Crítica de libros

Doctorow, la vida es un cuento

El escritor norteamericano descifró la sociedad estadounidense mejor que nadie y desmintió el sueño americano. Apenas un mes después de su fallecimiento, se publica por primera vez en español un libro que reúne sus cuentos completos

El autor neoyorquino murió el pasado 21 de julio
El autor neoyorquino murió el pasado 21 de juliolarazon

El escritor norteamericano descifró la sociedad estadounidense mejor que nadie y desmintió el sueño americano. Apenas un mes después de su fallecimiento, se publica por primera vez en español un libro que reúne sus cuentos completos

Hay obras, como las que Kafka decía buscar, que te desarman y te dejan con incomodidad: Dorothy Parker o Raymond Carver, por citar un par de escritores de Estados Unidos, dado que ahora nos centraremos en un autor contemporáneo de ese país, tienen relatos que te golpean de frente. A menudo, nada relevante, apenas alguna conversación o unos movimientos solitarios de un personaje, basta, como también en el maravilloso caso de Hemingway, para provocar en el lector una sensación completa de impacto, emoción y hasta congoja. Pues bien, en el prólogo a estos cuentos completos que a E. L. Doctorow no le ha dado tiempo de ver publicados, al fallecer el pasado mes de julio, Eduardo Lago, que tanto ha hablado de y con –en Nueva York durante las dos últimas décadas– los narradores más importantes de aquellos lares, sostiene precisamente que «leer un cuento de Doctorow es una experiencia estética un tanto desasosegante. No falta nada en estos relatos, y sin embargo dejan en el lector una desazón muy profunda, como si exigieran que ocurriera algo más, cosa que de hecho sucede, sólo que, extrañamente, fuera de la página».

Sin incurrir en quitar razones a este personal punto de vista, pero a la vez convencidos de que hay que evitar la constante y ya cansina idolatría que se le dispensa desde acá a casi todo autor estadounidense, publique lo que publique, cabría apuntar que Doctorow en ocasiones se acerca a transmitir tal desasosiego de forma notable, pero que en otros casos se queda lejos y vuelve tediosas o extrañas ciertas páginas. Cuentos como «Willi», de corte onírico, con trasfondo familiar y violento, el raro «La depuradora», el soliloquio llamado «Todo el tiempo del mundo» o el relato largo que cierra el libro, con referencia a una obra desde el título del Doctor Johnson, «Vidas de los poetas», relatos todos ellos en los que tal vez al lector le costará entrar, hasta familiarizarse con su tono enigmático, contrastan con otros en verdad sobresalientes y que dejan entrever el talento de Doctorow como observador de la vida americana. No en balde, Don DeLillo dijo sobre este «maestro de la ficción histórica», como se le ha llamado haciendo hincapié en cómo ha usado diversos acontecimientos importantes de los Estados Unidos para nutrir sus novelas, que había hecho de las vidas ordinarias las protagonistas que, a fin de cuentas, levantan todo un país marcando su historia mayor.

- Vidas perdidas

He aquí lo mejor de estos cuentos completos, traducidos por Carlos Milla Soler, Isabel Ferrer Marrades, Gabriela Bustelo y Jesús Pardo de Santayana: el hecho de cómo Doctorow elige ciertos perfiles de ciudadanos maltrechos por el infortunio, o nacidos o crecidos en condiciones muy particulares, y convierte sus pequeñas historias en toda una radiografía del vivir norteamericano, en las grandes ciudades o en la carretera, entre huérfanos, mujeres maltratadas o dementes, e inmigrantes bajo peligro. El propio autor dejó dicho cómo enfocó su arte cuentístico con estas palabras: «El cuento es más pequeño en escala, de modo que puedes ver el final más fácilmente. El viaje no es tan largo aunque sigue siendo un viaje, una forma de descubrir lo que quieres contar camino a su final. Ni el cuento ni la novela tienen reglas. Y si las tienen, están ahí para ser rotas». Él las rompe con textos en los que cuesta percibir sus intenciones y tienen a veces algo experimental, como los mencionados, y eso resulta siempre meritorio en última instancia, y en otros ejercicios interesantes, como «Wakefield», donde da una vuelta de tuerca al sensacional cuento de Hawthorne en el que un hombre abandona sin decir una palabra a su mujer para vigilarla enfrente durante años y regresar a casa como si nada.

Por otra parte, hay que destacar relatos como «El cazador», sobre una maestra frustrada y algo desequilibrada, «El atraco», con fondo eclesiástico, «Una casa en la llanura», que recrea la huida de una madre y su hijo al antiguo Chicago, o «Niño muerto», sobre un chiquillo encontrado sin vida en las inmediaciones de la Casa Blanca. Pero sobre todo el lector disfrutará de cuentos por completo redondos: llenos de fuerza e intensidad, entretenidos y palpitantes, con personajes de cuerpo y psicología magníficamente trazados. Hablamos de «El escritor de la familia», en el que un adolescente es impelido a redactar cartas para contentar a su abuela, que pasa su ancianidad en un asilo; hablamos de «Jolene», sobre una chica de sexualidad y matrimonio precoces cuya suerte a la hora de encontrar nuevas parejas se le volverá dramáticamente en contra; hablamos de «Bebé Wilson», en el que una mujer loca y tierna rapta a un recién nacido ante el miedo y la lealtad que manifiesta su novio; hablamos de «Integración», cuento en el que se celebra un matrimonio de conveniencia para conseguir los papeles con los que dos emigrantes pretenden quedarse en Estados Unidos y que cuenta con un telón de fondo mafioso y al fin esperanzadamente amoroso.

Todo lo cual devuelve la razón a Lago cuando se dedica a explicar la narrativa de Doctorow emparentándola con la de Jack London, por quien «el autor de los cuentos que ahora presentamos sintió siempre una adoración sin límites»; en ambos, ciertamente, hay «una concepción muy similar de la escritura», al presentar personajes que se hacen a sí mismos, que ven la vida, porque no les queda más remedio, como una lucha en la que no cabe mirar hacia atrás, convirtiéndose en meros supervivientes, desconfiados y al mismo tiempo temerarios y predestinados a la desdicha.

Sobre el autor

Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 1931-2015) murió el pasado 21 de julio, a causa de cáncer de pulmón, sin poder ver el libro en el que trabajó en su último tiempo, reorganizando el orden de los cuentos a partir de su publicación original.

Ideal para ...

el lector que se sienta atraído por la vida norteamericana donde los perdedores tienen un fuerte peso específico, tanto en las áreas urbanas como en la América profunda más desconocida.

Un defecto

Algunos cuentos abusan del soliloquio y otros de la descripción, lo que hace que el lector entre en ellos de forma menos fluida en contraste con otros realmente entretenidos y potentes en su trama.

Una virtud

Gracias a un par de relatos el lector se verá subyugado por la acción de sus personajes, imprevisible y atractiva en grado sumo. Es el perfil del individuo perdido y desgraciado el terreno en el que Doctorow lo borda.

Puntuación: 8

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«Homer y Langley»

E. L. Doctorow / Roca / 18 euros / 208 págs.

Contada desde la perspectiva de un ciego, narra los hechos reales de una pareja de hermanos ricos que se encerraron en sus casas y fueron hallados muertos entre objetos.

«Antología del cuento...»

VV. AA. / Galaxia Gutenberg / 45 e. / 1280 págs.

El escritor Richard Ford se incluye en esta «Antología del cuento norteamericano» que no es capaz de poner a Doctorow y a otros excelsos narradores, y sí a otros, desconocidos.

«Siempre supe que volvería...»

E. Lago / Malpaso / 22 euros / 288 págs.

El autor de «Llamame Brooklyn», prologuista de Doctorow y experto en narrativa norteamericana actual, firma «Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee», con guiños a Nabokov.