Música

Ilegales, entre bajadas y subidas a los infiernos

El documental «Mi vida entre las hormigas» celebra la trayectoria de Jorge Martínez, una personalidad única y excesiva, y también uno de los mejores letristas de nuestra escena

Una imagen de los primeros ilegales, de izda. a dcha.: Íñigo Ayestarán, David Alonso, y Jorge Martínez, a finales de los años 70
Una imagen de los primeros ilegales, de izda. a dcha.: Íñigo Ayestarán, David Alonso, y Jorge Martínez, a finales de los años 70larazon

Es el día después de la «première» de «Mi vida entre las hormigas», el documental que cuenta la historia de una de las bandas de rock más potentes y auténticas de nuestra escena. Jorge Martínez (Avilés, 1955), de apellido ilegal, comenta el contenido que acaba de ver. «Yo no lo habría hecho así, pero me reconozco en la fotografía. Y eso que me ponen a parir...», bromea. «Macarra, matón, pendenciero, juerguista y follador-vividor» son algunos intentos por definirle y en absoluto son palabras empleadas como insulto, sino definiciones que se ajustan a la leyenda de una las personalidades del rock más excesivas y demoledoras que hayan cantado en castellano. Hay más: «Bocazas, loco, majara, violento e inadaptado social» son calificativos de nuestro héroe, que también es uno de los mejores y más incómodos letristas que hayamos tenido. «Amiguitos, andad de día, que la noche es mía», le espeta a la cámara del filme que han dirigido Juan Moya y Chema Veiga, que se estrenará próximamente en salas de la cadena de cines Yelmo, y también en Movistar +, además de ver la luz en edición de DVD y CD. Por si abandonan en este párrafo, sepan una cosa: hay otro Jorge Martínez. Solitario, culto, conectado permanentemente con el hilo invisible de la infancia. La película cuenta su historia.

► Un palo de hockey

«Esto no es un puto publirreportaje», reconoce Jorge Ilegal en conversación sobre el filme. «Yo respeté eso, aunque la curiosidad me podía. Gente de nuestro entorno trató de cambiar la película, pero ellos se resistieron. Y a mí eso me gusta». Moya, el director, habla a su lado: «La primera parte es la que muchos conocen de Jorge, la que le hizo célebre, pero no queríamos que eso distorsionase otras facetas muy importantes para entender a Ilegales y la biografía que queríamos contar». Costumbres legendarias tales como caminar siempre de joven con su palo de hockey, un arma de autodefensa definitiva que no siempre le fue necesaria, porque en su repertorio para marcar las lindes disponía de cabezazos, patadas en los huevos, golpes con la base del micro y mamporros en general, como muchos testigos (y alguna víctima) pueden acreditar. ¿Objetivos? Cualquiera: un técnico de sonido un poco bobo, algún fan que gustaba de manipular los pedales de su guitarra, músicos conocidos –es de solaz narración el derechazo a Ferni Presas, bajista de Gabinete Caligari, en la primera presencia de Ilegales en Rockola– o sencillamente cualquier patoso susceptible de merecerse un guantazo. «La violencia en Ilegales era algo natural, formaba parte del proyecto», dice el batería del grupo durante una década, David Alonso. Sin llevar un solo impredible, Ilegales eran el grupo más punk de su época.

Finales de los setenta. Gijón. Jorge era conocido por su estatura y su físico (y el palo de hockey). «Se metía en todos los líos. Era un mod en una ciudad de muchos hippies. No caía bien», recuerda Alonso en la cinta. Las amistades de Martínez desempeñaban «actividades claramente delictivas». Los objetivos predilectos eran farmacias y tiendas de electrónica. David, el batería, era un acróbata de cornisas que se escurría por las ventanas. El botín ya podía ser bombonas o alfombras. «Aconsejo a todo el mundo que ‘‘haga’’ farmacias que no se quede a consumir las anfetaminas dentro. Porque algunas veces nos daban las siete de la mañana y ya iban a abrir y seguíamos ahí arreglando el mundo», ríe Jorge en el filme.

El primer disco de Ilegales se da a conocer en un concurso local pero nadie se atreve a editarlo en Madrid y en la historia aparece por sorpresa la figura de Victor Manuel, responsable de la extinta Sociedad Fonográfica Asturiana. Fue un éxito. Con portada de Ouka Leele, vendió 150.000 copias, a pesar de que rompía esquemas, tanto en la forma como en el fondo. En lo primero, por una sencilla razón. «Es que nosotros sabíamos tocar, no como los demás», explica Jorge. Suenan impecables, duros, afilados, contundentes, al contrario que todo el resto de la escena de la Movida. Ellos, y no los otros, sintetizaban ese tiempo y este lugar. «Con algunos grupos de la época teníamos buena relación, y a otros les dimos de hostias. Porque se las merecían bien merecidas. Nosotros nos quitamos la chupa de cuero y vestíamos como oficinistas, pero se daban cuenta tarde de que yo era un tipo tenso como un muelle y con una capacidad de destrucción altísima», dice el cantante.

►Conducta medieval

En cuanto al fondo, temas como «Europa ha muerto» y «Tiempos nuevos, tiempos salvajes» rompen con todo el ecosistema de la Movida más frívola. El caldo de cultivo de Ilegales son las encarnizadas protestas sindicales, la huelga de astilleros, la heroína haciendo estragos. «Se cuentan los 80 como si fuera una película de colorines, pero había navajas, jeringuillas y mucho mal rollo», explican. Por cierto, menudo visionario hay que ser para escribir hace cuatro décadas lo que hoy es casi una certeza: que Europa ha muerto. Jorge Martínez hace esta reflexión en la película. «Europa es un cadáver con infinita capacidad de resistencia. Es como un jamón, que está muerto pero hay que hincarle el diente, como hace la banca internacional. Europa es como el bacalao, una momia comestible».

Tuvieron un éxito arrollador y de esta gira son sus mejores peleas, cuando este grupo entra en contacto con un ambiente ajeno. Serán por lo menos dos años de «rock & roll insecticida», anfetaminas y violencia. Ante esta actitud y virtuosismo técnico, muchos grupos no querían compartir escenario con Ilegales, que les superaban en todo. «En todos los conciertos, a los 20 acordes, ya había gente pegándose entre el público. Y estaba de moda escupir a los músicos, quitarles el micro o lo que fuera. Así que nosotros bajábamos a currarnos siempre, claro», explica Willy Vijande, segundo bajista de la banda. Guardia Civil, juicios y leyendas de una conducta medieval. «Para sobrevivir, había que ejecutar un cierto grado de violencia –dice el cantante–. Era necesario. Nosotros no íbamos a permitir que nos atropellasen», asegura. «También tuve infinita paciencia aguantando injurias. Porque había una parte de la escena que, en vez de aprender a tocar, pretendía que se desechase el conocimiento musical para estar en la comodísima posición de hacerlo todo como el culo y ser unos ‘‘princeses’’», afirma ácido. «Esos eran los guapos, que querían mantener un sistema de ignorancia perpetua y que todavía algunos siguen cultivando a un público estúpido y haciendo gala de su ignoracia».

Llega el segundo disco, «Agotados de esperar el fin», otro cañonazo. «Soy macarra» fue un éxito tan insolente como masivo. Iba a ser descartada, pero... «la discográfica la eligió como single, en contra de mi criterio. Y cuando nos dimos cuenta, estábamos ganando más dinero del previsto con una canción que íbamos a desechar». Y ganaron mucho dinero durante varios años. «Nos llevábamos 200.000 pesetas de la época por concierto para cada uno. Y en agosto del 85 dimos 30 en 31 días», cuenta Vijande. El grupo viaja a Colombia y Ecuador, de donde, por cierto, son expulsados por tocar «Eres una puta», un tema que les habían prohibido expresamente interpretar. Ganaron y desparramaron sin límite. «Intentaba cuidar de todos, pero era imposible hacerse cargo de esta piara», dice Jorge. Llevaban la furgoneta de Pink Floyd. El exceso de trabajo y de éxito quebró a Vijande y la heroína descompuso a Alonso, como ambos reconocen en el filme. Jorge Ilegal, quizá por un hígado sobrenatural, resiste y cambiará la banda al completo. Se reconvirtieron en quinteto y siguieron probando las mieles del éxito durante algunos años más. Sin embargo, el relato se interrumpe, la historia da un salto temporal que nos conduce a la infancia y los orígenes de Martínez, nos lleva a la casa familiar (de 600 años de antigüedad) y a los cajones y alacenas donde guarda los soldaditos de plomo. «Aquí están mis fantasmas más queridos. Provengo de una familia de guerreros y militares», dice. Después de la crudeza de lo narrado, aparece un hombre conectado con su infancia y necesitado de su soledad. «Puedo contar estas cosas porque he podido sobrevivir a todos los locos que he sido», escribe el vocalista en las primeras líneas del libreto que acompaña la edición en DVD. Véanlo.

Un soldado de plomo

Aunque la parte de los excesos de la película es hilarante, el contrapunto perfecto es el impuslo por la soledad de Jorge Martínez, su «otra» vida, donde lleva a cabo sus «safaris discográficos» escuchando un disco tras otro y dispone a sus soldados de plomo para la batalla (en la imagen, un fotograma del filme). «Yo soy buscador de canciones y la soledad es necesaria. En el libreto del DVD decidí escribir un texto en el que explicase los sistemas que tengo para encontrarlas. Si no estás solo, no puedes hallar cosas valiosas», cuenta. Él las desentierra de «los lugares oscuros, las zonas a las que los psiquiatras te aconsejan que no accedas porque puedes saltar en pedazos. Creo que necesitas alejarte de todo para comprenderlo». Como en un cuadro impresionista. «Exacto, o uno de Velázquez. Yo creo que por eso padecemos de interpretaciones y canciones tan malas. Por la falta de valentía de los artistas para enfrentarse a esa soledad. ¿Quieres ser músico? Deja de mirarte al espejo y de colocarte el puto peinado. Toma distancia, échale valor, y mira a ver si te atreves. Y si no, pues mejor monta una peluquería».