Nazismo

Fritz Thyssen: De la fascinación al odio a Hitler

Costeó al regimen nazi con cuantiosas sumas de dinero y se convirtió en uno de sus protegidos. Más tarde, desengañado, renunció a sus cargos y decidió huir. Lo pagó muy caro. Un libro, escrito en 1941 y que en septiembre se publicará en España, cuenta esta experiencia

Hitler, durante una visita en 1935 a la factoría de Thyssen (rodeado con un círculo) en el Ruhr
Hitler, durante una visita en 1935 a la factoría de Thyssen (rodeado con un círculo) en el Ruhrlarazon

Costeó al regimen nazi con cuantiosas sumas de dinero y se convirtió en uno de sus protegidos. Más tarde, desengañado, renunció a sus cargos y decidió huir. Lo pagó muy caro. Un libro, escrito en 1941 y que en septiembre se publicará en España, cuenta esta experiencia.

Le venía de familia. Era hijo de un industrial de éxito, August Thyssen. Nació en noviembre de 1873 y se unió al ejército alemán en 1896, donde llegó a ser segundo teniente. Dos años después se embarcó en la compañía que su padre poseía en el Ruhr, que al estallar la Primera Guerra Mundial dio empleo a 50.000 trabajadores y produjo un millón de toneladas de acero y hierro anuales. El negocio no podía ser más próspero y rentable. Y su progenitor, que a su vez lo había heredado del suyo, Friedrich, su fundador, quiso que estudiara metalurgia y minería en Berlín para continuar la saga familiar. Tras paser un tiempo en el ejército decidió dedicarse por completo a la empresa, cometido que asumió por completo tras el fallecimiento del cabeza de la saga en 1926. Así, en 1928 fundó la United Steelworks, que controlaba más del 75 por ciento de las reservas de mineral de hierro de Alemania y daba empleo a 200.000 personas.

La primera vez que Fritz Thyssen (1873-1950) escuchó hablar a Hitler se quedó impresionado. No diremos que le produjo una honda fascinación, pero casi. El discurso hábil y cautivador de que hizo gala el führer provocó en el industrial una conmoción interna. Digamos que le sacudió. Quizá porque jamás había escuchado nada parecido. Quizá porque era lo que deseaba oír, como tantos otros alemanes. Lo cierto es que fue un enamoramiento con fecha de caducidad. Nació, creció y murió de manera abrupta, provocando un desengaño en nuestro protagonista de enormes proporciones. Pues bien, volviendo a esa «primera vez» de Thyssen, se produjo en 1923. Ya tenía cincuenta años. Fue el general Eric Ludendorff (estuvo al lado de Hitler en noviembre de 1923 en el fallido Putsch de Munich y fue diputado por el Partido Nacional Socialista en el Reichstag desde 1924 hasta 1928) quien le aconsejó que escuchara al dirigente.

«Fui a verle principalmente para hacerle una visita de cortesía, pero también para poder discutir con él las grandes cuestiones nacionales que nos preocupaban a ambos. Me pareció deplorable que en aquella época no hubiese hombres en Alemania con un espíritu nacional lo suficientemente enérgico como para mejorar la situación de nuestro país», asegura. De su interlocutor obtuvo una respuesta: «Solo existe una esperanza. Y está encarnada en los grupos nacionales que desean nuestra recuperación». Claramente le insinuó afiliarse al Partido Nacional Socialista de Hitler, de quien pensaba que «era el único hombre con algún sentido político» y le recomendó que lo fuera a escuchar. Así lo hizo Fritz Thyssen y fue tal su impresión que decidió convertirse en uno de los principales patrocinadores del Partido Nazi. Ahí comenzó su financiación y su apoyo incondicional hasta que dejó de serlo. Descreído y arrepentido, el propio Thyssen contó su experiencia sin tamizarla en el libro «Yo pagué a Hitler», redactado en 1941 desde la cárcel y que ya en aquella altura organizó un considerable revuelo porque había sido escrito por uno de los primeros arrepentidos del sacrosanto regimen que hablaba en voz alta. Y eso tenía un precio. Casi ochenta años después de aquel texto escrito desde las tripas Renacimiento lo publica en español –con prólogo de Juan Bonilla– un libro que está llamado a convertirse en uno de los éxitos literarios de este otoño. Se trata del más importante y controvertido testimonio personal sobre Hitler y la Alemania nazi en los años anteriores a 1939. Es en el agitado París de 1940 donde el que fuera abuelo del barón Heinrich Thyssen, esposo de Carmen Cervera, redactó estas particulares memorias con la colaboración de Emery Reves, un periodista con una especial habilidad para relacionarse con quien debía, amigo de Churchill y de Einstein. «Nuestra edición reproduce la temprana y muy desconocida edición chilena de 1941 y, en apéndice, un curioso folleto sobre las relaciones Thyssen-Hitler publicado por Victoria Ocampo en su editorial Sur», se puede leer en al web de la editorial.

La portada ya significa un «punch», pues utiliza un preciso e irreverente collage de uno de los grandes maestros de la vanguardia, John Heartfield con el elocuente título de «Fritz Thyssen tira de las cuerdas», con fecha de 1932. El subtítulo tmpoco tiene desperdicio: «Financió al ascensión de Hirler y luego se convirtió en su víctima». El industrial del acero reconoció que había dado elevadas sumas de dinero al partido nazi, cantidades que después de sobreestimaron «dado que yo he sido uno de los hombres más ricos de Alemania, pero no el único que donó. En Berlín estaba Carl Bechstein, renombrado fabricante de pianos que se mostró muy generoso, y en Munich, Herr Bruckmann, un impresor de renombre» escribe.

El punto de no retorno

Nadie pensaba que la alianza de Fritz Thyssen con el nazismo podría tambalearse, sin embargo, nunca compartió los métodos violentos del partido de Hitler ni su furibundo antisemitismo ni los ataques a la Iglesia Católica. Ahí empezó a darse cuenta de que la ruptura estaba cerca de producirse. El punto de no retorno llegó en noviembre de 1938, en la terrible «Noche de los cristales rotos», cuando contempló el horror y el dolor de familias judías enteras que fueron arrojadas de sus casas, asaltadas y robadas y sinagogas quemadas ante la impasividad de los bomberos, que tenían órdenes de no extinguir el fuego sino el de los edificios adyacentes. Él, que años atrás optó por despedir a sus empleados judíos de las fábricas, decidió actuar. La gota que colmó el vaso fue el anuncio del führer de invadir Polonia en 1939. En ese momento decide renunciar al Consejo de Estado (cargo para el que había sido nombrado por Goreing) y su crítica inmisericorde de las políticas nazis que se centraron en el rearme y la guerra. Fritz Thyssen decidió que había llegado el momento de abandonar su país junto a su familia porque ya no estaba a salvo. Su renuncia, su decepción inmensa le decidió a escribir una larga misiva al fürher que recoge en «Yo pagué a Hitler» y en la que se muestra muy claro: «Mi conciencia está tranquila. Sé que no he cometido ningún crimen y que mi único error ha sido creer en tí, nuestro líder, Adolf Hitler, y en el movimiento iniciado por tí, haber creído con el entusiasmo de un amante apasionado de mi Alemania natal», se lee en los párrafos iniciales. Después asegura que a la euforia primera sigueron comportamientos ciertamente extraños que obraron un cambio radical en su modo de pensat. Menciona así la persecución a la religión cristiana y las crueles medidas contra los sacerdotes y los reiterados indusltos a la Iglesia. «Protesté durante los primeros días, pero aquello fue en vano», se lamenta. Y recuerda porteriormente el 9 de noviembre de 1938 y los saqueos cobardes y brutales, los templos arrasados por toda Alemania. «Fue entonces cuando protesté de nuevo y decidí renunciar a mi cargo como concejal de Estado». Lamenta su torpeza y su fe ciega inicial en ese mundo maravilloso y en esa raza supranacional que propugnaba el führer. «Hoy sé que como millones fui engañado (...) y que la quema del Reichstag, organizada por Hitler y Goering, significó el primer paso de una colosal estafa política». Un largo destierro comienza entonces para Fritz Thyssen y su familia, su esposa Amelie Helle o Zurhelle y su única hija, Anna, que había nacido en 1909. De Suiza se trasladaron a Francia con la intención de poner el océnao por medio y establecerse en Argentina, pero la ocupación alemana de Francia dio al traste con los planes, pues fue arrestado, devuelto a Alemania y confinado primero en Sachsenhausen y posteriormente en Dachau, donde sobrevidió hasta que fue liberado por las fuerzas aliadas en mayo de 1945.