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¿La mayor chapuza de Talese o el fin de su credibilidad?

El escritor estadounidense, padre del nuevo periodismo y del rigor, desautoriza su próximo libro, a dos semanas de su puesta a la venta, porque asegura que «desconfía de su principal fuente»

Imagen promocional de «The New Yorker» del libro
Imagen promocional de «The New Yorker» del librolarazon

El escritor estadounidense, padre del nuevo periodismo y del rigor, desautoriza su próximo libro, a dos semanas de su puesta a la venta, porque asegura que «desconfía de su principal fuente»

¿Qué hacer cuando el sujeto de tu estudio revela ser un embustero? ¿Cómo contrarrestas la avalancha de críticas cuando pasas por ser el reportero infalible, cuando saltan en pedazos los cimientos de tu nuevo libro? ¿Lloriqueas? ¿Te encoges de hombros? ¿Corres a esconderte tras el biombo de la historia/ficción, o sea, disculpas las trolas invocando la licencia poética del reportero que abraza la fábula? Cualquier otro acumularía una pila de excusas y pretextos. Cualquiera menos Gay Talese, 84 años, abuelo del nuevo periodismo, que acaba de recibir el mayor topetazo de su carrera. A punto de publicar «The voyeur’s motel», confirma que renuncia a promocionarlo: «¿Cómo podría, si su credibilidad acaba de irse por el retrete?».

Responde así a la información de «The Washington Post», cuyos periodistas le llamaron para explicarle que el protagonista de su libro, Gerald Foos, dueño de un motel en Denver (Colorado) que espió a sus huéspedes y mantuvo un diario de sus prácticas sexuales, vendió el motel en 1980 y volvió a comprarlo en 1989. Puesto que el texto da cuenta de episodios acaecidos en los sesenta y, en menor pero sustancial medida, los ochenta, cuando Foos no tenía acceso al motel, Talese concluye que «no es un hombre de fiar. No debería haberle creído ni una palabra de lo que dijo». «Hice lo que pude», añade, «pero tal vez no fue suficiente».

«Jamás he mentido»

No, no lo fue, mientras Foos le explica a «The Washington Post» que «jamás he mentido a propósito y todo lo que dije en el libro es cierto». El autor de «El reino y el poder», el mejor relato jamás escrito sobre las tripas de «The New York Times», y «Honrarás a tu padre», fabulosa crónica de la mafia, contempla la demolición. Está por ver qué decidirá Steven Spielberg, que había comprado los derechos de «The voyeur’s motel» en cuanto «The New Yorker» publicó un adelanto.

Desde que se supo del libro Talese ha soportado un escrutinio feroz. En sus diarios, Foos confiesa haber sido testigo de un asesinato, del que él mismo fue responsable al tirar a la basura las drogas de un narcotraficante que culpó a su novia y procedió a estrangularla. Amparado en su cámara insonorizada, horrorizado pero también cómplice, Foos no descendió para socorrer a la chica, que agonizaba en la habitación. Sólo llamó a la Policía horas más tarde, ante la evidencia de que tenía un cadáver en el motel. Talese, que supo del crimen cuando Foos le pasó sus diarios, en 1980, tampoco hizo nada. Isaac Chotiner, de la revista «Slate», ya sacudió a Talese en una pieza demoledora en la que le definía como una persona con inquietante falta de empatía y un discutible código ético. «Cuando finalmente visitó el motel», escribe Chotiner, «tomó una decisión fatal: entró en el ático con Foos y observó a una pareja desprevenida mientras practicaba sexo oral. A lo largo del relato Talese habla de su propia ambivalencia, pero es imposible saber hasta qué punto es sincero». En 1980, Talese había publicado «La mujer del vecino», donde escrutaba la revolución sexual, pero esto es distinto. Don Olderburg, crítico del «USA Today», ha escrito que «The voyeur’s tale» no es una contribución a la «historia social», tal como Foos y Talese sugieren. Es, a lo sumo, una lasciva y licenciosa nota al pie de página de «La mujer del vecino». Foos no es otra cosa que un idiota arrogante y delirante, convencido de que sus años de actividad ilegal tienen algún tipo de valor moral». Foos, el pobre diablo, concluyó que su pasatiempo como hurón, y las desoladoras notas que tomaba sobre el comportamiento sexual de sus víctimas, le convertían en una suerte de antropólogo del jergón. Hasta donde sabemos Masters y Johnson no hacían el amor mientras fisgoneaban la sexualidad ajena. Algo que Foos sí hizo, y a menudo, junto a su primera esposa.

Lo denunciado por «The Washington Post» va más allá de la hipotética amoralidad de un libro. Una vez confirmadas ciertas mentiras, la pestilencia recorre tumoralmente el texto. Sólo desde la credulidad absoluta puede uno dar pábulo a las anécdotas de un mentiroso contrastado. Bien lo sabe Talese, que cimentó su carrera en la indagación laboriosa, el contraste meticuloso de las fuentes y la negativa a publicar nada que no pudiera corroborar.

Prestigio a la plancha

Se trata de la última de sus polémicas. El pasado 2 abril, en la Universidad de Boston, le preguntaron si podría citar alguna periodista que lo hubiera influido. «No, ninguna», respondió. Como parece forzoso que el batallón de maestros, ídolos y preceptores de un autor sea un Arca de Noé multiétnico y diverso, mestizo y heterogéneo, lo acusaron de misógino. Le dio igual. Ahora no, claro. Ahora lo que crepita a la plancha y a la vista del mundo es su prestigio. Tejió su gloria como un aristócrata de la verdad y del oficio y al final de sus días podría acabar en el lodo. Nadie discutirá nunca la majestad de artículos como el perfil que le hizo a Sinatra, pero existían fórmulas más felices para rematar una carrera legendaria.

Realidad, ficción y otros malos consejos

Ah, las procelosas relaciones del periodismo y la novela. Un híbrido llamativo pero alarmante, como bien demostró el clásico que abrió la espita, «A sangre fría», de Truman Capote. A pesar de todo su talento y trabajo, el enano genial llegó a meterse en la mente de sus protagonistas, elucubrando con sus pensamientos. Por no hablar de su inclinación a ilustrar con una notas de color poco aconsejables en la autopsia de lo real. Capote entró en un juego de complicidades e intereses creados con los asesinos, a los que primeró sonsacó y luego abandonó como a perros. Nunca sobrevivió al éxito de un libro al que ofrendó todo, incluyendo consideraciones éticas y por supuesto, literarias. Si prometes algo, mejor que lo cumplas, porque basta una mentirijilla para que se caiga el edificio.