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La benevolencia o el arte de quererse bien

La psicóloga Carmen Durán publica un ensayo que da las claves para cultivar al hombre benevolente que llevamos dentro, basado en el conocimiento, la conciencia y la aceptación de nuestra realidad

Dice Carmen Durán que nos resulta difícil aceptarnos porque nadie nos ha enseñado a hacerlo
Dice Carmen Durán que nos resulta difícil aceptarnos porque nadie nos ha enseñado a hacerlolarazon

La psicóloga Carmen Durán publica un ensayo que da las claves para cultivar al hombre benevolente que llevamos dentro, basado en el conocimiento, la conciencia y la aceptación de nuestra realidad.

«Benevolencia es querer el bien para mí mismo y para los demás y al mismo tiempo, querernos bien a nosotros mismos y a los demás», así define la psicóloga Carmen Durán la palabra que da título a su último libro «La benevolencia» (Kairós), fruto de su larga experiencia psicoterapéutica. La autora de «Amor y dolor en la pareja», «El sentimiento de culpa» o «Eneagrama», publica un ensayo sobre esta cualidad humana esencial para el individuo y las relaciones interpersonales, con un significativo subtítulo, «El camino del corazón». «Puede considerarse un libro de autoayuda en cuanto a la intención de que algunas de las respuestas encontradas puedan servir a los lectores. Pero no lo es porque no propone consejos o recetas, sino que intenta abrir cuestiones que lleven al lector a su propia reflexión», explica. «La sociedad actual genera mucha violencia, no estamos acostumbrados a mirar las diferencias simplemente como tales, tendemos a considerar lo diferente como malo y lo atacamos. Y cuesta compartir, tendemos a mantener nuestros privilegios excluyendo a los demás, temiendo que nos los arrebaten». Surge la pregunta entonces, ¿el hombre es bueno y benevolente por naturaleza o es un lobo para los demás? Para Durán, «el hombre tiene y necesita las dos facetas, la buena, tolerante y benevolente, y la agresiva y egocéntrica. Es una utopía pensar en el hombre como bueno por naturaleza o totalmente malo. De él apostar más por una u otra».

Todo no vale

«La benevolencia va más allá de la polaridad egoísmo-altruismo, se sale del maniqueísmo, de la dicotomía “yo-otro”, supone querer para los demás el bien que quiero para mí. Aceptarnos en lo que somos, tenemos y podemos, que no significa “todo vale”, sino que a pesar de esto, sepamos querernos y aceptarnos con nuestro lado oscuro y el de los demás en un plano de igualdad», afirma. Pero, ¿sabemos hacerlo? «Es difícil porque nadie nos enseñó, nos enseñaron una moral calvinista o católica de lo bueno y lo malo. Lo malo no podemos quererlo y lo bueno debemos quererlo a toda costa, aunque no esté a nuestro alcance. Para querer bien a los demás hay que saber quererse a sí mismo primero. “Parece obvio, “ama al prójimo como a ti mismo”, pero el “a ti mismo” se nos olvida muchas veces. Si tienes una actitud de intolerancia o intransigencia contigo mismo, es difícil ser tolerante con los demás». Y continúa: «La benevolencia nos hace más tranquilos, más serenos, más felices, facilita las relaciones. Las personas intolerantes e intransigentes son difíciles de manejar y las violentas, no digamos. Las benévolas nos hacen la vida más fácil y nos la hacemos a nosotros mismos. Sus ingredientes principales son, tolerancia, comprensión, compasión. Las dos primeras son otra forma de llamar al amor y la compasión tiene que ver con la empatía. Y esto implica cambiar la mente, conocernos a nosotros mismo, porque si no es así, estaremos construyendo en falso. Si negamos aspectos de nosotros, si la tolerancia no es real y dejamos cosas fuera de juego, es relativa, solo toleramos lo que nos gusta y ese proceso nunca es fácil. Me gusta el maestro Balsekar que ironiza sobre esto cuando dice, «el conocimiento de uno mismo nunca es una buena noticia».

Por el contrario, «las actitudes narcisistas, egocéntricas, creerse el centro del mundo, persona especial con derecho a todo sin contar con el otro, son opuestas a la benevolencia y a veces lo solucionamos cerrando los ojos», dice Durán. ¿Cuál sería, entonces, el camino más adecuado para llegar a ella, la razón o corazón? «El corazón –afirma–, pero tienen que ir juntos, porque si lo emocional siega la razón, es imposible. Se vio en la II Guerra Mundial, cómo las pasiones emocionales segaron hasta tal punto la inteligencia racional. El camino parte del corazón, pero necesita un cambio de pensamiento, unos valores establecidos para que sea productivo. Mente y corazón ha de ir unidos. Nuestra diferencia con otros animales no es siquiera la inteligencia, es la capacidad de conciencia de uno mismo y del mundo».

¿Qué es el eneagrama?

Y para conocer quién soy yo, «la mejor herramienta que he encontrado es el eneagrama –explica–. Un mapa del carácter que distingue nueve tipos de pasiones humanas, que determinan la peculiaridad de nuestro carácter: ira, orgullo, vanidad, envidia, avaricia, miedo, gula, lujuria y pereza, con diferentes variantes». Asegura Durán que no son patrones rígidos y que podemos identificarnos con unos u otros según los aspectos que dominen nuestra vida: «Tenemos todas, pero una se hace dominante por circunstancias genéticas y de crianza. Lo interesante del eneagrama es que no solo analiza el carácter, sino que plantea salidas». Y continúa Durán: «Este conocimiento debe conllevar cambios en el ser y, como consecuencia, en nuestra vida. Muchas veces nos empeñamos en cambiar las circunstancias– cambios de residencia, trabajo, pareja...– y es al contrario, hay que cambiar el ser para que cambie la vida. Y este camino suele hacerse acompañado, los budistas y orientales, con un maestro, pero también leyendo, meditando y trabajando psicológicamente». ¿La porpia vida nos pone a prueba? «A veces, sí es la propia vida la maestra, poniéndonos a prueba ante situaciones difíciles y duras que nos hacen despertar y provocar cambios. Un hombre dormido vive sin conciencia de sí, ni de su dimensión espiritual, actúa mecánicamente, como los animales, regidos por sus instintos. Si nos quedamos en ese nivel somos hombres vendidos, reaccionamos de manera mecánica ante cualquier estímulo, repetimos el mismo patrón. Para evitarlo, es importante cultivar esa dimensión espiritual, dar un sentido a la vida mirando hacia dentro», concluye.