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José María Merino: «Nunca pensé que iba a vivir algo tan inverosímil»

El Premio Nacional de Narrativa recopila en un tomo todas las historias de su más mítico y extravagante personaje, el profesor Souto

Gonzalo Pérez
Gonzalo Pérezlarazon

El Premio Nacional de Narrativa recopila en un tomo todas las historias de su más mítico y extravagante personaje, el profesor Souto.

El profesor Eduardo Souto nació hace casi treinta años del imaginario de José María Merino (La Coruña, 1941). Desde entonces, ha reaparecido a su antojo en decenas de cuentos y una novela corta. Ahora, Páginas de Espuma reúne todas las «aventuras e invenciones» del lingüista, conocido por sus frecuentes desapariciones en búsquedas absurdas, su obsesión por el lenguaje y sus andaduras en territorios cercanos a lo fantástico. «Souto le dio la lata a Ángeles Encinar (que edita y prologa el volumen): «A ver, ¿qué pasa con mis cuentos y mis invenciones?». Ángeles, al final, le dijo: «Voy a hablar con Merino». Entonces me convenció, pero sé perfectamente que el profesor estaba deseando verse editado.

–Souto se llamó primero Granda, pero lo modificó porque un profesor de una universidad española llevaba el mismo nombre. Ha dicho que el cambio fue como un conjuro, ¿por qué?

–No lo sé. Yo escribí un cuento sobre un linguista y le di un nombre. Cuando lo publiqué lo cambié a Souto porque no me parecía lógico sacar a un linguista verdadero en una historia de ficción (en la que le hago desaparecer, además). Entonces pensé en Souto. Y a veces, escribiendo, digo: «Este cuento es suyo». Son estas cosas inexplicables que tiene la creación o la imaginación literaria. Se producen unas extrañas lógicas por las cuales muchas veces el propio autor descubre cosas que no había pensado. Me pasa muy a menudo.

–Le llaman su alter ego literario, ¿qué opina la respecto?

–No lo veo mal porque a veces sus desconciertos, aunque exagerados, coinciden con los míos. El mundo de los signos me interesa mucho, así como el de la palabra. Souto desaparece en el primer cuento porque las palabras dejan de tener sentido para él. Eso nos puede pasar a nosotros. Venimos de la palabra. Todos los seres vivos tienen lenguaje, pero nosotros lo conformamos mediante las ellas y le damos sentido a la realidad.

–Su personaje plantea la cuestión de la identidad, ¿es la búsqueda, o la pérdida, de la identidad la mayor aventura a la que se enfrenta el hombre?

–Posiblemente ahí está su verdadera sustancia porque empezamos a existir como especie gracias a lo que llamamos el pensamiento simbólico, cuando empezamos a convertir los ruidos en música, a inventar los números y, por supuesto, las historias que nos descifrasen la realidad, lo que nos pasaba, lo que éramos. La búsqueda de lo que somos está en nuestra sustancia y la literatura –la ficción, primero oral y después escrita–, ha sido importantísima para eso.

–En otro cuento, los libros son reliquias arqueológicas, pues prácticamente han desaparecido. ¿Cree que podríamos dejar de escribir y leer libros?

–Hay un menosprecio enorme por el papel. Está demostrado que las nuevas tecnologías, tan interesantes, por otra parte, para la comunicación, no son buenas para los ojos. El papel, además, tiene algo que lo distingue de las aplicaciones, que siempre cambian. Podemos leer «El Quijote» en la misma «aplicación» en que fue escrito. El problema es perder la relación con la palabra escrita contando historias, porque, si perdemos eso, perdemos los arquetipos y los mitos en los que está fundamentado lo que somos. No me atrevo a ser negativo, pero que desaparecieran los libros podría suponer una mutación. A lo mejor nos convertíamos en otra cosa distinta al homo sapiens.

–En «Celina y N.E.L.I.M.A», el profesor «pierde» la cabeza ya no por la literatura sino por un programa de ordenador. ¿Por qué no es igual perderse en una historia de ficción que en los mundos de internet?

–Porque en la lectura el espectáculo es interior. Nosotros mismos caracterizamos a los personajes, interpretamos lo que hacen. En cambio, los espectáculos exteriores son mucho más limitados a la hora de los matices. Nos ofrecen una visión determinada de la realidad. En literatura podemos decir: me cae bien esta señora o este héroe me cae gordo. «El Quijote» es un ejemplo: ¿es un tipo que está loco, que es inteligentísimo, que es culto, que es valiente?, ¿cómo es él? Y, ¿cómo es Sancho?, es comilón, es bueno, resulta que cuando gobierna lo hace mejor que los que conocemos, es cobarde, es valiente, es cariñoso.

–¿Este tomo es definitivo o volverá a aparecer el profesor en otras ficciones?

–Estoy ahora trabajando en mi última lectura de «El Quijote». Estoy mezclando teoría, cuentos, estoy jugando con él. Ahí aparecen Celina (alumna y compañera sentimental del profesor) y Souto, que están recorriendo La Mancha porque Celina va a hacer una ponencia en un congreso y quiere recorrerla. Y Souto le dice: «La Mancha es un territorio imaginario, Celina, un lugar fantástico». Entonces sí, ya están otra vez dando guerra. Además, parece que manda muchísimo en la Miskatonic University (se refiere a la institución inventada por Lovecraft en «Herbert West: reanimador», desde la que Souto envía una carta que se incluye en este tomo).

–¿Por qué la fina frontera entre la realidad y la ficción fascina a lectores y escritores por igual justamente desde «El Quijote»?

–Porque pese a las justificaciones de todo tipo –religioso, científico, etc.– seguimos siendo un gran misterio. Es todo tan misterioso que ese terreno entre la realidad y... pero, ¿qué es la realidad? Es la cosa más rara del mundo. Ya tengo mis añitos y he vivido tantas cosas, pero nunca pensé que iba a vivir algo tan inverosímil como lo de ahora. El presidente de Korea inventando misiles que quieren llegar a Estados Unidos; allí, gobernando Trump, ¿quién podía imaginárselo?; la Rusia soviética ahora tiene un nuevo y peculiar zar; y lo que estamos viviendo en España: una parte del país quiere ir a no se sabe dónde. Es un mundo rarísimo. Y esa extrañeza forma parte de la sustancia personal y colectiva de lo que somos. Todos sentimos esa inexpresable inquietud frente a lo que es la realidad, y la literatura nos ayuda a ponerlo más o menos en orden.