las quitan, porque ven que las han añadido. En un pasaje se lee «alegrísimo». Eso no es cristiano. No lo usa Cervantes. En la segunda y tercera edición, el cajista lo quita. A veces es el mismo que ha compuesto el libro por primera vez.

–Entonces, ¿se puede decir que leemos realmente «El Quijote» ?

–Sí, por supuesto. Mi edición es muy buena, la mejor, las más fiel, pero incluso si uno se acerca a «El Quijote» de la edición prínceps, que es la peor de todas, o a cualquier edición vil del siglo XIX o XX, «El Quijote» sigue siendo «El Quijote». Incluso en la peor edición del mundo.

El 23 de abril (fecha del entierro de Cervantes), Francisco Rico publicará en Alfaguara la primera de estas dos ediciones, la que considera suya, un texto ilustrado, hecho para ser leído, con unas notas imprescindibles a pie de página que apenas alteran el ritmo de la lectura. En mayo saldrá la edición de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, que es la que ya publicó en 1998 y 2004, pero corregida y ampliada.

–¿Dónde comienzan los problemas del texto?

–Hay dos manuscritos. Ése es el problema. El autor hace su autógrafo, que eran los papeles viejos que usaba. Ése no se lleva nunca a la imprenta, como no se llevan hoy los originales. Lo normal es que un amanuense lo pasara a limpio y que ese manuscrito se llevara a la censura. El original que fue a la imprenta estuvo en la censura un par de meses, en agosto y septiembre de 1604. Mientras tanto, Cervantes tenía su autógrafo. En ese tiempo, a él, con la cabeza que tenía, se le ocurrieron una multitud de modificaciones, algunas importantes, como cambiar cinco capítulos de un sitio a otro, y otras menores. Entonces, devuelven el original de la censura para que se imprima. ¿Y qué hace Cervantes? Pasa las correcciones que ha hecho en su autógrafo al original que va a ir a la imprenta, pero no las pasa todas, y se equivoca a veces, y de ahí fenómenos, como que, primero, Sancho aparece con el asno, después le roban el asno y luego vuelve a estar con el asno. Eso es porque Cervantes lo hace mal y porque hubo dos manuscritos. Y hay otros casos.

–Cervantes era un poco descuidado.

–Mucho, porque no le importaba.

–¿Por qué?

–Sabía que era un juego, que aquello era un libro de diversión. El mismo lo dice: los libros impresos la gente los lee con mucho cuidado pero no es para tanto. Cervantes conservaba una idea de que era un texto oral, una conversación entre amigos, y va cambiando de temas. Y no le importa cambiar las cuestiones, como cuando uno habla, y que no se refieran a lo que ya se ha dicho, porque se improvisa y cada momento es una situación de conversación distinta.

–¿No tenía conciencia de lo que había escrito?

–No, para él sólo era una obra de entretenimiento, como señala muchas veces. En ocasiones, cuando Cervantes se da cuenta de que le falta algo por decir, no vuelve para atrás para colocarlo en su lugar, apunta: «Olvidábeseme de decir», y lo mete donde haga falta, cinco páginas más allá de donde hubiera sido necesario. ¿Qué le costaba volver? Pues, no... «olvidábaseme de decir».

–El texto está desorganizado...

–El que conocemos, efectivamente, no es como Cervantes, en un momento dado, quiso que fuera, pero tampoco introdujo las correcciones necesarias. En la segunda edición, metió alguna correcciones, pero las puso fuera de sitio y lo estropeó más todavía. No era una cosa importante para él. Cervantes prefería su obra póstuma, el «Persiles», que, en los años inmediatos a su publicación, tuvo más éxito que «El Quijote». Parecía que iba a tener más suerte, pero luego, «El Quijote» ha sido más leído y apreciado.

–No tenía un sentido reverencial de él.

–Para nada, sobre todo porque él lo pensaba como discurso oral. Por eso no tenía ortografía, puntuación y los periodos se podían alargar indefinidamente, porque no había estructura ni división. Es un «continuum» a vuela pluma. Sí, está hecho para publicarse, desde luego, pero la mentalidad que le guía no es la de una novela escrita organizada, sino la de una improvisación entre amigos. Eso se refleja bastante bien.

Y, para demostrarlo, Francisco Rico acaba de participar en una grabación radiofónica seriada de «El Quijote» para Radio Nacional de España. «Creo que puede funcionar bien porque es como volver a los orígenes de “El Quijote”», asegura. Una iniciativa que cuenta, entre otros actores, con Javier Cámara, José Luis Gómez, Concha Velasco... «Yo participo leyendo el prólogo y la conclusión, que están en boca de Cervantes».

–¿Cómo se ha convertido este libro en un clásico?

–No lo sabe nadie, porque «El Quijote» es una tontería, con la historia de ese loco... pero yo creo que el secreto es que Don Qujiote es una personalidad que atrae, un tipo estupendo como no hay otro, tan sensato y cuerdo, y dice cosas tan bien dichas, y luego está pirado. Es un poco lo que nos pasa a todos, ¿no? Las personalidades de Don Quijote y de Sancho son tan atractivas que uno pasa por encima de todo. Es el único libro de Occidente que ha sido un best-seller desde el primer año y durante 400 años. No ha habido ningún otro. Shakespeare se ha olvidado; Quevedo ha sido denostado... pero «El Quijote» se ha mantenido como un best-seller día a día. En una encuesta reciente, en «The New York Times», que se hizo a los mejores escritores, se decía que era el mejor libro de ficción del mundo, por encima de Proust, Tolstói... y es una tontería, una inocentada.

–«Tienes que escribir como Cervantes», se dice. ¿Es cierto que él ha sido el mejor escritor español?

–Hay un chiste clásico que dice: «Se nota que Cervantes era manco porque “El Quijote” está escrito con los pies». Cervantes escribe con los «tics» de la oralidad, y no concuerda a veces el verbo con el sujeto, sino el verbo con los complementos. Lo que quiera, lo pueda hacer. Es una prosa salvaje todaví; ahora, de una extraordinaria expresividad, y los anacolutos y los horrores de sintaxis no plantean demasiados problemas, porque se entiende todo, aunque diga lo contrario de lo que literalmente parece escribir; pero lo entendemos bien, porque tiene la naturalidad de la expresión hablada.

–¿Se debe leer en los colegios?

–No es una cuestión de «El Quijote», es una cuestión de la cultura escrita en nuestro tiempo. Esta obra se sigue leyendo mucho. Me consta, pero en la escuela no se debe leer. Es un libro para mayores, no para jóvenes que sólo han leído textos de cinco líneas. Hay que presentar «El Quijote» en la enseñanza en forma de tuits, en fragmentos pequeños, como los que ellos leen, relacionándolo con temas sobre los que ellos leen, como Lepanto... Hoy la cultura está hecha, para la mayor parte de los jóvenes, de fragmentos. Hay que fragmentar «El Quijote». No pasa nada. Y presentarlo así y esperar a que algunos se puedan sentir atraídos y lo acaben leyendo.

–Pero en su generación, en cambio, lo leían entero sin problemas. ¿Estamos fracasando en educación?

–El espacio que correspondía a una cultura de más categoría ha sido ocupado de manera militar –creo que se puede emplear en este caso el término– por fruslerías que no tienen nada que ver con la cultura y sí, en cambio, con las marcas y el éxito de canciones que resultan unos productos más vendibles. La cultura del mercado ha dejado a los jóvenes sin cultura.

–Cada vez es más habitual encontrarle como personaje de ficción en novelas, como en las de Javier Marías, Arturo Pérez-Reverte, Javier Cercas...

–Y hay más, pero no se pueden decir. Es gracioso. Entre los amigos se sabe que es una coña... Bueno, al menos, me hace conocido ante ciertas personas. Pero no me preocupa. El problema es que empiezo a ser más ficticio que real, porque, para que no saben quién soy, me conocen como personaje de estos libros. Pero eso da igual porque, sin duda, soy lo más divertido de las novelas de Javier Marías, ¿o no?.

El problema de «El lazarillo»

Aparte de «El Quijote», Rico también ha estudiado «El lazarillo». ¿Sigue siendo anónimo? «No es anonimo, es apócrifo. Aparece atribuido al protagonista. La gracia está tomarlo, aunque luego dudes, como obra de Lázaro. Por consiguiente, es el protagonista quien se atribuye su autoridad. Que sea falso, bueno sí, desde un punto de vista intemporal, no sabemos quién verdaderamente lo escribió, pero ese punto de vista, es histórico, ajeno al texto. Pero valorando el texto es aprócrifo».