Literatura

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Antonio Papell: «No hace falta ninguna segunda transición»

Periodista y escritor. Publica «Elogio de la Transición», un libro que ensalza las virtudes de un momento crítico de nuestra historia que, a su juicio, sigue con plena vigencia

Antonio Papell/ Periodista y escritor
Antonio Papell/ Periodista y escritorlarazon

Publica «Elogio de la Transición», un libro que ensalza las virtudes de un momento crítico de nuestra historia que, a su juicio, sigue con plena vigencia

Las elecciones de diciembre cambiaron el mapa político español con la irrupción de nuevos partidos que han supuesto el final del bipartidismo imperfecto. La crisis y la corrupción de los últimos años trajo una nueva generación que, entre otras cosas, cuestiona la Transición, un proceso histórico que había sido respetado y valorado como paradigma de lo que debe de ser el tránsito pacífico desde una dictadura a un sistema democrático. Antonio Papell acaba de publicar «Elogio de la Transición» (Akal), donde analiza ese proceso complejo en el que confluyeron intereses, anhelos y una fuerte presión social que desembocó en la Constitución del 78, y que, aún necesitada de algún retoque, ha sido la base de una convivencia que ha dado a España 40 años de prosperidad.

–¿Fue una epopeya la Transición?

–Fue una obra de gran envergadura, capaz de acoger a colaboradores de la dictadura y al PCE en la edificación de un régimen democrático. Todavía con claroscuros, el balance total a 40 años vista es indudablemente positivo. Un ejemplo para otros países, un alarde de patriotismo, sentido del Estado, de consenso y, sobre todo, de afán de concordia.

–¿Fueron más importantes los hitos históricos o el espíritu?

–El espíritu, sin duda. No se podía repetir otra Guerra Civil en la que los vencidos tomaran venganza sobre los vencedores. Eso había que evitarlo a toda costa. La referencia fue la guerra, convencidos de que había sido una atrocidad entre hermanos. Ése fue el móvil fundamental de las dos partes.

–¿Había conciencia de misión histórica?

–Sí, y esto movilizó a gran parte de la sociedad civil para que participase en política. Una de sus virtudes fue que, además de los políticos profesionales, acudieron muchos que no lo eran, como Garrigues Walker, para apoyar la causa de la democracia.

–¿Cuál era su verdadero valor?

–Fundar una democracia parlamentaria absolutamente homologable con las europeas y, en algunos aspectos, más adelantada. La nómina de constitucionalistas fue muy relevante y salió una Constitución bastante decente para las condiciones que tenían y para la época.

–¿Fue necesaria la buena fe?

–Efectivamente, y cierto desprendimiento y generosidad que sólo se producen en momentos fundacionales o excepcionales. Todos cedieron. No le puedes pedir heroísmo en general a la clase política, pero sí en momentos de singular riesgo y peligro.

–¿Qué importancia tuvo el Rey?

–Fundamental. Tenía un instinto político que no se le puede negar y se apoyó en una persona que al principio generó desconfianza, Suárez, y que al final fue decisiva.

–¿Fue su gran acierto?

–Creo que sí. Instintivamente buscó una persona joven. Tenía sus defectos, pero también unas virtudes que lo hacían acreedor de esa confianza. Era secretario general del Movimiento y, por tanto, gran conocedor del régimen anterior y había que conocerlo para llevar a las cortes franquistas a que aceptasen una Ley de Reforma. Eso fue una obra maestra.

–¿Cuándo puede decirse que acabó la Transición?

–Es una convención, algo arbitrario. Para mí terminó en las elecciones de 82, porque faltaba que la izquierda llegara al poder tras una guerra que había perdido y una dictadura de derechas. Esto lo normalizó. Otros piensan que fue la manifestación contra el 23F, la vacuna final contra el golpismo.

–¿Y cuándo comenzaron las críticas?

–Con la crisis económica y el fracaso de los gobiernos. La burbuja inmobiliaria, la negación de la crisis... y, en medio, la corrupción. Llevándoselo los que tendrían que estar arreglando el país. Esto genera cabreo y el surgimiento del 15-M y Podemos, que propone acabar con el régimen del 78.

–¿Tan radical?

–La situación es dramática. España recuperará en 2016 el PIB del 2007, cuando Irlanda –rescatada– ya ha crecido el 20% desde entonces. Con 4 millones de parados –que fueron 5–, 6 millones cobrando menos del salario mínimo, familias que viven con gran precariedad y una tercera parte de la población en riesgo de pobreza, se explica el surgimiento de grupos de gente cabreada, no salen por generación espontánea.

–¿Qué critican de la Transición?

–Que se mitificó, que la derecha se aprovechó y la izquierda le entregó el poder gratis, que no hubo buena fe, sino intereses espurios; una mentira de familia –Monedero–, con trampas y engaños, una traición a los que perdieron guerra y República, que no reivindicó a las víctimas ni se depuraron responsabilidades de los abusos y crímenes franquistas. Se trata de desacreditarla, pero, o se hacía otra guerra o lo que se hizo.

–¿Debe considerarse intocable la Constitución?

–En absoluto, las constituciones envejecen y tienen que ser renovadas y actualizadas. En un país maduro y civilizado como éste, hay que ver qué ha quedado obsoleto y negociar las reformas necesarias.

–¿Qué urge cambiar?

–El Título VIII sobre la organización territorial hay que renegociarlo completamente, vertical y horizontalmente, y no es fácil. Y el Senado, una cámara inútil y sin sentido como está. Lo demás es opinable, como el sistema electoral, aunque a mí me gusta.

–¿Cuál debe ser el papel del Rey?

–El que está haciendo, mostrarse exquisitamente neutral. Un papel en defensa de los valores de la convivencia, la promoción de las humanidades, la búsqueda de los consensos, el estímulo de lo mejor que tenemos, una labor de ejemplo, de relativa austeridad, sin escándalos. Una institución que puede ser muy útil en un país tan cainita como el español.

–No le gusta el término «segunda Transición».

–Ni hace falta una segunda Transición ni un nuevo proceso constituyente. Con una reforma de la Constitución es suficiente, que, además, urge porque hay cosas que no funcionan.

El lector

«Leo la Prensa cada día. Los cuatro diarios de Madrid y los dos de Barcelona. Lo hago en papel y estoy suscrito a alguno. La económica, en cambio, la sigo por internet. También la de provincias, en especial, la de mi tierra, Mallorca. Ojeo con curiosidad todas las secciones, pero yo escribo en Nacional y, por lógica, es la que más sigo. Cultura me interesa también y nunca leo deportes».