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El explorador que hacía autostop

El explorador que hacía autostop
El explorador que hacía autostoplarazon

Se agradece a Abada que haya rescatado este clásico que acumulaba polvo en las estanterías de los grandes olvidados porque permitirá realizar el viaje de su vida a cualquier lector aventurero sin moverse del sillón de su casa. Este es un libro escrito por un joven explorador que, tras graduarse en Princeton –durante los locos, locos, años veinte–, recorrió el mundo a dedo o pagando los pasajes con su trabajo, para después contar sus experiencias. Una aventura de 600 días sin equipaje ni dinero que nos queda registrada en tinta y con 57 fotos que ilustran el volumen, tal y como apareció editado en 1923.

Hablamos de un viajero tenaz, de los que ya no da este siglo. Vivió de manera intensa su relativamente corta vida, siguiendo su propia filosofía: «Respetemos a aquellos que sueñan... yo quería libertad, la libertad de permitirme cualquier capricho que se me ocurriese, la libertad de buscar en los rincones más lejanos de la tierra lo bello, lo alegre y lo romántico». Es el mismo Halliburton que fue invitado a la misma mesa del presidente estadounidense Hoover o se trató con estrellas de cine de la talla de Douglas Fairbanks, Basil Rathbone y Chaplin. Su buena forma física le sirvió para protagonizar su propia película en Hollywood, al igual que su cultura le permitió tutearse con figuras literarias como Scott Fitzgerald, Susan Sontag y Paul Theroux. A sus dotes de explorador habría que sumar una excelente condición de atleta que le confirió la resistencia necesaria para repetir hazañas de la antigüedad o emprender sus propias gestas. Así, estuvo encarcelado en la Isla del Diablo, anduvo con la Legión Extranjera francesa, pasó una noche en la cima de la Gran Pirámide, cruzó, como Aníbal, los Alpes en elefante, hizo de Robinson Crusoe en su propia isla desierta, tropezó con piratas y cazadores de cabezas, y se compró un avión biplaza que llamó «La alfombra voladora» con la que planeó sobre Tombuctú. No contento con ello, subió al volcán Popocatépetl, nadó el Nilo, el Gran Canal de Venecia, y se empapó de la hermosura del Taj Majal. Una de sus peripecias más sonadas fue cuando emuló a Vasco Núñez de Balboa y cruzó el canal de Panamá a nado, travesía para la que debió registrar su cuerpo como embarcación y obtener el permiso pertinente. Durante los nueve días que le llevó nadar hasta la salida del canal al Pacífico fue escoltado por guardias armados para protegerlo en caso de que se topara con caimanes.

A bordo de un barco chino

En todas partes encontró maravillas suficientes para ganarse la vida escribiendo artículos, primero, y libros como el presente, más tarde. Duplicó la emoción de sus aventuras hasta el día de su muerte, que, como no podía ser de otro modo tratándose de un aventurero, fue durante una de sus hazañas: surcando los mares a bordo de un barco chino de Hong Kong a San Francisco. Lo fascinante de este libro es la forma en que Halliburton logra dar a cada escala, a cada evento y ubicación, una sensación privativa, que traspasa el papel. Era consciente de estar regalando una gran aventura al lector, en tanto que leer sobre un lugar es el mejor sustituto de haber estado allí. Escrito con una capacidad de asombro extraordinaria, se percibe en cada trazo a un enamorado de la vida, convencido de que el mundo no es un lugar hostil, sino un espacio del que absorber belleza y alegría.