Libros

Libros

Aquellos «chicos malos» de los 80

Jay McInerney revisa en esta gran obra el despegue económico de esta década y el llamado «crac de 1987»

Aquellos «chicos malos» de los 80
Aquellos «chicos malos» de los 80larazon

Jay McInerney revisa en esta gran obra el despegue económico de esta década y el llamado «crac de 1987».

En los años ochenta, Jay McInerney y Bret Easton Ellis fueron los autores más mediáticos de un grupo de escritores que se bebían la vida en los clubes de moda, no se perdían una fiesta y sabían posar con descaro para los ávidos fotógrafos. Aquellos jóvenes sustituían a «la generación perdida» y tuvieron también su denominación de origen, el Literary Brat Pack («hatajo de mocosos»). La industria editorial vio el filón económico que había tras aquellos «chicos malos» que hablaban de la cocaína y el culto al dinero, que nunca acudían a los congresos literarios, pero frecuentaban los restaurantes de moda de la Gran Manzana.

Este es el espíritu que Jay McInerney hace latir en «Al caer la luz», ambientada en la década en que los «bucaneros financieros» hicieron enloquecer a la sociedad con arriesgadas operaciones que llegaron a convertirse en naturales hasta que llegó la caída que también tuvo su nombre, «el crac del 87». Los protagonistas de esta novela son un ambicioso editor, Rusell Calloway, y su mujer, Corrine, que posee «el código secreto del pedigrí estadounidense» y es agente de Bolsa en Wall Street, obsérvese la ironía. Es uno de esos matrimonios perfectos que ha empezado a comprobar que incluso los sueños más sólidos se van desvaneciendo, pero su amor parece saber forjar otras realidades, o al menos eso es lo que quiere creer el lector atrapado en una hermosa historia de amor que se desarrolla en el Upper East Side, el lugar de las inversiones y también de los comedores de caridad a los que acude Corrine como voluntaria. Un matrimonio que pasa «domingos de desasosiego dedicados a la culpa y la cultura».

el crédito es la clave

El ejemplo de hasta qué punto la industria editorial estaba también bajo las garras del becerro de oro lo vemos en una brillante escena en la que Rusell, que se siente frustrado en la editorial para la que trabaja, no piensa en buscar otro trabajo, sino en comprar su editorial, pero cómo hacerlo si no tiene dinero, y su interlocutor le responde: «Crédito, Russell, la piedra filosofal de nuestra era. Puedes convertir tu sueldo de esclavo en un destino dorado... si tienes valor». McInerney retrata aquellos años anteriores al «crac» económico con la maestría de un autor maduro que pergeña una gran obra, aunque estaba todavía en la treintena cuando la escribió. Dibuja a cada uno de los personajes secundarios que rodean a los protagonistas con extrema sutileza, ironía y magníficos diálogos.

Encontramos la ligereza de las comedias en las escenas de fiestas o en los encuentros fortuitos, a menudo protagonizados por uno de esos personajes para el recuerdo, como es el caso de Trina Cox, una joven, inteligente y descarada agente de inversiones. Otras veces, el autor nos recuerda que en aquellos tiempos hubo tragedia y mucha gente viviendo en la calle y muriendo de sida, la gran plaga que comenzó a extenderse con la misma virulencia que lo hacían los millones de dólares y que demostró, como afirma uno de los personajes, que el emperador no estaba únicamente desnudo, sino que tenía el cuerpo completamente lleno de eczemas. «Al caer la luz» es la gran novela de una época cercana, «antes de la gran rebaja de las grandes esperanzas», y su autor la ha materializado con un lenguaje de extraordinarios matices que abre puertas al sentimiento y a la memoria.