Literatura

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El último Fogwill viaja en taxi

El último Fogwill viaja en taxi
El último Fogwill viaja en taxilarazon

No sólo es póstuma. También es la última. Con «La introducción» (novela que Fogwill estaba corrigiendo cuando murió en 2010) se cierra el ciclo de una obra que, a partir de ahora, puede considerarse completa. Ya no hay más textos inéditos, incompletos, destinados a engrosar la lista de póstumos. «La introducción» es la última novela de Fogwill y, curiosamente, es una novela compacta, capaz de producir el mismo asombro que se experimenta al leer el escritor argentino por primera vez. Texto breve, y narrado en un tono inerte por un personaje de potente voz, las primeras páginas de «La introducción» son un lento monólogo donde el hombre que narra divaga sobre la existencia del mundo, sobre las personas que van con él en un autobús y, después, sobre el taxista que lo lleva hasta Las Termas, un complejo donde el personaje pasará la tarde haciendo ejercicios, entregado al placer y la nada, tratando de parar esa máquina de pensar en la que se ha convertido su cabeza.

Ejercicios de rutina

Una máquina, sin embargo, certera y contundente en sus juicios sobre la sociedad en la que vive, con sus ejercicios de rutina, con sus tiempos para el hábito, para la repetición, sostenida por un sistema de salud que exige pruebas, diagnósticos, y que obliga no a la toma de decisiones sino de medicamentos. Como dice Fogwill en la primera línea: «No hay mayor soberbia ni más tolerada que la de la ciencia médica».

Así, el personaje describe de manera pormenorizada todo lo que hace en el complejo (nadar en la piscina, hacer gimnasia con un grupo de mujeres, caminar por un campo de golf), todo para poder escapar, como dice, de cualquier pensamiento y ser parte de un cuerpo, de una voz que resuena, que relata, que narra sin saber por qué ni para qué. No logra sustraerse del todo, sin embargo, de su conciencia, y el único consuelo que le quedará es saber que aunque la noche termine, siempre habrá una luz exterior encendida, un supuesto saber sobre el amor. Aunque nada, dice Fogwill, puede hallarse en los escritores. Es tanto, afirma, «el amor a su propia obra que en ellos se puede aprender mucho sobre los motivos de su escritura y nada sobre el amor».