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La mujer iraní dice basta a la opresión

La periodista y escritora francesa Delphine Minoui descubrió su acervo cultural iraní después de una década viviendo en el país persa, donde le sorprendió que las mujeres están ya desafiando las normas con una «cultura de la audacia».

Delphine Minoui, ayer, en el Instituto Francés de Madrid
Delphine Minoui, ayer, en el Instituto Francés de Madridlarazon

La periodista y escritora francesa Delphine Minoui descubrió su acervo cultural iraní después de una década viviendo en el país persa, donde le sorprendió que las mujeres están ya desafiando las normas con una «cultura de la audacia».

La de Irán debe ser una sociedad moderna porque está plagada de contradicciones. Así la describe Delphine Minoui (París, 1977), periodista y escritora francesa para resumir sin clichés sus experiencias durante más de una década en el país islámico, donde trabajó como corresponsal para medios de su país. «He vivido en Líbano, Egipto, Afganistán y en Turquía, pero ninguno de esos países tiene una sociedad civil tan activa como la iraní», explica la autora de «Je vous écris de Téherán» («Le escribo desde Teherán»), libro que acaba de publicar y que no ha sido aún traducido al castellano, y que trata sobre un doble descubrimiento, el de una realidad exterior, la sociedad de aquel país, y una interior, su ascendencia familiar, un «misterio oculto» en su infancia.

Nada de lo que terminó pasando estaba planeado. «Mi padre llegó a Francia con 11 años. Yo nací en un entorno completamente parisino, me he educado en buenos colegios y universidades, y siempre que me preguntaban por mi origen, la respuesta era clara: soy francesa. De Irán no se podía hablar en casa. Sin embargo, cuando acabé mis estudios de periodismo, mi abuelo se puso enfermo y vino a operarse del corazón. Pero los médicos dijeron que tenía los días contados, que su problema era inoperable. Estuve con él todos los días que le quedaban y aprendí un poco de persa». Su abuelo, que sobrevivió a la guerra con Irak y a la revolución islámica, irónicamente, fue enterrado en París la primera vez que salía al extranjero. «En Irán, la poesía es muy metafórica y muy importante y él me enseñó un poema: ‘‘No hay que temer a la ola / sino a ese más allá de la arena / tranquilizadora de la orilla’’. Con esos versos tomé la decisión de ir tres semanas a Teherán a conocerme. Me quedé más de diez años», explica la periodista.

En el libro, la autora cuenta por carta a su abuelo a título póstumo (aunque, en realidad, se dirige al lector occidental) sus vivencias en el país. Minoui dio por cerrada su estancia cuando comenzó la represión de las protestas contra Ahmadineyad en 2009 y el ambiente se volvió irrespirable. «A una mujer educada en Occidente le cuesta bastante encontrar su sitio. Llevar el pañuelo todos los días o evitar darle la mano a los hombres entre otras muchas conductas no es algo sencillo de re-aprender. Por ejemplo, si aceptas una invitación a un café, como mujer, estás aceptando algo más. En una ocasión yo invité a una persona a cenar y me ofreció un matrimonio temporal (risas). Era joven y esas cosas se aprenden con algunos apuros». Sin embargo, no siempre se dan estos choques culturales, sino que entre la población se dan muchas sensibilidades. Hay que conocerlas para saber cómo comportarse. «Con cada persona te debes poner una máscara diferente: o bien ocultas de dónde vienes o te puedes mostrar abiertamente occidental, pero no hay una regla tan clara».

Toma de conciencia

La opresión a la mujer es bien conocida: «Todo el sistema está pensado para oprimir. Las mujeres son, en palabras de Simone de Beauvoir, ‘‘el segundo sexo’’. Según la ley islámica, una mujer vale la mitad que un hombre. Tanto cuando testifica ante un tribunal como en el reparto de la herencia. Y la mujer no tiene acceso a determinados oficios. No pueden ser jueces, porque son ‘‘blandas’’, no pueden cantar para no ser demasiado sensuales, no pueden ir al fútbol porque los hombres van semidesnudos. Eso ya se ha contado mucho en Europa. De lo que se habla menos es de que existe una cultura de la audacia entre las mujeres. Por ejemplo, como no las dejan ser jueces, hay muchísimas abogadas. Si no pueden ir al fútbol, se cortan el pelo como un casco, se ponen una gorra y ropas anchas, y van. Y hablan de ello aunque se están jugando la prisión», explica la escritora, que vive en Turquía desde hace cinco años pero sigue soñando y a veces pensando en persa. «Hay una toma de conciencia femenina en Irán muy clara y cada vez más fuerte. Cada vez más padres dividen su herencia a partes iguales entre sus hijos en contra de la ley». El 60 por ciento de los universitarios son mujeres y su presencia en consejos municipales, medios y el parlamento es creciente. «A pesar de la fachada negra que se nos presenta a veces, hay una sociedad femenina muy activa en Irán».

Sin embargo, para una mujer europea y periodista no debe ser sencillo atreverse a llamar a algunas puertas en el país de Ahmadineyad. «No fue fácil. Ponerme el pañuelo era un problema y tuve que asimilar que es como debía comportarme en un país que no es el mío. Sin embargo, también tuvo sus ventajas. En un sentido, me permitió acceder a una parte invisible de la sociedad. Ningún hombre puede estar presente en las reuniones de mujeres y mis colegas periodistas me envidiaban por estar allí en el rezo, por ejemplo. Presenciando cómo las madres examinan a las que pueden ser sus futuras nueras hasta que ellas mismas las invitan un día a conocer a sus hijos. También hay otro efecto positivo dentro de lo cuestionable que es el velo. Cuando lo llevas, te conviertes de inmediato en un ser asexuado. Pierdes atributos físicos y eso me permitió entrevistar a los ayatolás más importantes. Así que, en el fondo, yo tuve acceso a todas las esferas de la sociedad a través de mi condición de mujer», comenta Minoui.

En el país persa, más de la mitad de la población tiene menos de 30 años. «Hay una generación que ha nacido bajo la revolución islámica, que la conocen desde el biberón, y que se ha acostumbrado a un modo de vida esquizofrénico. Se comportan en la calle como es debido, pero en casa se ponen minifalda. Hacen lo que está permitido y lo que no, también. Todos tienen conexión a internet, filtrada, pero ya tienen un ‘‘proxy’’ (servidor intermediario) para saltarse la censura. Cuentan hasta con parabólicas pequeñas, escondidas bajo el techo», explica la escritora. ¿Y el alcohol? «Pues tienen lo que llaman el ‘‘servicio armenio’’. Allí está prohibido su consumo, pero no para los armenios en el marco de su culto religioso, así que ellos manejan el ‘‘business’’. Los jóvenes tienen en su móvil el número de alguno camuflado con nombre occidental como Edward o algo así, y le llaman para encargarle una botella de algo con un nombre en clave. Los armenios la sirven a domicilio en una bolsa de basura, como si fuera un camello en Europa, vamos».

Ante la flexibilización de algunas costumbres se abre la esperanza a que se reinterpreten las leyes. «En la religión chií, todas las preguntas están permitidas. Por eso hay una corriente de pensamiento reformista en el mismo seno de la revolución islámica. Que nadie piense que no hay autocrítica o debate social. Al contrario, existe y es apasionante. Porque de la misma manera que se emiten fatuas negativas, las hay positivas. Recientemente, una ha generado polémica dicendo que el uso del velo por la mujer debe ser optativo. Y que el consumo de alcohol en determinados supuestos podría permitirse. Es ilimitado. El problema es que el sistema político, que tiene un líder supremo sobre el poder político, tiende a perpetuarse. Así que el cuestionamiento de las normas puede generar un cambio en la buena dirección... o en la mala».