Teatro Real

La ópera de los debutantes

«Roberto Devereux», de Donizetti, abre la temporada del Teatro Real, en la que los dos tenores, Gregory Kunde e Ismael Jordi, y no son los únicos, lo cantan por primera vez.

La ópera de los debutantes
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Es 1837. Teatro San Carlos de Nápoles. Gaetano Donizetti estrena «Roberto Devereux». Al Teatro Real llegaría en marzo de 1860. Las circunstancias en las que concibió esta tragedia lírica en tres actos fueron absolutamente terribles, pues la muerte de sus padres, uno de sus hijos y su esposa tras a dar a luz le había dejado sumido en la más absoluta de las soledades. Cualquiera se habría dado por vencido. Nuestro personaje decidió seguir adelante y componer una de las óperas más bellas que ha dado la historia del bel canto, escrita en plena madurez donizzetiana. El ensayo el sábado a puerta cerrada colocó a una Mariella Devia como la reina Isabel en lo más alto, sobre todo en el tercer acto, y ayer volvió a brillar. Junto a ella el reparto funcionó bien.

«Es un compositor que me viene vocalmente perfecto. Con Donizetti puedo utilizar todas mis armas. Yo diría que es con el que mejor me siento», dice Ismael Jordi, tenor que cambió hace ya mucho tiempo las botas de fútbol por la ópera (el deporte está en su agenda subrayado en rojo: «No soy un histérico, pero creo que los cantantes de ópera somos como deportistas de élite»). Tiene el cantante trazas y tipo de torero, tal alto y delgado. Dicen quienes ya le han escuchado cantar este Roberto, que suena a gloria bendita. Mañana debutará en el papel, lo mismo que Gregory Kunde, cabeza de cartel del primer reparto; la enorme Mariella Devia, que lo ha cantado en conciertos y grabaciones, de hecho es uno de su papales fetiches, pero será su primera vez escénicamente; la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé en el papel de Sara, y el barítono Ángel Ódena, como el duque de Nottingham. Él no le da importancia y explica que ahora lo estrena tras haber cantado ya «Maria Stuarda» y «Anna Bolena», del mismo compositor y pertenecientes a la denominada trilogía de los Tudor. «La producción de la Welsh National Opera es estupenda. Además, como cada uno tenemos una manera de cantar, la nuestra, me sirve para aprender». Se refiere, claro está, a sus compañeros de reparto, pero especialmente a Gregory Kunde, el tenor norteamericano que es un manojo de sensibilidad y de quien habla con verdadero afecto. «¿Te has fijado lo que se parece a Kenneth Branagh?», le preguntamos. «Bueno..., son clavaditos», y nos reímos. Para Kunde y Jordi en el escenario de esta ópera total se cruzan los sentimientos, se tropieza uno con ellos, la verdad, la pasión, los celos, el amor callado, la traición. Y el poder. ¿Pensó el tenor jerezano que alguna vez sería Devereux? «Todavía creo que estoy soñando. Es de las primeras óperas que escuché y jamás imaginé que la cantaría. Y cómo es ese aria de la cárcel», explica con un movimiento de manos. «Cada ensayo y cada función es una “masterclass”», aclara con orgullo. Kunde pisó un teatro de ópera por primera vez con 19 años. Le arrastraron literalmente porque él no tenía el menor interés. Era «Salomé», de Strauss, nada menos. Y cuando la escuchó decidió que su vida sería la ópera: «Me impresionó tanto que en aquel momento lo tuve claro, lo vi». De ahí que anime a los jóvenes a desterrar prejuicios: «En Estados Unidos en los 70, que es cuando yo me estaba formando, no había demasiados teatros de ópera, sólo los grandes coliseos de las ciudades más importantes. Era un tipo de música que no me interesaba nada. No me gustaba, decía, y eso que jamás había escuchado una. Es como cuando te ofrecen un alimento que nunca has probado y lo rechazas sin haber abierto la boca. Pruébalo y luego hablas. Con este arte pasa exactamente lo mismo: lo tienes que vivir para poder hablar de él, sobre todo los jóvenes», explica.

Un papel heroico

A ambos se los ve tranquilos. «Todo lo que signifique debutar es importante. Si además es en un teatro como éste, más. Siempre han cantado este papel tenores más heroicos y creo que es una equivocación. Mira Bros, que lo borda», dice. Con Kunde, que encabeza el primer reparto, la relación es bárbara y ha tenido el de Jerez la oportunidad de volver a encontrarse con Mariella, otra inmensa voz de referencia para esta obra: «Es que no puedo pedir más porque es una apuesta tremenda. Yo debuté con “L’elissir d’amore”, imagina. Todos hemos formado una piña. Estamos aquí como en un “Gran Hermano”», señala. Kunde también mueve las manos cuando habla. Sentado parece más pequeño de lo que realmente es. «Ismael es un gran cantante y un buen amigo. Para mí es un placer poder disfrutar de su voz. Puede resultar extraño que la relación entre cantantes sea buena, pero es así. Hace cincuenta años existía una enorme rivalidad entre los tenores, por ejemplo, se miraba, se medían. Yo te puedo decir que mis grandes amigos son tenores, están en esta profesión», dice quien sostiene que la ópera goza de una buenísima salud: «¿Muerta? Para nada. Aquí hay dos elencos, no un primero y un segundo, sino dos. Todos formamos un grupo», apostilla.

Cuando se habla de ópera tendemos a buscar en el programa de mano el nombre del director de escena, mirar hacia el escenario primero y a escuchar después. En este caso, ambos cantantes alaban la regia del joven Alessandro Talevi (limpia, que juega con las luces, conceptual y que se centra en una araña), pero ¿qué sería una ópera sin la voz? «Ahí está el foco. Y Roberto Devereux necesita muy buenos cantantes», dice Jordi. Y los tiene. Y los hay, dirigidos, además, por la batuta certera del maestro Bruno Campanella. ¿Por qué se dice que antes, hace unas décadas, había mejores voces? Kunde toma la palabra: «Tenemos voces grandes como la de Mariella (Devia), que es la reina del bel canto. O Gruberova. No podemos establecer ese tipo de comparaciones entre ayer y hoy porque las circunstancias son básicamente muy distintas. La tecnología ha creado otro panorama de inmediatez: hoy pisas el escenario y sabes que, para bien o para mal, tu actuación va a estar colgada en «Youtube» al momento. La presión es bastante mayor. Fíjate, casi te haces más famoso por desafinar que por dar la nota justa. Mira Ismael, que es un ejemplo. Hay un montón como él, jóvenes, preparados y brillantes».

Gran cantera

El español comparte y suscribe cada palabra de su compañero: «La cantera es muy potente en todas las cuerdas». Su carrera ha sido tranquila. «No creo en las fulgurantes, porque corren el riesgo de apagarse, y sí en el estudio, en caminar poco a poco y en dar pasos en una misma dirección, pero no en hacer de esta carrera tu vida entera. Yo me tomo mis pausas, que son necesarias, mis vacaciones. Necesito ver a mi gente y estar con mi familia. Jerez me pone los pies sobre la tierra. Eso de poder parar en casa y tomarte una copita o una cervecita y hablar de cualquier cosa despacio...». La primera vez que le ofrecieron cantar «Werther» lo rechazó porque no se encontraba capacitado. Ya habría tiempo más delante, pensó. «Duermo muy bien cuando digo “no”. Porque, como decía Kraus, ésta es una carrera que se hace con el “no”. Ni quiero apretar demasiado ni quemarme».

Para Kunde, que se emociona, tanto que casi llega a las lágrimas cuando habla de ello, la vuelta al Real es un regreso al bel canto, que tuvo que dejar a un lado por una enfermedad que casi le costó aparcar su carrera. Hoy lo celebra: «El bel canto me da la vida. Cuando he regresado a él me he dado cuenta de que era una parte fundamental de mi carrera. Es y ha sido mi medicina para el alma y para la voz. Me siento afortunado y privilegiado por poder regresar a cantar estos papeles». Y los ojos, azules, se le hacen aún más transparentes cuando habla de Madrid, una ciudad diez para él. Aquí cantó en 1995 en la Zarzuela, dos meses después de recuperarse de su larga enfermedad. Y ahora regresa para darlo todo. Y lo dice saboreando cada palabra y con los ojos llenos de agua. Y Jordi deja para el final una confesión sobre la que nos quedaremos hablando después: «¿Sabes qué echo de menos?», pregunta con un tono que se antoja casi infantil. «Las cosas simples de la vida».