Paco Martínez Soria

Javier Sierra: «Esta novela no nace de una iluminación, sino de picar piedra»

Javier Sierra
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Cuando Javier Sierra no era más que un niño, en una ciudad pequeña como Teruel, recibió el mejor regalo que podía imaginar, el carnet de la Biblioteca Pública. Tenía nueve años y acababan de abrir la sección infantil y juvenil. Eso le abrió las puertas a un nuevo mundo: de «Los Cinco» a «Los Hollister», pasando por Julio Verne y Stevenson. «Empecé a buscar el Nautilus en tierra de secano como la mía. No podía más que dejarme llevar por lo que estaba leyendo. Fue algo tan mágico que descubrí mi grial. La literatura es un salvavidas», comenta el nuevo ganador del Planeta.

Esta idea de la palabra como fuerza transformadora es la base de «El fuego invisible», la novela que le ha llevado a recoger el galardón literario más importante de la lengua española, con una dotación de 601.000 euros. «Gracias al misterio se inventó la literatura. Este fuego invisible que busca la novela es ese rescoldo creativo que todos llevamos dentro y que, a veces, con el día a día, olvidamos. Invito al lector a avivar este fuego», señala Sierra.

–¿Satisfecho con el galardón?

–Después de una década en que me colocaban en todas las quinielas decidí acabar con la presión y presentarme. El 15 de octubre tuve que desconectar incluso el móvil por todas las llamadas que recibí. En realidad, me presenté este año por la decepción que muchos de mis lectores sentían al día siguiente del fallo y descubrir que no había ganado. Incluso mi madre me llamaba para echarme la bronca por haber perdido el premio. No es nada trasnochadora, pero ayer se quedó y está muy satisfecha. «Por fin, hijo», me ha dicho.

–¿Qué es este «fuego invisible» que da título a su novela?

–La novela es la historia en primera persona de David Salas, un profesor de lingüística del Trinity College de Dublín que ha acabado su tesis doctoral sobre Parménides de Elea. El filósofo inició una curiosa manera de atrapar ideas, encerrarse en una cueva durante dos días solo con agua y entrar así en una especie de trance donde decía estar iluminado por los dioses. Lo que estudia Salas es precisamente de dónde vienen las ideas. A partir de aquí se iniciará un viaje en el que David se topará en Madrid con Victoria Goodman, vieja amiga de su abuelo, un célebre escritor, directora de una escuela experimental de literatura donde se está estudiando «El cuento del Grial», de Chrétien de Troyes, la primera aparición de la palabra grial. Aquí arrancará el misterio porque David sustituirá a otro estudiante fallecido mientras estudiaba el mismo libro.

–¿Encontrará el lector la respuesta a la milenaria pregunta de dónde nacen las ideas?

–Lo que encontrará el lector es un «thriller» muy entretenido, pero que tiene un punto filosófico que lo trasciende. Por eso me presenté al Planeta, por esta otra dimensión. No puedo responder de dónde vienen las ideas, porque esta novela, por ejemplo, no nace de una iluminación, sino de picar piedra. Han sido tres años y medio de muchos manuscritos tirados, de muchos viajes, mucha presencia física en los sitios y mucha reescritura.

–¿Cuál fue la dificultad de esta obra?

–Navegar a contracorriente. Tiene todos los elementos tradicionales de mi narrativa, como el misterio, la intriga, la acción, pero se añade una nueva dimensión filosófica, lo que ha supuesto un gran esfuerzo intelectual. Creo que guarda un mensaje final muy potente. Todos llevamos dentro una gran capacidad creadora. Siempre se ha buscado que la masa sea pasiva, se deje llevar, y así se la distrae con redes sociales, grandes pantallas, y eso hace minusvalorar al individuo. Pero es precisamente en lo individual en que el fuego interno puede crear grandes cosas.

–¿Cómo consigue mezclar con éxito estas dos vertientes?

–La única salida era utilizar la primera persona y hacer sentir al lector todas las emociones y experiencias de David Salas de forma directa, empatizando con sus sentimientos. Es un hombre de éxito, de familia acomodada, que cree tener cierto talento para escribir, pero hay algo que le contiene. Su encuentro con Victoria Goodman le acabará por obligar a escribir justo la novela que he escrito yo.

–¿La historia del grial es, en realidad, muy española?

–Sí. Fue una de las claves de la reconquista de España, ya que si la sangre de Cristo estaba en la Península Ibérica, había que expulsar de ella al infiel. Se utilizó así como propaganda. Acuñamos símbolos y luego los utilizamos. Pasa siempre. Lo que ocurre es que como no teníamos tradición trovadoresca, nos robaron poco a poco su historia.

–¿Hábleme un poco de esta misteriosa escuela de escritura?

–Su nombre es «La montaña artificial», que es el título con el que me presenté al premio. El significado de artificial no es el mecánico que tenemos hoy, sino que se refiere a «donde nace el arte». Es decir, es la montaña donde nace el arte. Victoria Goodman recluta a mentes brillantes para que analicen los grandes libros de la literatura, incluso hacen disquisiciones sobre qué esconden los «best sellers», lo que me hacía gracia. No en vano, «El cuento del grial» fue un «best seller» del siglo XII y hoy es alta literatura.

–La novela también habla de la fuerza de las palabras y su capacidad de transformar las cosas, ¿están perdiendo esa fuerza?

–Lo que ocurre es que hoy se confunde palabra con palabrería y arte con artificio. Las palabras tienen mucha fuerza. Independencia, por ejemplo, tiene fuerza. España, por ejemplo, también, y las dos generan reacciones. Lo que ocurre es que la «palabrería» las ensucia y entonces parece que oculten algo Por eso hay que volver a la palabra primigenia. Por ejemplo, hablo en la novela de entusiasmo, que en griego significa estar con lo trascendente, en una dimensión superior. Así que esa es la búsqueda, la del entusiasmo propio.

–Ahora se habla mucho de diálogo y de relato. Todos tienen el suyo y parecen querer imponerlo.

–He entrenado mi mente para entender lo grande, para mirar al cosmos, y todo esto m resulta demasiado pequeño. Estamos siendo muy ombliguistas. Tenemos que ser más soñadores. Creo que necesitamos ser más como Carl Sagan y menos como Paco Martínez Soria. Esto se resume en que hay que abrir la mente, no cerrarla.