Literatura

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La otra muerte de Lorca

Manuel Ayllón señala en una obra el «silencio cómplice» de la familia del poeta, y en especial a la acción de los padres, que retiraron el cádaver de Víznar al poco tiempo del fusilamiento, como una de las causas de que nunca se hayan encontrado los restos y se haya alimentado el mito de su desaparición

Postal de una composición del artista Feito exhibida en el Museo Postal y Telegráfico de Madrid
Postal de una composición del artista Feito exhibida en el Museo Postal y Telegráfico de Madridlarazon

Manuel Ayllón señala en una obra el «silencio cómplice» de la familia del poeta, y en especial a la acción de los padres, que retiraron el cádaver de Víznar al poco tiempo del fusilamiento, como una de las causas de que nunca se hayan encontrado los restos y se haya alimentado el mito de su desaparición

¿Una ejecución? ¿Un crimen? ¿Razones políticas? ¿Una venganza? ¿Ajuste de cuentas? ¿Una casualidad? Tal vez un poco de todo y, desde luego, un mucho de misterio. El asesinato de Federico Garcia Lorca es el arranque de una historia aún no conclusa; como en todo crimen indescifrable, falta dar con el cadáver. El relato a partir de aquellos hechos que ocurrieron a mediados de agosto de 1936 en una ciudad como Granada, atenazada por el miedo e inmersa en una ordalía de violencia criminal, comenzará con una agresión contra el poeta, después se instalará en el escondite que le ofreció la casa de unos amigos falangistas, pero una imprudencia de Federico dará pie a una denuncia sin mucho fundamento que llevará a su detención inesperada, tal vez un ajuste de cuentas entre facciones sublevadas, para terminar con un traslado al Gobierno Civil de Granada, la casa del terror, la antesala de la muerte airada.

A partir de ahí todo son incertidumbres. Idas, venidas, presencias y ausencias, guión difuso y confuso de un drama donde los actores son personajes de cuento o de tragedia. Hay políticos y militares, leales y traidores, figurantes ambiciosos y criminales sin fondo, idealistas desencantados y aventureros heroicos, canallas que devinieron en respetables y gente de bien que desapareció de la escena, amantes garduños y amigos honestos, familias cainitas con secretos de tribu y rencillas de alcoba, sexualidades ardientes y creencias sin sustancia, fascistas, aristócratas, comunistas, parientes, jornaleros, curas, prestamistas, toreros, policías, abogados y funcionarios, asuntos y personajes todos que reclaman a gritos un autor que los componga, que les de a la luz, que los saque del misterio, que les de vida después del crimen, porque muchos la perdieron por ser víctimas o matadores.

Con esos mimbres se construye «El caso Lorca», un relato que pretende adentrase en un misterio, en el pantanoso piélago de los secretos. Tres preguntas para estructurar el relato: ¿Quién mató al poeta? ¿Por qué razón? ¿Dónde yace su cuerpo? La obra es una aventura literaria, prueba de ello es el continuo mudar, el «constructum» de unos hechos que se convirtieron en misteriosos desde su comisión misma. Gente inocente perseguida por una culpa negra, criminales sin sombra desaparecidos de los papeles y de la memoria, relatores complacientes que siempre ofrecen lo que no saben, mentiras que andan solas, verdades que se esconden, silencios que se pagan, palabras que se venden, esos son los actores de un drama que empezó en tragedia y terminó, desgraciadamente, en sainete.

Federico García Lorca ha sido mito antes que historia, leyenda antes que noticia, misterio antes que pasado. Desbrozar su muerte, circunstancias y razones, se convirtió en tarea de muchos y por muy distintos motivos. Han valido para ello la curiosidad, el deseo de justicia, el morbo por lo turbio, incluso el amor. En ese relato anónimo, colectivo y contradictorio, admirable por eficaz y recurrente, juega un papel principal el lugar desconocido de su tumba, el carácter «ausente» del poeta.

El ignorado final de sus restos es algo determinante porque esa situación de «paradero desconocido» ya ha sucedido en otras ocasiones influyendo en la configuración de mitos similares, baste con recordar la condición de «ausente» por dos años de José Antonio Primo de Rivera o el eterno «sebastianismo» portugués. La aureola romántica del cadáver desaparecido, un clásico de los relatos góticos, coadyuva notablemente a que el mito se mantenga en pulsión permanente gracias a una pesquisa inconclusa. ¿Qué justificación tiene, si no es así, la negativa de la familia a buscar los huesos de su ancestro?

La aparición del cadáver mutilaría un aspecto esencial del mito. Ante ello, ¿cómo se va a consentir que ese suceso legendario, ese crimen histórico, esa vesania injustificable, carezca de alguno de los elementos que lo han adornado desde que nació al mundo de la palabra escrita o susurrada? Tampoco han aparecido los cadáveres de Antoine de Saint Exupéry, ni de Glenn Miller, ni de Amelia Earhart, ni de Ambrose Bierce, pero ellos no eran mitos; solo eran escritores, músicos o aventureros, gente común, no dioses. El cadáver de Lorca no hay que buscarlo en Víznar sino en el monte Olimpo, donde viven y mueren los héroes.

Hechos prodigiosos

Para que un mito funcione, las partes que lo integran tienen que encajar como las piezas de un reloj suizo, perfectamente, y no es la veracidad, sino la lógica, lo que anima una arquitectura de esa naturaleza. Como apunta Mircea Eliade, para que un relato tradicional acceda a la condición de mito ha de protagonizarse por un ser extraordinario e instalarse en acontecimientos prodigiosos. En el caso de Federico García Lorca, la ausencia de cadáver convierte el asunto en extraordinario, ya que su protagonista es un simple mortal, y así ha de permanecer, y su obra, indudablemente meritoria, ha de ser calificada, cuando menos, de excelsa. Las demás circunstancias, para coadyuvar en la eficacia del «constructum», deben adornarse de un dramatismo que las acerque a la leyenda, que es la antesala del mito. La muerte como martirio, el castigo por sus ideas políticas, el abandono por los suyos, la postrera conversión religiosa, el secreto del crimen, la nocturnidad, son todos recursos instrumentales de muy probada eficacia en orden a procurar una vis dramática imprescindible en estos procesos.

Hoy ya queda muy poco por saber del poeta, si acaso solo dónde está enterrado, y esta obra que presento no ha pretendido otra cosa que desarrollar una hipótesis razonable para cruzar la última frontera, una línea que únicamente sus herederos saben dónde se trazó entonces. El ejercicio de la fantasía navegando por el misterio en la barca de una investigación cuidadosa es la hoja de ruta de este relato, porque la poesía del mito muere cuando se interpreta como historia.

Se puede hablar de un Lorca «revisited», como se hizo antes con la Highway 51 de Bob Dylan, pero el asunto no da para más, salvo que Buñuel, si viviese, montara «un excelente filme blasfemo sobre el adefesio en que ha sido convertido su amigo Federico», como decía José Antonio Gabriel y Galán. Yo creo, como dice Eduardo Haro al respecto, que «Lorca se nos ha ido de las manos», que todos hemos contribuido en alguna medida a crear el monstruo. Lorca, por todo ello, ha devenido en un espectro al que se llega, inevitablemente, por algo muy español, cual es elegir personajes a los que primero se mitifica, luego se sublima y por último se idolatra en medio de una paranoia colectiva.

Las páginas de «El caso Lorca» apuntan hacia una historia que comenzó como enigmática y que al final ha resultado tragicómica. Lo que parecía indescifrable e ignoto se ha desvelado como oculto, simplemente, y olvidado después, eso es lo paradójico. Lo que parecía magnífico e inescrutable ha devenido en algo púdicamente eludido. El silencio de la familia, presentado como decoroso, se interpreta aquí como cómplice de algo que no debe ser conocido. La impericia de las administraciones públicas en la depuración del enigma se configura en sus páginas como una mera desidia irresponsable.

Las recientes excavaciones en Víznar en septiembre de 2016 dirigidas por Miguel Caballero y Javier Navarro confirman la localización de los pozos que contuvieron los cuerpos de aquellos cuatro hombres que fueron asesinados aquella noche, pero sus conclusiones señalan que fueron removidos a las pocas horas; no hay contaminación biológica pero sí evidencias de que los cadáveres estuvieron allí durante unas horas. A partir de esa evidencia comienza una investigación indiciaria que localiza el cuerpo en dos emplazamientos sucesivos y señala a los padres del poeta como actores principales de la peripecia. Uno era provisional, no se pretendía otra cosa que recuperar el cadáver y llevarlo a la casa granadina de su familia, la Huerta de San Vicente. El otro, en el pequeño municipio de Láchar, en la Vega del Genil, cercano al lugar en que nació Federico Garcia Lorca y por donde se habían paseado los protagonistas de «La casa de Bernarda Alba», pretendió ser definitivo, pero no fue así. El azar, el olvido y la paradoja truncaron un plan que parecía perfecto.

El cuerpo ya no está en Víznar, donde solo permaneció unos días; tampoco está en la Huerta de San Vicente, donde solo reposó unos meses; ni en el oratorio, ya derruido, de los duques de San Pedro Galantino en Láchar, donde descansó casi cuarenta años. Sus restos, desde 1977, siguen escondidos en alguna parte. Tal vez perdidos para siempre. «El caso Lorca», que apunta hacia ese último destino, construye una fantasía razonable para trazar el itinerario de un viaje fúnebre, misterioso y casual.

Los cuatro puntos clave del asesinato

¿Se ha buscado al poeta en el lugar adecuado?

Entiendo que las excavaciones en Víznar han buscado la localización de los pozos donde se enterraron los cuerpos tras el fusilamiento de García Lorca y sus tres compañeros de infortunio. En ese sentido, tras la fallida intentona de 2009 propiciada por la Dirección General de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, ha sido el equipo dirigido por Miguel Caballero y Javier Navarro quien ha dado en septiembre de 2016 con la localización exacta de los pozos que contuvieron los cuerpos...pero ya no estaban. El informe oficial de los directores de la excavación señala «la evidencia de que el terreno ha sido removido de forma manual, unido a la ausencia de restos humanos, lo que concuerda con la posibilidad de una exhumación de los cuerpos allí enterrados. Esta exhumación tendría que haberse realizado en un periodo de tiempo anterior a que los cadáveres llegaran a un estado de esqueletización». A partir de esa conclusión académica procede a señalar hacía dónde pudo ser trasladado el cadáver y el porqué de dicha maniobra, siempre encubierta. En mi obra apunto dos emplazamientos sucesivos más y las razones de la familia al elegirlos.

¿Cuáles fueron las verdaderas razones de su muerte?

Son varios los motivos que convergen en el crimen, desde la casualidad a la venganza. La estancia del poeta en Granada, a fin de celebrar su onomástica y la de su padre, le localizan en el escenario de la sublevación el día 18 de julio, festividad de San Federico y fecha del golpe de Estado; salir de la casa de los Rosales, que le protegen y esconden; a fin de comprar tabaco en la plaza de la Trinidad el 15 de agosto le hace darse de bruces con la manifestación de los sublevados y algunos le reconocen y le siguen; estar oculto en casa de falangistas comporta una denuncia contra él auspiciada por gente de la CEDA, enemigos de los de José Antonio en las luchas de poder entre sublevados; que hubiese leído en Granada «La casa de Bernarda Alba» recrudece la inquina de viejos enemigos de su padre, los Roldán, los Quesada, los Benavides, que se ven retratados en sus páginas; darse de cara en el Gobierno Civil, ya detenido, con un viejo enemigo suyo, el teniente coronel Nicolás Velasco, le pone en el disparadero de la represalia; los enemigos de su padre encuentran la ocasión para la venganza y la ordalía criminal tras la sublevación permite el crimen.

¿Qué papel jugó la familia en su arresto y posterior asesinato?

El teniente coronel Nicolás Velasco Simarro, el abogado Juan Luis Trescastro, secretario político del diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso, el autor de la denuncia contra el poeta, y otros intervinientes en el arresto son colaboradores de Horacio Roldán Quesada, de la familia de los Roldán, viejos y acérrimos enemigos del padre del poeta, don Federico García Rodríguez. Promover la detención del escritor sale de ese entorno que mantiene litigios y rivalidades de años contra don Federico. En el pelotón de fusilamiento está Antonio Benavides Benavides, primo del poeta por parte de padre que era cuñado de los Roldán por su primer matrimonio y primo de Pepe el Romano, José Benavides Peña, un personaje real retratado para su disgusto en «La casa de Bernarda» Alba y también primo del poeta por parte de su padre.

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¿Hay intereses que impiden que se sepa la verdad?

Por supuesto. ¿Por qué, si no, siempre se niega la familia a la búsqueda del cuerpo? La poderosa Fundación García Lorca, dirigida por los herederos y protegida y subvencionada por múltiples organismos públicos, lo rechazan. La tercera parte de mi libro analiza con detalle la posición de los suyos y qué intereses pueden sostener esa negativa pertinaz. Valga una declaración de Laura García Lorca referente a la búsqueda de los restos: «Morbo, fetichismo y oportunismo es lo que mueve todas esas acciones. Lo que se pueda averiguar no justifica remover los restos de las personas que junto a él se encuentran. Los familiares no necesitamos saber detalles, cuántos tiros le dieron a Federico. Para nosotros no hay dudas, ni es una información que nos afecte».

* Autor de «El caso Lorca»

Ficha

«El caso Lorca»

Manuel Ayllón

Doña tecla

472 páginas,

19,95 euros