Crítica de libros

El último e inacabado Carpenter

El último e inacabado Carpenter
El último e inacabado Carpenterlarazon

Hubiera sido, ya lo es, su novena novela –en una trayectoria que también incluye cuentos y guiones cinematográficos–, ésta titulada, e inacabada en principio, «Los viernes en Enrico’s» pero que ha finalizado su admirador Jonathan Lethem. Éste recibió el encargo, por parte de la familia de Don Carpenter, de revisar y ordenar un manuscrito que se hallaría casi diez años después de que el autor, decidiera quitarse la vida, en 1995, marcado por una nefasta salud. Lo cuenta Lethem en un posfacio en el que hay cosas interesantes y otras susceptibles de reproche: primero narra su lejana y también azarosa pasión por la narrativa de Carpenter, al que descubrió mientras trabajaba en una librería de viejo californiana; y luego cuenta cómo valoró el texto en cuanto a su estructura, propósito argumental y desenlace, recomendando que se publicara. Así pues, ¿cuál fue su intervención para «terminar» la novela? Al parecer, no se trata de la continuación de una trama ni de la invención de un final, y no señalar los pasajes en cuestión no sé si es una necesidad comercial o una falta de respeto al texto original, fuera cual fuera, con sus aciertos y las flaquezas naturales de un texto no definitivo.

«Saqué cosas», dice Lethem, y borró «gestos preliminares» y palabras usadas (en su opinión) en exceso; también reordenó inicios de capítulos y, en suma, añadió unas cinco u ocho páginas de su propia escritura. Por todo lo dicho, los criterios de edición de «Los viernes en Enrico’s» (traducción de Javier Guerrero) no convencen, pero, al margen de esto, el lector encontrará una novela de indudable atractivo. Carpenter pone en solfa, a lo largo de un par de décadas, a cuatro narradores de diferentes ambientes, tanto en San Francisco como en Portland, ciudades de intensa actividad literaria en una época en la que Kerouac y el resto de «beat» se hacían notar con una vida bohemia, de alcohol, espiritualidad oriental y entrega desaforada a la escritura. Los personajes encarnan un talento juvenil próximo a esa generación de transgresores y se expone con gran vivacidad cómo tal cosa evoluciona a expensas del mundillo editorial, e incluso al de las adaptaciones de Hollywood, balanceándose –la pareja compuesta por Charlie y Jaime (es mujer, no se confundan), más el presidiario Stan y el egocéntrico Dick– entre la cotidianidad familiar y el afán por lograr el reconocimiento muy pronto y, sobre todo, saber o querer digerirlo y prolongarlo.