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Aquel alegre desconcierto de John Barth

Aquel alegre desconcierto de John Barth
Aquel alegre desconcierto de John Barthlarazon

John Barth es uno de los más grandes escritores norteamericanos. Vladimir Nabokov, que era tan reacio a hablar bien de sus colegas contemporáneos, no dudó en calificar su «Perdido en la casa encantada» como uno de los mejores relatos breves de la historia de Estados Unidos, mientras que David Foster Wallace, punta de lanza de la nueva narrativa de ese país, prosiguió el camino iniciado con ese relato de Barth en el formidable cuento llamado «Hacia el oeste, el avance del imperio continúa» y lo convirtió en un autor de culto para las nuevas generaciones de escritores.

Sea como fuere, lo cierto es que prácticamente toda la obra de John Barth ya ha sido publicada, con suerte dispar –dicho sea de paso– en España, aunque ha sido gracias al impulso de la editorial Sexto Piso, que primero reeditó la monumental y apabullante novela «El plantador de tabaco» y, después, «Giles, el niño cabra», cuando los libros de este escritor exquisito y algo cervantino pueden volver a verse en las librerías de nuestro país.

Una vocación común

Ahora es el turno de «La ópera flotante» y «El final del camino», las dos primeras novelas de Barth que a pesar de ser tan diamentralmente distintas entre sí comparten una vocación común. Así, mientras que en la primera el escritor sigue los pasos de Todd Andrews, un abogado de Maryland que en 1954 rememora los acontecimientos que le llevaron un día de junio de 1937 a tomar la decisión de suicidarse, en la segunda elige entrometerse en la vida de Jack Horner, un joven que para librarse de sus pensamientos incómodos va en busca de un extraño médico que lo cura de sus males con métodos un poco peculiares.

Distintas entre sí pero, al mismo tiempo, tan similares, ambas obras se asemejan en algo: en el hecho de ser un par de novelas filosóficas que, sin necesidad de ahondar en el sinsentido y la vacuidad de la vida desde la más absoluta oscuridad, ofrecen una mirada única, lúcida y original, en la que se entrecruzan el humor, la inteligencia y una sensación de agradable perplejidad, de alegre desconcierto ante el absurdo de los días.