Crítica

La Bastilla ruge contra Fausto

«La condenación de Fausto» de Berlioz. Voces: J.Kaufmann, S.Koch, B.Terfel, E.Crossley-Mercer. Orquesta y Coro de la Ópera de París. Dirección escénica: A.Hermanis. Dirección musical: P.Jordan. Ópera de La Bastilla. París, 11-XII-2015.

La Razón
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La Ópera de la Bastilla siempre ha tenido bandos que abucheaban las producciones de los contrarios. Así sucedió, por ejemplo, entre los «modernos» de Mortier cuando llegaron los «tradicionalistas» de Joel, pero nunca se había escuchado un rugido, que no un abucheo, más propio de un estadio de fútbol, tal y como me comentaba Kaufmann tras la segunda representación. Las protestas a la escena se producen en las premières y casi nunca en las siguientes. En este caso hubo abucheos e improperios en varios momentos, hasta el punto de que el director de orquesta tuvo que volverse hacia el público con cara de pocos amigos.

La verdad es que había sobradas razones para el profundo desacuerdo. Hermanis debutaba con un Berlioz que reinventa totalmente. La filosofía ha muerto, incapaz de hallar respuestas, y la ciencia intenta ocupar su lugar. Ésta se escenifica en un Stephen Hawking, actuado por un veterano bailarín de Pina Bausch, que se pasea permanentemente por el escenario en su silla mecánica salvo en el final. ¿Quién es Fausto en nuestros días? Aquellos que pretenden ir a Marte en una expedición sin retorno posible, organizada para dentro de veinte años. El viaje de Fausto a su juventud es un viaje interplanetario. Cierto es que el libreto incluye las palabras insecto o rata, pero de una forma marginal, no como para que el regista divida la escena en dos partes horizontales y en la superior se dedique a proyectar ambos bichos, mamíferos marinos, caracoles copulando, erupciones volcánicas o lo que le viene en gana, por muy bellas que sean algunas de las imágenes, al tiempo que en la inferior se pasea Hopkins mientras Fausto, Mefistófeles, Margarita o Brander son personajes prácticamente hieráticos, pasmarotes. Se quejaba Kaufmann, con razón, de que con tres grandes actores-cantantes como Koch, Terfel y él mismo algo más se les podría haber diseñado hacer. En definitiva, un viaje a Marte sin comandante.

El tenor alemán había interpretado el papel en la también absurda producción de la Moneda y en la mucho más interesante de Ginebra de Olivier Py, ambas allá por los primeros años dos mil. La voz le ha cambiado desde entonces, elaborándose una técnica muy personal y probablemente válida sólo para él mismo. La partitura requiere bruscos cambios a registros agudísimos que resuelve inteligentemente en falsetes, pianos delicados y un tipo de recitativo que domina perfectamente. Ya es difícil que tras uno de estos recitativos se produzca una ovación cerrada como la que acaeció. Admirable la exigencia propia, profesionalidad y seriedad con la que afronta su carrera. Bryn Terfel tuvo una impecable interpretación vocal, aunque sin las sutilezas de un Van Dam en el papel y Sophie Koch no lo pudo hacer mejor mientras ballenas nadaban sobre su cabeza. Philippe Jordán ha conseguido mejorar apreciablemente las prestaciones de coro y orquesta, pero se echó en falta ese algo más que supone la inspiración y esto era difícil viendo lo que tenía delante.

Dos apuntes adicionales. Estos registas que se creen tan geniales como para reescribir una ópera, ¿por qué no componen una nueva que refleje sus imaginaciones? ¿Por qué Hermanis no ha escrito el libreto de su proyecto «Marte» y ha encargado una partitura en vez de violentar la de Berlioz? ¿Por qué artistas de la categoría de Kaufmann o Terfel no se niegan? Caballé se escapó de una «Norma» cuando la quisieron hacer cantar «Casta diva» subida a un tanque metralleta en mano.

Y, para terminar, una primicia. Aunque en el Real aún no lo sepan, Kaufmann cantará el 10 de enero (San Gonzalo) los Strauss Op. 10 y los lieder del «Camarada errante» de Mahler, entre otras obras.