Crítica de libros

El niño que no tenía nombre

El niño que no tenía nombre
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Desde las primeras líneas de este sorprendente libro el lector queda atrapado en un lenguaje diferente, hipnótico, del que se desprende una atmósfera que envuelve los hechos con un doloroso lirismo. Urge entonces volver a consultar la biografía del autor para comprobar que, efectivamente, sólo un poeta es capaz de escribir de esta manera, y gracias a ese magnífico estilo literario es posible adentrarse en tanto dolor, tanta miseria y tanta soledad y que finalmente sea más fuerte la impresión de haber estado en contacto con la belleza. Algo así como sobrevivir a una cruenta batalla y salir de la trinchera reconfortado por el sol.

El narrador de esta novela tiene once años y es el hijo mediano, siempre tiene hambre y frío y le gustan los números primos porque sólo se pueden dividir por sí mismos o por uno, igual que la soledad entre los miembros de su familia. Él y su hermana deben vigilar a su madre para que no se suicide, aunque pasen la noche sin dormir. El padre está casi siempre ausente, buscando trabajo o en la taberna. Y el hijo, que por no tener no tiene ni nombre, inventa recuerdos ya que nadie responde a sus preguntas.

Cicatrices abiertas

Tal concentración de desgracia tiene lugar en un pequeño pueblo de la frontera de Hungría en la década de los 70. Todavía vuelven algunos de los presos de los gulags, el Estado comunista se ha apropiado de las tierras de los campesinos y las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial están aún tan abiertas que hay vecinos que bajan la vista avergonzados cuando surge el recuerdo de una familia judía trasladada con rapidez en un carro mientras sus vecinos les escupían. La gente del pueblo saqueó por la noche la casa de Mózsi, el judío, buscaban el oro que no existía y que se convirtió en eterno tema de conversación en la taberna.

Cuando Mózsi volvió del campo de trabajo no preguntó adónde habían ido a parar los muebles de su casa, los libros de los estantes, el perchero de la pared, la ropa del armario y la piedad de los corazones. Es comprensible la conmoción que la publicación de este libro provocó en Hungría, y que se volviera a hablar de los Cruces Flechadas, el grupo filonazi que provocó el terror en la población durante la guerra.

En este mundo sin dignidad, sin sueños, sin esperanzas, sobrevive la voz de un niño para recordarnos que nada será olvidado, para consolarnos porque al menos hay una voz para los desposeídos y esa voz no reconoce fronteras.