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Gala, la musa del tarot

La novela de Carmen Domingo, que abarca desde su relación con Salvador Dalí hasta la muerte de ella, saca a la luz la obsesión de la rusa por las cartas que consultaba diariamente

«Gala-Dalí» Carmen Domingo. ESPASA 358 páginas, 19,90 euros
«Gala-Dalí» Carmen Domingo. ESPASA 358 páginas, 19,90 euroslarazon

Cuatro años rastreando papeles que arrojaran algo de luz sobre la musa surrealista, la mujer estéril y de carácter hosco que abominó del primer encuentro con Dalí.

«Amo a Gala más que a mi padre, más que a mi madre, más que a Picasso y más incluso que al dinero». Toda una declaración de intenciones de Salvador Dalí hacia la mujer que le transformaría radicalmente la vida y sobre la que no abundan textos publicados, hecho que llamó poderosamente la atención de Carmen Domingo, licenciada en Filología Hispánica, periodista, autora teatral y ansiosa por conocer más, un poco más de una mujer menuda con el óvalo de la cara similar al de una aceituna y de nombre Elena Ivanovna Diakonova. Domingo ha tardado cuatro intensos años en poner en pie «Gala-Dalí» (Espasa). Fue el tiempo que le llevó documentarse. Cuatro años consultando, buceando en archivos y rastreando papeles que arrojaran algo de luz sobre la musa surrealista, la mujer estéril (así figura en la entrada del «Diccionario Abreviado del Surrealismo» de Breton y Paul Éluard) de carácter hosco que abominó del primer encuentro con el artista de Figueras.

Antítesis de un grande

Ella nació en el seno de una familia de intelectuales rusos. Dalí era la antítesis. Cuenta Domingo cómo le horrorizaban a ella sus bromas escatológicas, su falta de educación, sus maneras bruscas y torpes, su aspecto desaliñado; sin embargo, desde el primer momento ella es consciente de que está delante de un diamante en bruto del que puede extraer un tesoro: «Dalí se debe a ella. Él era un hombre creativo y revolucionario, pero sin Gala no habría llegado a ser el Dalí que conocemos, el genio. Ella le aportó todo, en mayor medida, la seguridad que necesitaba. Probablemente solo no hubiera triunfado al nivel planetario en que lo hizo. Le sucede a muchos hombres y mujeres, que necesitan de ese empujón. Y ahí estaba su musa para dárselo, para llevarle, para saber conducirle, aplicar con él técnicas de marketing, lo que en su momento, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo y antes, era una auténtica revolución», explica la autora.

Una de las novedades y felices hallazgos de esta obra, basada en fieles documentaciones, es poner de relieve la relación de Gala con el tarot. De hecho, la autora asegura que redactó dos novelas: «Así es. La escribí dos veces. La primera llevaba unas cuatrocientas y pico páginas. Fluía como una obra escrita en orden cronológico desde 1916 hasta el final. El libro estaba ahí, hasta que un día, en una reunión con un grupo de amigos del colegio, uno de ellos, que es a quien dedicó el libro, me descubre una afición que desconocía de él: su gusto por el tarot, que contagió a su pareja. Y en ese momento, cuando volví a casa supe que lo que había escrito no iba a ninguna parte y lo cambié de principio a fin y arranqué con el tarot, que se convirtió prácticamente en una necesidad para Gala. Ví que ahí es donde estaba la clave. Lo que se cuenta en las páginas es rigurosamente cierto. Todo lo que es novelado es real y lo que es real está novelado. Se echaba las cartas varias veces al día y también lo hacía con Dalí. No daba un paso sin consultar el tarot. Fíjate cómo estaría visto en una sociedad como la rusa y proveniente de una mujer. Las runas y lo esotérico la entusiasmaban», afirma. Cada día espera a ver lo que le señalan las cartas.

Culto al tarot

El libro empieza con un texto en primera persona de Gala y ahí ya queda impreso su culto tarotístico: «Saco una del mazo. El Loco. Qué ironía, el único arcano sin número, sin límites, libre de hacer y decir lo que quiera. Las cartas son las únicas que me entienden. A las únicas a las que debo hacer caso». Es Gala quien le dice a Coco Chanel: «Querida, el tarot lo es todo, porque lo sabe todo. Sin él yo no sería nada». De hecho, la novela está divida en capítulos según los arcanos del tarot, son 21 más El Loco, que es el arcano cero, de El Mago (Hoy empieza todo), que es el primer capítulo, a El Mundo (La suerte está echada), con que se cierra y en el que, a diferencia del arranque, es Dalí quien habla en primera persona, cuando Gala está a punto de morir, enloquecido, pidiendo que no le abandone pero incapaz al mismo tiempo de soportar su olor putrefacto. «El final sé que es tremendo. Lo decidí así. Es lo último. Después ya no queda nada», comenta.

Si hay una cualidad que Carmen Domingo destaca de Gala es su intuición: «Le ocurre con Dalí. Le tiene enfrente, apenas le soporta la primera vez que se ven, pero se para un momento y es capaz de saber que no es como los demás. Supo que iba a revolucionar la pintura y la historia del arte. ¿Lo vio quizá en las cartas? Puede ser. Con ellas justificaba sus intuiciones, las necesitaba, pero recordemos que hace lo mismo con Éluard, le cambia el nombre y le transforma la vida», asegura de quien, por ejemplo, coleccionaba antigüedades cuando sus amigos le decían que no eran más que cacharros viejos, pero no daba su brazo a torcer.

El libro arranca con la llegada de la jovencita rusa a Suiza a curarse de una seria afección respiratoria. En Clavadel conocerá a Eugene Émile Grindel, un aspirante a poeta de apenas diecisiete años (ella tenía uno más): «Las cartas del tarot me mantuvieron viva hasta que te encontré. Los Enamorados y El Mago me confirmaban en Moscú una y otra vez que hacía lo correcto, que esperara y que un hombre joven vendría a llamar a mi puerta y me llevaría con él, trazando juntos nuestros destino, y La Emperatriz me aseguraba que la muerte se alejaba (...)». Llevaba el mazo de cartas guardado en una bolsa de terciopelo rojo. Con ella había viajado desde Rusia y con ella se quedaría hasta el fin de sus días. Y es Gala quien cambia el nombre de ese aspirante a poeta que no decide regresar a París cuando su madre va a buscarle al hospital. El virus de Gala se ha inoculado en su piel. A él le cambiará el nombre y con él se casará: será Paul Éluard. Eugene es pasado. Fue una relación muy intensa la suya, sexualmente de alto voltaje. Con él conocerá la efervescencia creativa del París de principios del pasado siglo. Será «Ma belle petite fille», según el escritor. Y le dará una hija, Cécile. ¿Cómo es esa relación con la niña? «Está, existe, pero no actúa de manera diferente a como hoy lo pueden hacer muchas Galas padres y madres», dice. Lo cierto es que entre ambas media un abismo. Ella se encarga de poner distancia, de eludir abrazos, no desea contacto alguno, le molestan sus ruidos, sus juegos, es una carga». La niña, la joven, la mujer adulta está, pero nada más. Éluard, mientras, cubre a Gala de cartas llenas de amor y pasión, misivas que leerá en voz alta a Dalí, cuando aún no se ha separado de su primer esposo, semidesnuda, con la espalda descubierta y en voz alta.

Mucha experimentación

Si a Grindel le transformó en Éluard y le empujó a que formara parte del círculo creativo más efervescente del París de las primeras décadas del siglo XX, a Dalí le arrebatará del hogar paterno, con el consiguiente enfurecimiento. Con ambos experimenta y a los dos, a Éluard y a Salvador Dalí, les hace vivir otras vidas, se las amolda, las fabrica. La pasión erótica con el de Figueras nada tiene que ver con lo que vive con el poeta: «Eran pactos de pareja, los había antes y los sigue habiendo hoy. No es una mala relación entre ambos, porque no se van a separar nunca. Se ponen una normas y las cumplen, viven a su modo y con sus reglas, hablan con sinceridad», explica. Mientras Dalí la mira embelesado ella alterna con otros hombres, pescadores algunos, a quienes él mantiene en silencio regalándoles algún dibujo.

De su peculiar manera de ser cuenta Domingo una anécdota real tremendamente cruel: en uno de los traslados no saben qué hacer con un conejo que se ha convertido en uno más de la casa. Gala da la solución: meterlo en la olla y guisarlo como almuerzo. No nos extrañe que cuando Éluard, que le seguirá escribiendo siempre (con un «Te cubro de besos» se despide en sus misivas) le comunica que ha sido abuela, Gala no tiene el menor gesto de cariño. «Y además de una niña», se lamenta.

La surrealista infancia de Cécile

«Después de que conoció a Dalí en 1929, no se interesó nunca más en mí», contaba Cécile. Tenía 11 años cuando Gala los abandonó a Paul Éluard a ella (en la imagen, los tres). «Ella nunca fue muy cálida, incluso desde antes. Se comportaba de una manera muy misteriosa, muy reservada. Nunca llegué a conocer a mi familia rusa. Ni siquiera sé su fecha de nacimiento», explica. Cuando se marchó con Salvador Dalí, Cécile fue a vivir con su abuela paterna en París, viendo a su padre con mucha regularidad y a su madre sólo una o dos veces al año. Para Gala, Cécile en realidad no existió. La hija se casó cuatro veces y lo recuerda como algo habitual teniendo los precedentes de su propia casa. «Mi padre contrajo matrimonio después de enviudar de su segunda esposa. Cada nuevo enlace lo festejaba como una fiesta. Para mí era de lo más natural», ha escrito. Sin embargo, Cécile fue muy reticente a hablar y a desvelar algo, aunque fuera mínimo, de la relación con su progenitora, por otro lado prácticamente inexistente. Mientras ella pasaba su infancia en la casa que los Éluard poseían en Eaubonne, al Norte de París, el pintor Max Ernst decoraba las paredes de las estancias y compartía lecho con su madre Gala, que era aún la esposa del poeta.