Crítica de libros

Entre cadenas

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Decía Nietzsche que escribir/leer poesía es «bailar en cadenas», una imagen cabal para abordar «Plétora», un único poema sin puntuación ni mayúscula alguna en un «sístole sin diástole / perpetua abertura / o inacabamiento» por un circuito sin principio ni fin («en el principio estaba la repetición»), que es también «goce y gozne», «ritual circular» o «cerradura abierta». Es una procesión silente, pero con chasquido de cadenas, que, como en Novalis, busca hacer germinar en el poema la flor azul de los contrarios. O, al menos, señalarnos cómo se bifurcan: verbo y carne, amor y desamor, realidad interior y exterior... Este contraste da perfecta cuenta de ello: «Poner una palabra tras otra / y observar cómo se extingue el mundo (...) poner un mundo tras otro / y observar cómo se extingue la palabra». Se trata de señalar, por tanto, el hiato que origina –y delimita– la escritura; o «la hendidura», como la llama Luis Luna en el esclarecedor epílogo, situando esta poética –del «extrañamiento»– a la sirga de Valente o de Chantal Maillard, y que, bajo su aspecto blanco, rehuye, en cualquier caso, el «solipsismo».

Autora de «Imágenes poéticas en la fotografía española. Chema Madoz y Manuel Vilariño», y especialista en artes visuales, Arantxa Romero (Madrid, 1990) ofrece aquí un falso primer poemario. Lo es en el papel, pero se aprecia una muy engrasada maquinaria poética o, mejor dicho, «poetizante». Sin anécdota, sin linde subjetiva («yo soy la que deseo y el deseo mismo»), el poema se yergue como un escorzo de la realidad (y viceversa). Se funden metapoesía y materia («también es tierra mi garganta») o erotismo y cuerpo del poema («ese vigor opaco / donde lo sensual se amontona») bajo el imperio de la «Plétora», más poderosa siempre que sus sufridos usuarios, esos efímeros pletóricos.