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Así se publicó «Ulises», historia de un libro obsceno

Una monografía, que parece una novela de aventuras o un «thriller» judicial, aborda la epopeya que fue la publicación de «Ulises», libro acusado de obsceno y blasfemo que permaneció diez años prohibido antes de convertirse, según algunos, en la novela más importante escrita en inglés durante el siglo XX

Así se publicó «Ulises», historia de un libro obsceno
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James Joyce escribió «Ulises» a pesar de la pobreza, la enfermedad, la censura y su autoexigencia. Se enfrentó a tres juicios y un glaucoma, vio arder ejemplares del libro y padeció el escarnio público. Vivió de caridad. Sobre el titánico esfuerzo de escribir aquellas 800 páginas (arriba o abajo) trata «El libro más peligroso», ensayo que convierte en historia de aventuras la odisea prosaica que está detrás de la novela. Una crónica hasta el detalle para entender la que es considerada mejor novela escrita en inglés del siglo XX, el libro que renovó el lenguaje, se rió de las comas, retorció el canon hasta hacerlo chillar y se aventuró a hacer literatura del lenguaje y la vida cotidiana.

Pero el autor nos ofrece también una semblanza del creador: un hombre orgulloso, simpático, alguien demasiado anarquista para denominarse como tal. Un hombre que renunció a la patria, la religión y la familia dejando pronto Dublín para ser escritor y nada más. Pero Joyce, en su altivez, no era ajeno al amor. Y eso que siempre fue un calavera de cuidado (contrajo la sífilis con prostitutas y la enfermedad le causará todos sus males oculares) que se burlaba del amor romántico. Sin embargo, el amor está en el punto de partida de la novela, ese día 16 de junio de 1904 en que conoció a Nora Barnacle y en el que sucede toda la narración. Joyce había concebido el artefacto, es decir, 18 capítulos desde otros tantos puntos de vista, que traspusieran la heroica «Odisea» a un día ordinario de un lugar pedestre. Pero no sabía hasta qué punto necesitaba del amor para encender la maquinaria. O, más exactamente, de morir de celos. Las dudas acerca de la honestidad de Nora y del hijo que consideraba suyo incendiaban al escritor, que estaba buscando esa voz que cambiaría la literatura en inglés. Cuando supo que las sospechas eran infundadas, comenzó a escribirle un torrente de cartas eróticas a Barnacle, textos llenos de sexo explícito que no son aptos para ser reproducidos en estas páginas (créanme) y que, según el autor del ensayo, fueron la llave del lenguaje del irlandés. «Toda esas proposiciones indecentes sirvieron al escritor para hallar su lenguaje más noble», remarca.

Otro Ulysses

Sin embargo, esa forma de expresión también será la llave de su calvario. Joyce ya era un escritor conocido que había recibido el apadrinamiento de Ezra Pound, pero sus libros no se vendían. «Ulises» iba a ser la gran apuesta de contenido de revistas modernistas, «The Little Review» y «The Egoist». El contexto es importante, porque sin el auspicio de un millonario enamorado del arte (John Quinn) y de un puñado de excéntricas y radicales sufragistas (que ríete de Femen), la novela nunca podría haberse publicado. El enemigo era poderoso: enfrente estaban en su apogeo las leyes anti obscenidad que velaban por el buen gusto en la Inglaterra victoriana y también en EE UU como herencia, irónicamente, de las promulgadas por Ulysses S. Grant tras la unificación. Los servicios postales ejercen la censura indiscriminadamente y las denuncias se multiplican. Las páginas de la novela, llenas de epifanías callejeras y lenguaje lumpen, contienen blasfemia, obscenidad y escatología, según las autoridades. «Es desagradable. La novela huele a mujeres gonorreicas y a hombres de lupanar», dijeron. Una novela hermética, que no quería comunicar, que se presentaba como un caldo sucio y caliente de deseos humanos. «Un funcionario del Gobierno americano le dijo a Pound que estaban convencidos de que las entregas del libro eran en realidad un elaborado código para espías extranjeros», recoge el autor. No lo entendían, pero lo prohibieron por si acaso.

El exilio editorial

«Asistimos a la colisión entre la aristocracia del buen gusto y la mediocridad institucional», lamentaba Pound, que fue el primer censor de la novela y que, a pesar de ello, no podrá evitar hasta tres procesos judiciales para prohibirla. La primera vez que se imprimió completa fue en París (dos copias), gracias a que los operarios de la imprenta no entendían inglés, y después pudo ponerse a la venta también en el exilio parisino con la complicidad de otra mujer, Sylvia Beach, la propietaria de la emblemática librería Shakespeare & Co. Virginia Woolf se negó a publicarla, Hemingway ofreció su ayuda con timidez y Scott Fitzgerald se deshizo en halagos a su ídolo. Se ofreció a saltar por la ventana por él. Y luego también por su esposa.

Birminghan no escatima en la narración del martirio de Joyce, asaeteado por terribles dolores oculares, aullando toda la noche y sangrando durante semanas por un ojo, experiencias que también tuvieron, según el autor, una influencia decisiva en la forma y el fondo de la novela. Para el final, otra ironía: Nora Barnacle, que lo inspiró todo, se sentía ante la novela como el común de los mortales. Nunca pasó de las primeras 30 páginas. «Imagino que es un genio, pero qué mente más sucia tiene, ¿no?», es todo lo que acertó a decir del libro que casi consume a su marido.