Literatura

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Historias de la historia

El académico Luis Ribot sintetiza en su nuevo y exhaustivo volumen los tres siglos que abarcan este periodo: primero, como un «universo estático», igual de reconocible para un campesino del XV que del XVIII; para abordar después los «cambios» del mismo en el meollo de su exposición.

Historias de la historia
Historias de la historialarazon

El académico Luis Ribot sintetiza en su nuevo y exhaustivo volumen los tres siglos que abarcan este periodo: primero, como un «universo estático», igual de reconocible para un campesino del XV que del XVIII; para abordar después los «cambios» del mismo en el meollo de su exposición.

Dentro de una línea editorial de reconocida calidad, Marcial Pons Historia publica la obra que hoy nos interesa anotar. El autor, Luis Ribot, forma parte del más escogido ramillete de modernistas españoles que, como todo maestro que se precie, han dedicado su vida y su vocación historiográfica tanto a la organización de grandes congresos o exposiciones, como a la dirección de equipos de investigación, la coordinación de grupos, o la gestión científica. Mas todo ello lo ha hecho como consecuencia de una actividad superior, la de la investigación. Su trayectoria ha sido reconocida por la comunidad científica y, de ahí, por poner un par de ejemplos, el que haya sido galardonado con el Premio Nacional de Historia, o que sea Académico de Número de la Real Academia de la Historia.

Forma parte de las grandes tradiciones culturales la de la síntesis de los conocimientos. La propia etimología del término es de origen griego y en nuestra lengua se define como «Suma y compendio de una materia u otra cosa». Así que quien hace síntesis se enrola en la legión de los mantenedores de una larga tradición cultural y de nuestro acervo. Además, el que hace síntesis ha de ser capaz de sumariar y compendiar alguna materia.

Se da la circunstancia de que síntesis de nuestra historia, o historias del mundo ha habido muchas. Pero –sin ánimo de ser diletante–, escasearon hasta los tiempos de la Ilustración, o del Humanismo. Había habido, qué duda cabe, preguntas y respuestas sobre el pasado de los tiempos y sobre las acciones de los hombres en sus espacios geográficos (desde Herodoto en adelante, a Alfonso X, o Jiménez de Rada), pero en muchas ocasiones, como no hubiera un método de trabajo depurado, hubo excesos de credulidad, casi de libros de caballerías habidos por libros de Historia y de falsos cronicones tardomedievales.

Era necesaria la depuración del saber y de sus fuentes. A ello se pusieron manos a la obra algunas gentes del Humanismo: en España, desde Páez de Castro o Ambrosio de Morales y los demás cronistas reales, con quienes se fue fijando una manera nueva de hacer y escribir historia, que encontró, primero en el vecino de Mondragón, Esteban de Garibay y su «Compendio historial» publicado en Amberes en casa de Plantino en 1575, y más tarde en el padre Mariana S. J. y su «Historia General de España», de innumerables ediciones, críticas y adhesiones hasta la de Modesto Lafuente en el siglo XIX, digo que entonces tuvo lugar la gran revolución historiográfica basada en dos pilares: la búsqueda de la verdad y el uso de fuentes de archivo. Hacer historia se desvinculaba de la imaginación o de la creación novelesca.

Por tanto, desde el siglo XVI ha existido una tradición entre los historiadores de sintetizar la historia local, la nacional, la de la cristiandad o la de la alteridad. Pero tal se ha hecho buscando decir la verdad de las cosas, esto es, documentándose y no dejando la pluma al libre albedrío de la perversa creatividad. Además, conforme el quehacer historiográfico se ha ido profesionalizando, los niveles de exigencia documental y de calidad sintética han crecido con denuedo.

Manual sereno

El caso que nos ocupa, como el de los «Manuales» universitarios en general, es paradigmático en todos los sentidos. Has de saber, desocupado lector, que estás ante una obra inmensa, concretamente de 1.011 páginas. Está muy bien escrita, de tal manera que el autor nos transmite su serenidad de ánimo mientras la ha ido construyendo..., ¿durante cuánto tiempo?

Toda construcción humana requiere de una estructura que la soporte. Y ésta es la que nos propone Ribot para entender la Edad Moderna que es, al margen de cualquier debate que al lector entretenido no se le ha de confundir con debates a veces estériles, es la que transcurre desde 1453/1492 hasta 1789/1808. Digo que ésta es la estructura que nos propone Ribot. En primer lugar, un «Universo estático» aquel que era reconocible para un campesino del siglo XV y para otro de finales del XVIII. Importante fenómeno cultural que nos diferencia de ellos, porque estamos más lejos ahora de 1916, que esos dos agricultores entre sí a los que he hecho alusión. Ese universo estático era el del «régimen demográfico antiguo», el de la «economía de subsistencia», el de la «sociedad estamental», el de «El poder» y el de la «Religión y cultura». Toda la obra es, como decía antes, clara y formadora. Sin embargo, en ocasiones, se plantean o apuntan algunos de los problemas que están vivos en la historiografía actual, como es por ejemplo la existencia del Estado (debate infinito y confuso porque para los estados nacional-soberanos del siglo XIX y en formación había que buscar sus raíces estatalistas en el pasado, forzando la verdad histórica), o las relaciones de la persona con los poderes intermedios más próximos y cotidianos (la familia, la parroquia el municipio), que dan esas páginas un marchamo de originalidad poco usual.

La segunda parte está dedicada a ese territorio que nos es tan atractivo a los historiadores de la modernidad, el de los «Cambios y transformaciones», que en esta ocasión el autor ha optado por incluir en ellos el resto de la obra, el meollo de la síntesis. Al principio del libro ha dedicado unas páginas reflexivas sobre la continuidad y el cambio en los procesos históricos.

Efectivamente, si en la primera parte ha tratado los temas enunciados, en esta segunda se vuelca en explicarnos en qué consisten los mundos expansivos (geográfico, demográfico, económico, político, cultural y religioso), porque de no haber existido estos, ¿habría «avanzado» la historia de Occidente? Ese diálogo entre continuidad y cambio para los siglos XV y XVI es lo que ha hecho tan seductora, durante tanto tiempo y para gentes de toda formación, esa fase de la Historia.

No hay duda de que la lectura continuada de este libro nos permite seguir cronológicamente los fenómenos estructurales. Pero, igualmente, la lectura transversal nos permite ir adivinando problemas y su proceso resolutivo tanto en demografía como en economía, como en estructuras sociales, o en la vida política (así, por seguir el ejemplo, Parte I, el cap. IV, «El poder» y luego, Parte II, cap. 9, «Las nuevas monarquías del Renacimiento»; cap. 2, «El auge del absolutismo...», etc.).

Sincrónicamente, y centrándose en los años que van de mediados del siglo XV al siglo XVI, el autor ofrece una explicación de la política europea, bajo el epígrafe general de «Poderes y conflictos», basada en los grandes espacios geográficos y hegemónicos, proponiendo en un esfuerzo por individualizar cada Monarquía de entonces, con un epígrafe (cuando ello es posible): así, «La hegemonía española y el orden europeo», o «La Monarquía francesa. Las guerras de religión»; o «Inglaterra. Centralización política y ruptura con Roma», etc.

El siglo XVII ya no es el «siglo de la crisis» (¡todo un siglo en crisis!), sino que es el tiempo de la «Recesión y contrastes», de tal manera que si hubo –como la hubo– «Crisis y manifestaciones», hubo zonas de Europa que supieron aprovecharse de la situación, como Inglaterra y las Provincias Unidas; y el europeo, al plantearse nuevos retos, lejos de quedarse fosilizado en el Libro, siguió estimulando su infinita curiosidad y dio respuesta a muchos obstáculos, por medio de «La Revolución científica» y se entró en un nuevo debate religioso entre reformas religiosas o descristianización en «El Barroco. Cultura y religión».

Pero claro que hubo recesiones. Unas veces, producto de las guerras, del funcionamiento o disfuncionamiento de las relaciones internacionales, que para Ribot, ahora, en «Guerra, absolutismo y rebelión» se puede dividir en varias fases, según dónde ponga el lector su mirada: así, hay unas relaciones internacionales generales, desde 1598 a 1659; pero se puede asistir también al auge de Francia, o a los periodos revolucionarios ingleses, o a la cruda realidad de los sucesos en la Monarquía de España...; dedica un capítulo completo a Luis XIV, en el que los repartos de España ocupan varias páginas.

Continuando con el esquema aplicado por el autor, los apartados V y VI de esta segunda parte están dedicados a los procesos de cambio en Europa, a «Los indicios de un cambio de era», en donde la demografía, la sociedad, la economía y la cultura son los pilares sobre los que se asentará el porvenir, que culminará con una «Europa de los príncipes» que, paradójicamente, concluyó con el periodo revolucionario de 1789 en adelante.

Se aplica, nuevamente, el esquema usado con anterioridad: un capítulo en el que se explican las relaciones internacionales; una descripción por zonas geográficas o monarquías, en donde por vez primera aparecen alusiones –naturalmente– a Estados Unidos.

En conclusión: estamos ante una monumental obra, en la que se han sabido resolver con holgura los problemas de estructura que plantea la redacción de cualquier síntesis o compendio historial de esta envergadura. Adolece, cómo no, pues es una síntesis y no una enciclopedia, de mayor desarrollo de algunos temas, pero para ello se hicieron los colores, o, como diría el americano, «do it yourself!».

La utilidad del índice

De lo que no cabe duda es de que está todo lo que ha de estar y están todos los que estuvieron. Por cierto, se agradece, y mucho el índice de nombres y lugares, ese apartado tan necesario y poco usado por las editoriales hoy en día (como los correctores de pruebas, por ejemplo) porque retrasan la edición de los textos, o encarecen la producción. Pero un índice viene a ser tan útil como las señales de tráfico en una carretera. Casi medio centenar de mapas ilustran con holgura los procesos históricos que se explican por escrito.

A mi modo de ver, con Ribot al frente de esta obra, como lo estuvo en 1992 al frente de aquella otra de la editorial Actas, «Historia del Mundo Moderno», la transmisión de los conocimientos de ese pasado tan inmediato que es el de los siglo XV al XVIII, no ceja. Y lo que resulta más humano al manejar este libro es el ver al profesor Ribot de carne y hueso, con sus ideas, puntos de vista e interpretaciones del periodo, por todas partes: con su apuesta por entender que sin pactos con las oligarquías, no hay imperios que funcionen; o al tratar las revueltas, apostar por cómo el freno a la movilidad social urdido por unos, puede provocar la frustración y la violencia en los afectados; o cómo muchas revoluciones en ciernes a lo largo de la Edad Moderna fueron exitosamente frenadas a tiempo para el mantenimiento de los «status quia»; o el verle manejando informaciones que no son imaginativas, sino una frase acá, u otra allá, nos lo reviven en sus viajes por media Europa escudriñando archivos de aquella Cristiandad que caminaba hacia la Europa de las naciones.

¡Hay que tener valor para escribir hoy un libro así y más aún para editarlo y lanzarlo al mercado!