Crítica de libros

Cartas sin censuras

Cartas sin censuras
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Escríbeme, si puedes, una carta larguísima, llena de relatos emocionantes y de profundas reflexiones acerca de la vida humana. [...] Incluso un cuarto de página sería un oasis en medio de mi desolación». Así se expresa Lytton Strachey (1880-1931) en una de sus primeras cartas a Virginia Stephen (1882-1941), futura esposa de Leonard Woolf. Fue ella la que inició una correspondencia que se mantuvo hasta la muerte de Strachey. Las cartas vieron la luz por primera vez en 1956, editadas y censuradas por el marido de Virginia y un hermano de Lytton, que no querían herir sensibilidades, y las encontramos ahora en versión íntegra y con cartas inéditas.

La amistad entre ambos se fue forjando con mucho afecto y complicidad. Hay periodos en que el intercambio postal parece haber desaparecido, por ejemplo cuando Lytton, que tenía muy clara su orientación sexual, propuso matrimonio a Virginia y ella esperó que pasaran unos días para que reflexionara y llevara a cabo «una retirada honorable», como él dijo a un amigo. El hecho no deja de ser una prueba de la afinidad y la cercanía que existía entre «la serpiente barbuda» y la autora de «Las olas».

Cartas para todos

Eran apasionados, incisivos e inteligentes. Sus mordaces comentarios alcanzaban a todos, la propia familia, los amigos, el servicio, intelectuales, artistas, aristócratas, escritores. Henry James, Joyce, T.S. Eliot, Katherine Mansfield, son solo una muestra de la cantidad de nombres que aparecen en sus cartas. Su vida sorprende por su alto grado de vida social, las invitaciones a tomar el té o a pasar unos días con los amigos, las fiestas o las reuniones de amigos son constantes y los comentarios de ambos el día después, divertidos y cáusticos. «Nos sentaremos junto al fuego y yo diré cosas muy agudas», dice Lytton en algún momento y esta sería la imagen idílica de una época en la que se pasa muchísimo frío y «el horror de levantarse de la cama no tiene parangón». Ambos intercambian continuas quejas sobre el mal tiempo y los problemas de salud, pero sobre todo, hablan de libros. Los 600 libros a los que alude el título fueron leídos por Virginia en unos ocho meses. La gran escritora era una impresionante lectora por la cantidad y por la sutileza de sus comentarios. Ambos ejercían la crítica literaria en revistas especializadas y su intercambio de opiniones es un placer para el lector. Virginia afirma sobre Racine: «Escribe acerca de lo único sobre lo que merece la pena escribir, según mi opinión: el corazón humano». El latido de dos corazones se escucha de forma conmovedora leyendo estas cartas. Emociona, porque conocemos la fragilidad de su mente y su trágico final, leer a Virginia diciendo un día: «Charla interminable o, mejor dicho, tristeza interminable» y otro día «!Qué días tan hermosos nos ofrece la vida!», y conmueve que Lytton, a menudo crítico despiadado, reclame cartas como forma de «consuelo» palabra que se repite a menudo. Lo que se siente al terminar la lectura trae a la mente un comentario de Virginia: «Quería producir la sensación de un enorme torbellino de vida».