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Lenny Bruce: humor a quemarropa

«Aquí estoy vestido de apacible promotor de causas benéficas», escribe Bruce
«Aquí estoy vestido de apacible promotor de causas benéficas», escribe Brucelarazon

Criticado y amado, se convirtió en uno de los grandes humoristas de su tiempo. Creó escuela, y ahora nos llegan sus corrosivas memorias

Lenny Bruce fue uno de los grandes rebeldes del humor. Su manera de entender la realidad, sin ningún tipo de ataduras, le acerreó numerosos problemas y por ello llegó a ser juzgado por blasfemia. Su prematura muerte por sobredosis de morfina y una película de Bob Fosse sobre su figura, protagonizada por Dustin Hoffman, ayudaron a que su mito alcanzara mayores dimensiones. Su legado, cuando queda muy poco para que se cumpla medio siglo de su desaparición, aún perdura, como lo demuestra la reciente aparición de su autobiografía, «Cómo ser grosero e influir en los demás. Memorias de un bocazas», publicada ahora en España de la mano de Malpaso. El volumen fue redactado con la colaboración del escritor «underground» Paul Krassner.

El texto nació como un serial para «Playboy», donde apareció entre 1963 y 1965, gracias al responsable de la revista, Hugh Hefner, quien siempre fue un incondicional admirador del humorista, hasta el punto de contar con él como una de las estrellas para el salto del editor a la pequeña pantalla. Hefner le dio total libertad a Lenny para que pudiera ajustar cuentas con quien quisiera, incluso con él mismo, porque en estas cuestiones no podía hacer ningún tipo de distinciones quien empleaba la risa como herramienta para la reflexión. Su única arma fue su inteligencia, aunque se sirviera de un micrófono para darle más eco como hizo en numerosas actuaciones.

Mofarse de todo

El libro nos invita a pasear por los clubes nocturnos de San Francisco y Nueva York, a oler el espeso humo a tabaco y saborear el alcohol que se servía mientras Lenny ponía a prueba la libertad de expresión en un país que presumía falsamente de ser amplio de miras. Porque Leonard Alfred Schneider, como en realidad se llamaba, se mofaba de todo tipo de hipocresías, sin importarle si el objetivo era políticamente correcto, sin límites. «Es imposible ponerme etiquetas. Desarrollo, de media, cuatro minutos de material por noche, mi punto de vista madura y cambia; soy atrozmente culpable de las paradojas de la sociedad a la que ataco», escribe en sus peculiares memorias. Todo ello le hacía proclamarse más creativo que nadie, sin ningún tipo de lastre o herencia tras de sí porque «mi modo de hablar, las palabras con las que me expreso, son más correctas que las de la pedante generación anterior».

Contra todo tipo de tabúes, Lenny Bruce empleó siempre un lenguaje directo, a quemarropa, en ocasiones sin regular las consecuencias que podía tener ante los guardianes de la moral, aunque él siempre tuvo claro las consecuencias de sus tan directos disparos: «La primera vez que me arrestaron por obscenidad fue en San Francisco. Usé una palabrota en el escenario. De pasada.

–Lenny, quiero hablar contigo– dijo el oficial de Policía–. Estás arrestado. Esa palabra que dijiste no puedes usarla en un lugar público. Va contra la ley decirla o hacerlo.

Dijeron que designaba una práctica favorita para los homosexuales. Eso es lo que yo vi extraño. Para mí esa palabra no está relacionada con una práctica homosexual. Ese verbo está relacionado con cualquier chica que conozco en la actualidad o que podría conocer y querer e incluso con la que podría casarme».

Una de las grandes virtudes de «Cómo ser grosero e influir en los demás. Memorias de un bocazas» es que nos permite adentrarnos en los tribunales en los que el autor fue juzgado por obscenidad. Lenny siempre tuvo a su lado a los mejores aliados, como el crítico de jazz y columnista Ralph J. Gleason, el primer defensor del humorista. Su declaración ante el juez no tiene desperdicio. «El tema de la actuación de la noche en cuestión era una crítica social a los estereotipos y a la hipocresía de la sociedad actual... Trataba de demostrar al público una proposición familiar para los estudiantes de Semántica, que consiste en afirmar que las palabras reciben, en nuestra sociedad, una importancia casi mágica que carece de relación con los hechos, y creo que durante su actuación aquella noche intentaba demostrar que no hay un mal inherente en las palabras en sí», dijo el testigo de la defensa.

En el mismo proceso se leyó un texto de Nat Hentoff que es una de las mejores descripciones de lo que fue el humor del comediante: «Gracias a Lenny Bruce –y a nadie más que a él– ha emergido una “nueva” comedia cohesionada llena de furia moral y pura para los engaños de nuestra sociedad. Bruce se considera un relativista ético y comparte la preocupación de Pirandello por el carácter esquivo de los absolutos, incluida la verdad absoluta».

Lenny Bruce jugó con las drogas, las mismas que acabaron con su vida y en sus «Memorias de un bocazas» no falta la defensa y la lucha por tratar de legalizarlas. Uno de los capítulos está dedicado de manera extensa a la marihuana, ya que Lenny fumó todo lo que pudo. Inhalaba el humo como hizo con la vida, saboreándola hasta el último minuto, desprendiéndose de ambigüedades y medias tintas: «En el futuro la marihuana será legal, porque todos los estudiantes de Derecho que ahora fuman hierba algún día se convertirán en congresistas y la legalizarán para protegerse a sí mismos. No te puedes creer cuánta gente fuma hierba. Si alguien de los que lee esto quiere convertirse en alcalde, créeme, ahí hay un voto amplio, intacto».

El hombre que con un micrófono supo despertar de su sueño a la libertad de expresión en Estados Unidos, el cómico que hacía reír y reflexionar compartiendo escenario con Frank Zappa, regresa en forma de libro y demuestra que nunca ha estado tan vigente como ahora.

El perdón póstumo

Lenny Bruce se ganó muchos enemigos a lo largo de su carrera, pero al mismo tiempo también se hizo con un gran número de admiradores, muchos de ellos promotores de una campaña que derivó, en diciembre de 2003, en que fuera indultado cuatro décadas más tarde de ser condenado por obscenidad. Nombres como los de Robin Williams, tan mordaz en sus monólogos como Lenny, se sumaron a la campaña. De alguna manera tomaban el relevo de aquellos que en vida del humorista habían tratado de estar a su lado cada vez que la Justicia intentaba censurar sus palabras y limitar la libertad de expresión, algo que supieron ver Woody Allen, Norman Mailer, Allen Gingsberg y Bob Dylan, entre otros. Este último dijo de Lenny que «no cometió ningún crimen. Simplemente tuvo el ojo de abrir la boca antes de tiempo».

Una vida rápida con el aval de Hoffman

En 1974, Bob Fosse ya era uno de los grandes realizadores de Hollywood tras triunfar unos pocos años antes como responsable de «Cabaret». Íntimamente ligado al mundo del teatro, Fosse se sintió atraído por la vida tragicómica de Lenny Bruce y quiso convertirla en motivo de una producción. Esa fue «Lenny», basada en la adaptación que el dramaturgo Julian Barry hizo de su obra, triunfante en los escenarios de Broadway. A la manera de un documental, la película nos narra el paseo del cómico por todo tipo de infiernos gracias a la sólida interpretación de Dustin Hoffman.