Historia

Crítica de libros

Heidegger, el Filósofo-Führer

La editorial Herder reúne las cartas fechadas entre 1930 y 1946 que el filósofo y su hermano menor, Fritz, se cruzaron y en las que se pone de manifiesto su incondicional adhesión al Tercer Reich, sobre el que escribe: «No se trata de pequeña política partidista, sino de la salvación o el colapso de la cultura europea occidental»

Heidegger, el Filósofo-Führer
Heidegger, el Filósofo-Führerlarazon

La editorial Herder reúne las cartas fechadas entre 1930 y 1946 que el filósofo y su hermano menor, Fritz, se cruzaron y en las que se pone de manifiesto su incondicional adhesión al Tercer Reich.

La relación entre la filosofía y la autocracia es más profunda en Occidente de lo que en un primer momento puede pensarse y la idea tardíamente expresada por Marx de que los filósofos deben ayudar a cambiar el mundo fue puesta en práctica desde el mundo antiguo hasta hace no mucho con resultados ambivalentes. Muy lejos queda cuando Platón asesoró a los tiranos de Siracusa o cuando Aristóteles fue nombrado preceptor de Alejandro, hijo del represor de la libertad de las ciudades griegas, que sería monarca universal entre Oriente y Occidente. Larga es la historia de los filósofos que han pensado o medrado a la sombra de un poder autocrático cuando no tiránico y, con todas las enormes distancias que median entre los casos antiguos y lo que se verá a continuación, la enorme talla intelectual de algunos de los grandes pensadores de la historia ha generado un intensísimo debate acerca del grado de implicación en las ideas autocráticas o totalitarias defendidas desde el poder político. Tal es el caso del citado Marx, del que se discute en qué medida tiene el embrión del totalitarismo inserto en el núcleo duro de su pensamiento. Pero ésa es otra historia: el caso que nos ocupa, a la luz de la reciente revelación de nuevas cartas privadas, llama especialmente la atención por tratarse de un filósofo crucial para el siglo XX y que ha sido relacionado repetidamente, en un doble plano, por su biografía y por sus escritos con el totalitarismo más nefasto que se recuerda en la historia de la humanidad: el nazismo. Nos referimos a Martin Heidegger, el «mago de Messkirch», el fenomenólogo que cambió la manera de pensar del siglo XX al alejarse de su maestro Husserl y replantear un método hermenéutico renovado y que ha condicionado irremediablemente la filosofía posterior.

Veamos la primera vertiente. Su coexistencia vital con el ascenso y caída del nazismo en Alemania, bajo el cual hizo carrera académica hasta llegar al rectorado de su universidad, y algunas evidencias en sus escritos de adhesión al régimen, como el famoso discurso del Rectorado, han llevado a muchos críticos a hablar de una adhesión a los postulado nazis. Véase, por ejemplo, el reciente libro de Yvonne Sherratt, «Los filósofos de Hitler» (Crítica, Barcelona 2014), que presenta un panorama en ese sentido, desde la propia fascinación del Führer por una Alemania regida por la filosofía y por él como el máximo pensador. En efecto, puede decirse que el nacionalismo alemán había reposado en tres pilares: por una parte, la defensa de Alemania como país de las ideas, del gran pensamiento occidental, con una reutilización perversa de la filosofía alemana desde el idealismo a Nietzsche; en segundo lugar, la música –en mayor medida que otras artes– como expresión del «espíritu del pueblo», usando notablemente a Wagner. Ambas cosas llevaban a consolidar el tercer pilar: que Alemania era la nueva Atenas, la heredera de la cultura clásica como epítome de la civilización occidental. Así lo han estudiado brillantemente los libros de Johann Chapoutot «El nacionalsocialismo y la Antigüedad» (Abada editores, Madrid 2013) y de Salvador Mas «Alemania y el mundo clásico (1896-1945)» (Plaza y Valdés, Madrid 2014). En ese sentido se puede decir que el nazismo actuó como catalizador y simplificador de estas tendencias nacionalistas, tomando de aquí y de allá los ingredientes de la tradición filosófica del idealismo alemán y de la asimilación con la cultura clásica, avivando el antisemitismo latente en algunos sectores populares e intelectuales y excitando un patriotismo depravado en un momento sociopolítico clave. Hitler logró ominosamente personificar en sus discursos y en su acción política la combinación del «pensador» y el «político», como afirma Sherrat, seduciendo a una gran mayoría de alemanes de forma transversal. Desde las capas más populares a los intelectuales. Impresiona ver cómo se rodeó de varios pensadores importantes, como los catedráticos Alfred Bäumler y Ernst Krieck, que, entre otros, medraron gracias a la desa-parición de sus rivales, o grandes figuras de prestigio internacional como el jurista Carl Schmitt, auténtico legislador de Hitler, o el gran filósofo del ser y el tiempo, Martin Heidegger.

Sobre éste había ya documentos importantes que atestiguaban su filonazismo, en el marco de la política universitaria, por ejemplo, o el detestable comportamiento que tuvo hacia los judíos en la universidad, entre ellos su propio maestro Husserl. Pero el periódico «Die Zeit» empezó a informar hace un par de años sobre las cartas de Heidegger con su hermano Fritz, que su legado dio muy recientemente a la luz y que se han publicado para la discusión pública en el volumen «Heidegger und der Antisemitismus» (Friburgo de Bresgovia, Herder 2016). Fritz, empleado de banca, aparece en la correspondencia como el gran confidente de su hermano Martin, que intenta convencerlo para que se deje de distancias y tibiezas católicas y abrace abiertamente el nazismo. Para Hannah Arendt, que conoció bien a su amante Martin, Fritz era la única persona en la que realmente confiaba, y a fe que se ve en las cartas cuando, tan pronto como 1933, Martin habla de Hitler como «un muchacho excepcional».

Heidegger aparece, según califica acertadamente el periódico alemán, como un «desastre moral e intelectual de la historia de las ideas en Alemania». El filósofo aparece fascinado con el «insólito y seguro instinto político», la «talla de estadista» y la «germanidad» de Hitler, que lo convierten en un impulsor irresistible ante el que no se puede permanecer aparte. Lo peor es cuando Heidegger empuja a su hermano a tomar partido, a dejar el centro moderado «para mujeres y judíos» advirtiendo de los males que esperan a los que no se sumen al movimiento espiritualmente purificador que encarna el nacionalsocialismo para la patria alemana como nuevo centro del mundo y heredero de todo el legado de la cultura occidental desde la antigüedad clásica. Se queja, en otros momentos, de la «judificación» excesiva de la cultura y de la universidad alemana, como algo que hay que enmendar, contra la que «la raza alemana» y sus «fuerzas interiores» deben alzarse.

En algunos momentos parece que la filosofía de Heidegger se inmiscuye en su prosa personal a su hermano, cuando habla del momento histórico y de la gran realidad que encarna el movimiento nacionalsocialista como cohesionador de la germanidad contra el «bolchevismo» y «americanismo». Así, algunos autores, en la segunda perspectiva que citábamos al principio, han llegado incluso a aventurarse en la idea de que parte de su pensamiento es claramente totalitario o justificativo del totalitarismo bajo cuyo paraguas desarrolló su exitosa carrera académica e intelectual: así puede verse en escritos como el de Emmanuel Faye, Heidegger. «La introducción del nazismo en la filosofía» (Akal. Madrid, 2009), que contrasta la controvertida actuación de Heidegger en la época nazi a la luz de su propia perspectiva filosófica, por la que uno puede preguntarse en qué medida el totalitarismo la condiciona o directamente la puede invalidar. Ésa queda acaso como la gran cuestión abierta y seguramente imposible de dirimir.

Una contradicción femenina

El apoyo público de Martin Heidegger al nazismo se contradecía con el comportamiento privado que había mantenido en el pasado. En su intimidad mantuvo una intensa relación con quien fue una de sus alumnas más brillantes, y, posteriormente, una pensadora fundamental para abordar los totalitarismos y el Holocausto: Hannah Arendt (en la imagen). Ella era de origen judío, pero parece que en el momento de establecer una relación con su discípula , entre 1924 y 1926, eso no importaba. Hannah Arendt, que escribió el famoso reportaje, después editado como libro, «Eichmann en Jerusalén», se marchó a Estados Unidos y dejó a su maestro en su país. A pesar de la ambigüedad moral que el filósofo alemán mantuvo en esos años y de la reprochable postura que adoptó hacia los alumnos judíos que estudiaban en la universidad, ella, al final, decidió reencontrarse con su ex amante después de la Segunda Guerra Mundial.