Crítica de libros

Cuando la Polinesia era virgen

Círculo de Tiza reúne por primera vez los textos de D’Urville y Stevenson en los que describieron sus viajes a un territorio desconocido para la Europa del XIX, en las antípodas geográficas y culturales

Cuando la Polinesia era virgen
Cuando la Polinesia era virgenlarazon

Círculo de Tiza reúne por primera vez los textos de D’Urville y Stevenson en los que describieron sus viajes a un territorio desconocido para la Europa del XIX, en las antípodas geográficas y culturales.

La imagen paradisiaca de los mares del sur que alienta nuestra imaginación, en buena medida, gracias al cine. Nació en el siglo XIX, cuando la ciencia y la búsqueda de nuevos territorios impulsaban a aventureros y escritores a conocer nuevas tierras. El espíritu ilustrado del XVIII había introducido la idea del viaje como experiencia crucial en la educación y tanto los viajes al servicio del Estado como los viajes filosóficos o literarios proliferaron en el siglo siguiente aventados por el espíritu del Romanticismo y el nacimiento de las Sociedades Geográficas.

«Polinesia. Paraíso encontrado» reúne, por primera vez, dos de los mejores relatos de viajes que dio el siglo XIX. Sus autores, Jules Dumont D’Urville (Normandía, 1790-París, 1842) y Robert Louis Stevenson (Escocia, 1850-Samoa, 1894) describieron con fidelidad su viaje a uno de los territorios más desconocidos del planeta. Un lugar y un modo de vida en las antípodas geográficas y culturales del continente europeo.

El primer texto, «Viaje pintoresco alrededor del mundo, Hawái y Tahití», de Dumont D’Urville, narra su viaje de 1831 a estas islas del remoto Pacífico suroccidental, casi desconocidas entonces, pues apenas habían pasado 60 años desde su descubrimiento por James Cook. El segundo, «En los mares del sur. Islas Marquesas», de Stevenson, es el relato de las experiencias y observaciones efectuadas en las islas Marquesas, Pomotú y Gilbert durante dos cruceros realizados en las goletas «Casco 1888» y «Equator 1889».

Dumont D’Urville era oficial naval, geógrafo, explorador y recolector botánico. Llevó a cabo varias expediciones científicas a bordo de la corbeta «Astrolabe» por el Pacífico Sur y el Antártico que proporcionaron información esencial de la costa menos conocida del mundo. Fue, además, un prolífico escritor y dejó numerosos libros sobre sus viajes. Stevenson, novelista, poeta y ensayista, es el autor de algunas de las mejores novelas fantásticas y de aventuras de la literatura universal, como «La isla del tesoro» y «El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde».

Detener la lava

Dos escritores sobresalientes con distintos enfoques. El pragmatismo científico y militar de Dumont D’Urville contrasta con la visión empática y antropológica de Stevenson que escribió este libro en sus últimos años de vida en Samoa y refleja en él su fascinación por el archipiélago de la Polinesia.

En cualquier caso, ambos viajeros abordan las nuevas tierras desde el respeto y el interés por las comunidades que encuentran en sus viajes. Señala D’Urville: «Decidido a explorar el país en toda su extensión y juzgarlo en persona, había estudiado el idioma de Hawái, que no es más que un dialecto de la gran lengua polinesia. Para eso tomé y devoré un vocabulario bastante completo redactado por los misioneros que Pendleton tenía a bordo. El vocabulario me daba la palabra y Pendleton, que ya era medio polinesio, me indicaba el acento». Las islas ofrecen una naturaleza sorprendente y desconocida. En ambos textos abundan descripciones evocadoras de los paisajes que van descubriendo. Pero hay otro tema que abordan ambos con admiración y desconcierto: las costumbres de los habitantes de la Polinesia, tan insólitas como la geografía insular.

Así describe D’Urville las ofrendas a un volcán para detener la lava: «Precipitáronse a las corrientes de lava cerdos vivos creyendo aplacar de esta suerte al dios que las arrojaba. Los cerdos desaparecían y la lava continuaba. Esta grande erupción, tan celebrada en los anales de Hawái, duró por mucho tiempo. Todos los esfuerzos habían sido vanos para detenerla, oraciones, holocaustos, cantos sacerdotales, dicen las crónicas indígenas, cuando el rey Kamehameha se encaminó hacia los volcanes al frente de sus principales oficiales, cortó un mechón de sus cabellos que eran tabú y los arrojó a la lava. Dos días después la corriente se detuvo, de suerte que el mechón del rey fue más potente que ella. Entonces se pretendió que los dioses quedaban satisfechos, y que la ofrenda del rey había sido más eficaz que todas las otras».

Otro ejemplo de costumbres sorprendentes es el del canibalismo que aborda Stevenson con un enfoque sorprendentemente actual: «Nada excita más nuestra repugnancia que el canibalismo; nada destruye con tanta seguridad una sociedad; nada, podríamos argüir, endurece y degrada tanto el espíritu de quienes lo practican. Sin embargo, nosotros mismos causamos parecida impresión en los budistas y los vegetarianos. Consumimos los cuerpos de criaturas que sienten iguales apetitos, iguales pasiones y poseen los mismos órganos que nosotros; comemos bebés que sencillamente no son los nuestros, y el matadero se llena cada día de gritos de sufrimiento y terror... Se encuentran huellas de canibalismos de un extremo al otro del Pacífico, desde las islas Marquesas hasta Nueva Guinea, desde Nueva Zelanda hasta Hawái». Stevenson fue también uno de los primeros occidentales en advertir de los peligros de la colonización: «La experiencia comienza a demostrarnos que un cambio de costumbres resulta más mortífero que un bombardeo», declara cuando explica cómo la población queda diezmada por nuevas enfermedades.

Un libro sugerente e interesante, escrito por uno de los autores más atractivos de la literatura universal, Stevenson, y por un hombre polifacético de conocimientos enciclopédicos, D’Urville. Para soñar tranquilamente en estas fechas de viajes rápidos y aeropuertos lentos. Así describe Stevenson su encuentro con estas tierras: «La primera impresión es siempre única. El primer amor, la primera aurora, el primer contacto con una isla de los mares del Sur son recuerdos aparte en nuestra vida y despiertan una especie de virginidad de los sentidos...».