Escultura

Kounellis, el artista que se salió del marco

Fallece a los 80 años uno de los máximos exponentes del «arte povera», que llevó hasta el extremo con materiales singulares y animales vivos.

Una de las instalaciones de Jannis Kounellis, de una enorme expresividad radical, fechada en 1988 y formada por paneles de acero, carbón y sacos de arpillera
Una de las instalaciones de Jannis Kounellis, de una enorme expresividad radical, fechada en 1988 y formada por paneles de acero, carbón y sacos de arpilleralarazon

Fallece a los 80 años uno de los máximos exponentes del «arte povera», que llevó hasta el extremo con materiales singulares y animales vivos.

En 1969, el comisario suizo Harald Szeemann desembarcó en la Kunsthalle de Berna con una de las exposiciones más determinantes e influyentes de la historia del arte contemporáneo: «When Attitudes Become Form». La interpretación del panorama artístico de finales de los 60 que ofrecía Szeemann primaba, por encima del carácter expositivo y estático de la obra de arte, su dimensión procesual. Por primera vez en la historia, una sala de exposiciones se transformaba en lo más parecido a un taller. El arte ya no se concebía como un producto acabado para ser contemplado estéticamente, sino como un proceso abierto que exigía ser vivido.

Entre la nómina de artistas representados en esta exposición se encontraba, claro está, el ayer fallecido Jannis Kounellis (El Pireo, 1936-Roma, 2017) y los principales representantes de ese movimiento que el crítico italiano Germano Celant dio en llamar «arte povera». De entre el vertiginoso panorama abierto tras la crisis del minimalismo, esta tendencia del «arte pobre» ha sabido erigirse, retrospectivamente, como la actitud ante el arte más determinante y libre de cuantas quisieron ocupar el hueco dejado por la modernidad. El griego Kounellis, en tanto que paradigma máximo y más difundido de su pulsión revolucionaria, convirtió rápidamente su obra en el muestrario más radical de lo que el «arte povera» representaba: materiales humildes y desechados, empleo de animales (caballos, plantas) y plantas, instalaciones envolventes, interacción con el espectador.

Mediante esta convergencia de materiales y situaciones inusuales en un espacio artístico, Kounellis obraba la demolición de varias leyes «sagradas» del arte: la durabilidad de la obra artística, convertida ahora en una «realidad para la muerte», con principio y fin, a imagen y semejanza del ser humano; el uso prioritario de materiales nobles, duros, resistentes, sustituidos esta vez por trozos de realidad blandos, raídos, sucios, maleables por cualquier mínima eventualidad ambiental; y el reemplazo de la materia inerte, inmóvil, por cuerpos y organismos vivos, que se movían, defecaban y se desarrollaban durante su periodo de exposición.

Estilo personal

La historia, evidentemente, necesita de fórmulas breves y reduccionistas para explicar, mediante píldoras fácilmente digeribles, episodios complejos. Y el caso de Kounellis y del «arte povera» suponen un ejemplo clásico. Cualquier aficionado o estudiante con unos conocimientos medios en arte contemporáneo identifica a Kounellis con un listado de materiales inusuales que van desde los animales vivos hasta el propio e inasible humo. Pero el «arte povera», y Kounellis en particular, se revelan como el crisol en el que convergen las experiencias artísticas más radicales de los 60, tendentes a mermar la definición del arte como mercancía lista para ser deglutida por el mercado. Lo que no sobrevive no se puede vender, por cuanto el valor de mercado es sustituido por la experiencia efímera. En este sentido, Kounellis incorpora a su obra las apuestas más extremas de la performance y del arte conceptual inmediatamente anterior: no cuesta mucho ver en sus trabajos el eco de las ventas de un «espacio de sensibilidad pictórica inmaterial» realizadas por Yves Klein; la suelta de gas en el desierto de Robert Barry; las situaciones corporales casi orgiásticas de Carolee Schneemann. La obra de Kounellis posee, en este sentido, una dimensión performativa que no solamente no resulta marginal y anecdótica en el conjunto de ella, sino que, gradualmente, se va potenciando y tornando en esencial. Hasta tal punto es así, que algunas de las performances de Kounellis podrían considerarse como precursoras de la «estética relacional» de Bourriaud y de las situaciones interactivas de un Rirkrit Tiravanija.

La muerte de Jannis Kounelis implica la desaparición de una de las figuras cardinales del arte de los últimos 50 años. Él forma parte esencial de ese relato intenso, vivido al límite, que abarca el periodo de entre principios de los 60 y la mitad de los 70, en el que el definitivo proyecto de liberación de las prácticas artísticas se llevó a término en unos parámetros poco antes impensables. Desde luego, Kounellis es uno de los gigantes de este medio, un revolucionario cada vez que respiraba.