Literatura

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En el vino está la verdad

Arturo San Agustín le rinde tributo en «Antes de quitarnos las máscaras»

Arturo San Agustín, autor de 'Antes de quitarnos las máscaras'.
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Arturo San Agustín le rinde tributo en «Antes de quitarnos las máscaras»

Después de desmenuzar el Vaticano menos conocido en “Tras el portón de bronce” y de reconstruir la Barceloneta en “En mi barrio no hay chivatos”, el escritor y periodista literario publica “Antes de quitarnos las máscaras” (Comanegra), una obra de intriga en la que “me limito a celebrar la vida. Es decir, el buen vino, la buena comida, la amistad y, quizá, el amor e intento describir la estupidez”. Con estas palabras cuenta Arturo San Agustín qué le llevó a escribir su primera novela que ve la luz. Lo hizo, reconoce, para cumplir una promesa que realizó a una “inteligente y culta aristócrata que me presentó en Roma Sergi Rodríguez, director del Instituto Cervantes”. También, porque encontró el escenario idóneo para ambientarla: la antigua Abadía de Santa María de Retuerta, situada en Sardón de Duero. Convertida en uno de los mejores hoteles del mundo, se cumple ahora el veinte aniversario de la bodega y los veinticinco años desde que se plantó el primer viñedo: “Es un signo que te agota los ojos”, escribe el autor de su belleza. E, incluso, menciona al editor como responsable de que tengamos entre manos el libro: “No me obligó a añadir al argumento ningún muerto. Los pocos que aparecen, son muertos naturales. No tienen nada que ver con los de cierto marketing literario”. Con un lenguaje fresco, gamberro y con datos históricos como ingredientes que se intercalan con la aparición de los autores preferidos de San Agustín, entre ellos, Miguel Delibes, la obra festeja “algunos homenajes fácilmente detectables, pese a sus máscaras, y también algunas coces que lo son menos. Muy probablemente, mi novela es también un tributo a esta Europa que tanto criticamos los europeos y que quizá ya no existe”, afirma San Agustín, quien la describe como “una parodia de las novelas de misterio ambientadas en entornos históricos, hechas muchas veces con bisturí y poco sentimiento. Es una sátira de los referentes intelectuales de la Europa actual y una reflexión desencantada sobre el destino de la cultura clásica”. En definitiva, se trata de unas páginas divertidas y alimentadas de intriga, que homenajean también al vino, una bebida poco consumida por los paladares jóvenes, que debe ser conversada: “El problema radica en que no valoramos lo nuestro. No sabemos venderlo y no presumimos de ello. Un país que ama sus vinos hace lo mismo que EE UU con sus productos principales. En las películas de los años 40, 50 y 60, siempre aparecía alguna escena en la que el protagonista, él o ella, disfrutaba de un cóctel. Esa era su cultura. Desde que tienen vino, no hay cinta o serie de televisión en que no salga como elemento cotidiano. Es algo que nosotros no hemos sabido hacer de una manera natural, porque la mejor publicidad es aquella que tú no percibes como tal”, explica el escritor, quien recuerda la reflexión que le argumentó un cardenal en Roma: “El vino es un comensal más. No debe de ser ni caro ni barato, debe de estar al mismo nivel que la comida diaria”. En compañía de los amigos y como compañero de unos buenos huevos fritos con patatas. Así le gusta disfrutarlo a San Agustín.