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Karl Marx, el lado salvaje del padre de «El capital»

El autor de «El capital» fue mucho más que un sesudo filósofo. Hace quince años, Francis Wheen levantó una polvareda con una biografía «demasiado humana» que ahora se reedita. En ella, descubrimos a un Marx afecto a las tabernas y el tabaco, violento y cariñoso, burgués e iconoclasta...

Una escultura de Marx en Berlín, movida de su emplazamiento para unas obras del metro, en 2010
Una escultura de Marx en Berlín, movida de su emplazamiento para unas obras del metro, en 2010larazon

El autor de «El capital» fue mucho más que un sesudo filósofo. Hace quince años, Francis Wheen levantó una polvareda con una biografía «demasiado humana» que ahora se reedita.

Hay una escuela exegética ciertamente arriesgada pero necesaria que trata de explicar la obra de literatos o pensadores al hilo de la trayectoria biográfica, interpretando cada una de las páginas célebres que se van escribiendo a la par que los azares de la vida de los autores, con sus sinsabores, éxitos o derrotas. Si pese a que los riesgos de interpretar la obra según la vida son patentes especialmente en los estudios sobre los antiguos filósofos, de biografía muy discutida y trufada de anécdotas interesadas, esta escuela ha tenido notables defensores en el caso de la filosofía griega –célebres son el «Platón» de Wilamowitz o el «Aristóteles» de Jaeger–, en lo que a los modernos concierne, de quienes podemos saber mucho más, se ha pecado exactamente de lo contrario. De un exceso de desapego por lo que la vida de los filósofos nos dice de su obra.

En el caso de Karl Marx, se diría que, demonizado por unos y santificado por otros, se ha dado la paradoja de que su obra se interpreta más por lo que dijeron e hicieron de sus tesis a mucha distancia cronológica de su muerte –tan imposible es saber qué hubiera pensado Marx de la Unión Soviética, como lo que habría dicho Jesús de las Cruzadas– que por lo que realmente escribió o lo que vivió en su época de convulsiones sociales y políticas. Sobre todo porque pocos de los que hablan de él han leído de verdad su obra tan inmensa –de 50 a 100 tomos en las ediciones más completas– como variopinta y riquísima –libelos, cartas personales, tratados históricos, economía política, o de filosofía antigua, como fue su tesis doctoral–, que delata no solo una de las cabezas más valiosas de la historia del pensamiento, sino a un autor único, de verbo poderoso y altura literaria sin par. Éste es Karl Marx, un nombre que sigue despertando pasiones encontradas aun cuando ya no es medio mundo el que se gobierna en nombre de lo que dicen que dijo o predijo.

- Un joven juerguista

Hace ya quince años de la publicación de la brillante biografía de Marx por Francis Wheen, escritor y periodista de «The Guardian» y estudioso de «El Capital», que generó un debate muy intenso, también políticamente, al mostrar el «wild side» del Marx joven, entre tabernas y tabaco, su vehemente vida y obra de pluriexiliado y refugiado político en varios países y las penurias de su lucha por la vida. También sus facetas contradictorias, como en toda vida, de judío de familia conversa, de padre de prole numerosa, de enamorado de su mujer que dejó embarazada a su criada, de académico que no pudo hacer carrera universitaria, de agitador temible para las cabezas coronadas de Europa, de amigo de sus amigos y de censor y terrible crítico de los autores que estimaba inferiores y perseguidor de disidentes ávido de poder. El gran crítico de la burguesía que fue él mismo un burgués mantenido por amigos capitalistas y orgulloso del origen aristocrático de su mujer, cuya nobleza hacía figurar en sus tarjetas de visita. Gran bebedor y fumador (decía que nunca ganaría con «El Capital» lo que le habían costado los cigarros que se fumó escribiéndolo), trabajó a destajo durante una vida marcada por la desdicha. Cuatro de sus hijos se le murieron, algunos en sus años más duros de miseria, y los dos que le sobrevivieron se suicidaron: nunca tuvo un sueldo estable, como anhelaba su mujer, y sus problemas para llegar a fin de mes eran aliviados por amigos como el leal Friedrich Engels (un verdadero héroe en ese sentido). Pero ¿qué tiene que ver esto con su obra y qué nos dice de su actividad política y filosófica y de su labor de agitador compulsivo a través de la escritura? Los críticos de esta biografía reprocharon a Wheen un acercamiento demasiado humano, si tal cosa es posible, y una simplificación excesiva en la formulación de sus obras a lo largo de esta vida errante y azarosa, así como la imposibilidad de juzgar a Marx abstrayéndolo del siglo XX.

Pero hay que decir que Wheen no pretendió hacer un tratado sobre el pensamiento marxiano, ni una exégesis posmoderna de su obra, sino realmente darnos a conocer a un Marx bastante insólito: cariñoso, violento, juerguista o amable abuelo. Desde su juventud loca en Bonn y Berlín a la vejez londinense, desde las agitadas asambleas revolucionarias a las redacciones de los periódicos y editoriales, aparece un Marx virtuoso del libelo violento como arma política, un escritor de última hora, entre tabaco y alcohol, que apura los plazos dados. Un Marx que ama y odia apasionadamente, que se indigna con la falta de inteligencia de sus colegas y con las duras condiciones de vida de los obreros, a los que se dedica en cuerpo y alma con ánimo didáctico. Aquejado de varias enfermedades, es un hombre que resiste estoicamente las puñaladas de la vida para llevar a cabo una obra que sabe inmortal, aunque nunca disfrutará su éxito (ni sabrá de sus más terribles postrimerías). La cantidad de anécdotas que aporta este libro, en fin, permite acercarse a Marx, desde la perspectiva biográfica, como pocas otras veces y reparar en que, en su caso, realmente parece difícil disociar vida y obra. Si algo hay que destacar, en suma, es el indispensable papel que desempeña en la historia del pensamiento y de la política: solo hay que reparar en los diversos puntos de sus manifiestos revolucionarios y cómo muchas de sus propuestas –impuestos progresivos o protección social– son base de los modernos estados de derecho. Aunque, ciertamente, para muchos también sus tesis contienen el germen de una interpretación totalitaria e inhumana.

Entonces cabe preguntarse a qué Marx podemos (o debemos) volver ahora. Tras la caída del antiguo Bloque del Este, se sometió a Marx a una suerte de ostracismo en universidades y vida pública: ya no se leía a este pensador, ni se podía citar, desprestigiado por trasnochado, tiránico e incluso, según algún reverendo citado en la introducción, por satánico. Pero con el nuevo siglo Marx ha resucitado y vuelve a ponerse de moda, no solo por filósofos como S. Zizek, sino por economistas de Wall Street que, en lo más duro del capitalismo y de sus crisis, afirman que Marx es indispensable como aquel que mejor supo comprender este sistema. El prólogo de César Rendueles, una novedad en la nueva edición española de esta biografía, apunta que el Marx que elijamos, en la maraña de su inmensa bibliografía, ha de ser siempre matizado por un contexto biográfico tan excepcional –y a veces desgraciado– como el suyo, el de un teórico que fue militante político y muchas cosas más. Una biografía ponderada –e insólitamente amena de leer– como la de Wheen, tan lejos de la hagiografía como del ataque personal, es la mejor manera de acercarse a Marx, más allá de cualquier prejuicio, y descubrir a un hombre y una obra de dimensiones épicas, llenos de contradicciones apasionantes.

- Pensador inDIspensable

Y es que, junto a Charles Darwin, se puede decir que Marx es el sabio indispensable del siglo XIX, sin el que no se puede comprender la historia moderna. Francis Wheen, frente a otros autores, defiende el estudio de Marx sin tener en cuenta la posteridad de su vida. Nacido en Tréveris en 1818, hijo de un abogado judío recién convertido al protestantismo para poder ejercer en Prusia, estudiante conflictivo, doctor en filosofía y director y promotor de varios periódicos, es más conocido por «El Capital» y el Manifiesto con el que funda el comunismo junto a Friedrich Engels. Saltó a la fama mundial, desde su refugio político en la Inglaterra victoriana, con la organización de la I Internacional (1864). Pero queda abierta para el debate la cuestión de la responsabilidad del filósofo por el uso totalitario de sus ideas tras su muerte en 1883, como han estudiado Karl Popper o Isaiah Berlin.

«De nuevo te escribo porque me encuentro solo»

La vida familiar de Marx ha hecho correr ríos de tinta, especialmente su relación con Jenny Von Westphalen, su esposa. La pareja se casó en 1843 y tuvieron siete hijos, de los que sólo tres llegaron a la edad adulta. Jenny acompañó a Karl en sus numerosos exilios y en los años de penuria. Pocos como ella sabían como lidiar con un hombre a menudo violento y de apetencias excéntricas. No obstante, a pesar de su carácter difícil, Marx muestra su cariño y admiración por Jenny en varias de sus cartas, como ésta del 21 de junio de 1856: «De nuevo te escribo porque me encuentro solo y porque me apena siempre tener que charlar contigo sin que lo sepas ni me oigas, ni puedas contestarme. Por más malo que sea tu retrato, me sirve perfectamente, y, ahora, comprendo por qué perfectamente, y por qué hasta las «lóbregas madonnas», las más imperfectas imágenes de la Madre de Dios, podían encontrar celosos y hasta más numerosos admiradores que las imágenes buenas».

5.000 libros al fuego

Nacido en 1957, Francis Wheen es uno de los periodistas más influyentes de las últimas décadas en Reino Unido. Ha trabajado, entre otros, para «The Guardian», «Evening Standard» y la BBC. Entre su obra publicada destaca sus trabajos sobre Marx, a cuyo estudio ha dedicado buena parte de su vida. En 2012, esa «vida» fue pasto de las llamas. La imponente biblioteca de Wheen se calcinó por completo tras un incendio en el cobertizo del jardín donde conservaba sus volúmenes. Además de más de 5.000 libros de su colección particular, Wheen perdió un set de 50 tomos de las obras completas de Marx y Engels.