Biografía

Blas de Lezo, el Nelson español

Tuerto, cojo y manco, el almirante lideró el ejército que evitó que el imperio español en América se partiera en dos en 1740. Ahora un libro recupera su figura «EL héroe del Caribe». J. Pérez-Foncea. Libros libres. 284 páginas 22 euros

Con apenas 3.000 hombres fue capaz de repeler el ataque de los británicos contra Cartagena de Indias
Con apenas 3.000 hombres fue capaz de repeler el ataque de los británicos contra Cartagena de Indiaslarazon

Hay veces que la Historia hace requiebros extraños y ocaciones en las que, los encargados de contarla, comenten olvidos tan injustos como inexplicables. Tal es el caso de Blas de Lezo, español de la estirpe de los grandes marinos vascos que, tras haber protagonizado gestas cruciales para el devenir de España, permanece en un triste olvido sin ocupar el puesto en la Historia que por su trayectoria al servicio de España debería corresponderle. «El héroe del Caribe» (Libros Libres) de J. Pérez-Foncea es un libro que trata de reivindicar la memoria de este insigne español que, aunque tuerto, manco y cojo, supo defender los intereses de la Corona española en América con una inteligente y feroz defensa de Cartagena de Indias contra los ingleses. Con sólo seis navíos frente a 195, conseguiría salvar a su país del mayor desembarco conocido hasta entonces, sólo superado por el de Normandía doscientos años después, y, sin embargo, ni siquiera se sabe dónde está enterrado. En palabras del autor, «fue un caballero de los de la época, con gran sentido del honor, del deber y de la patria, y un soldado fiel al rey». Nació en Pasajes, Guipúzcoa, el 3 de febrero de 1687, -hay quien dice que fue dos años después-. Su carrera militar comenzó con tan solo quince años. España estaba sumida la guerra de sucesión entre Austrias y Borbones y él se enroló de guardiamarina al servicio de Francia. «La pierna la perdió en la batalla de Vélez-Málaga, donde perdimos Gibraltar en 1704. Una bala de cañón se llevó su pierna izquierda, pero él continuó en su puesto de combate. Hubo que amputársela sin anestesia y cauterizar la herida con aceite hirviendo sin que se lamentara en ningún momento durante la operación. A consecuencia de ello, fue ascendido a alférez de navío», asegura el autor. «El ojo lo perdió dos años más tarde en la misma guerra, en la fortaleza de Santa Catalina de Tolón contra las tropas del príncipe Eugenio de Saboya. Una esquirla se le alojó en su ojo izquierdo y lo cegó en el acto. Finalmente, en1714, se acercó demasiado a las defensas enemigas y recibió un balazo en el antebrazo derecho que le rompió varios tendones y lo dejó manco». Así, cojo, tuerto y manco, Blas de Lezo pasó a ser conocido como el «Almirante Patapalo» o el «Mediohombre». Su leyenda había comenzado.

«Esta guerra -continua Pérez-Foncea-, limpió el Mediterráneo de piratas berberiscos y, posteriormente, integrado en una escuadra hispano-francesa al mando de Bartolomé de Urdazi se le encomendó acabar con los corsarios y piratas de los Mares del Sur (Perú)» y por ello el rey lo ascendió a teniente general en 1734. Sin embargo, su misión más difícil estaría por llegar cuando fue enviado a Cartagena de Indias.

Los ingleses perseguían el dominio de América y Cartagena, junto con Portobelo en Panamá, era uno de los dos puertos claves del imperio español. Allí confluían las riquezas de las colonias. «La excusa que buscaron los ingleses para atacar la encontraron en una escaramuza ocurrida años atrás (1738). El barco de Robert Jenkins había sido apresado. Se le confiscó su carga y a Jenkins le cortaron la oreja. El parlamento inglés y la opinión pública lo consideraron una ofensa al honor nacional. Ya tenían la excusa para declarar la guerra a España: vengar la oreja de Jenkins. Para ello, Inglaterra armó toda una formidable flota jamás vista en la historia al mando del almirante inglés Edward Vernon. Estaba formada por 195 navíos, 3.000 cañones y unos 25.000 ingleses apoyados por 4.000 milicianos más de los EEUU, mandados éstos por Lawrence, hermanastro del presidente Washington», afirma Pérez-Foncea. La superioridad inglesa era tal, que daban por ganada la guerra. Hicieron canciones de fervor patriótico y acuñaron una moneda donde Blas de Lezo aparece implorando de rodillas con la inscripción: «El orgullo de España humillado por el almirante Vernon"» y en el reverso: «Auténtico héroe británico, tomó Cartagena» -Cartagena de Indias, abril de 1740-, con la figura erguida de Vernon. Blas de Lezo no disponía de un gran número de soldados ni barcos para defender la ciudad. Las defensas de Cartagena no pasaban de 3.000 hombres, 600 indios flecheros, más la tropa de infantería de marina de los seis navíos de guerra de los que disponía la ciudad. La desproporción de fuerzas era descomunal -de 10 a 1 en hombres y más de 30 veces inferior en barcos-. Su gran estrategia, su arrojo, y también la malaria, los que permitieron infligir la más severa de las derrotas a la mayor armada jamás vista. «La paliza fue tal -continua el autor-, que el rey Jorge II condenó a duras penas a los historiadores que hablaran de ello. Cuenta la leyenda que Vernon sentía tanto odio hacia el «Mediohombre» que, mientras se alejaba junto a su flota, gritó: "God damn you, Lezo!"("¡Que Dios te maldiga, Lezo!"). No se atrevió a volver a Inglaterra hasta año y medio después». La batalla había durado dos meses. «De haber perdido, hubiese sido un "supergibraltar". La importancia de salvar esta plaza estaba en que España se jugaba el dominio de toda América y la superioridad de los mares, que así mantuvo 50 años más -hasta Trafalgar-».

El libro, que comienza cuatro años antes de la batalla, acaba en septiembre de 1941, cuenta en su parte de ficción, con una historia de amor, inspirada en Pérez Galdós, entre su ayudante el teniente de navío Fernando de Castro y Consuelo de Mairena, una criolla hija de familia de unos comerciantes españoles que se oponen a esta relación. «Blas de Lezo murió en septiembre, unos meses después de terminar la batalla, en la más absoluta indigencia. Su entierro tuvo que ser pagado por el obispo Diego Martínez y no se sabe dónde está enterrado.