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Llop baila los setenta

Llop baila los setenta
Llop baila los setentalarazon

Vertical e inmóvil. Un hombre de palabras –poeta antes que ninguna otra cosa– coloca un espejo ante sí para evocar su pasado, cuando «fa quaranta anys, tenia vint anys». Entonces, reta al tiempo para volverse mortal; lo hace contra sí mismo, su gran adversario, aquel que siempre gana la batalla. Vestido de él, pero no estático, sino en un movimiento continuo aunque sin perder su aristocracia verbal.

Esto no es un libro, sino una zona distinta de la experiencia. Una cápsula del tiempo que nos traslada a la España de los militares, las sotanas y el jadeo del tardofranquismo, donde se mezclaban los nuevos compases marxistas con el reciente aire hinduísta –vendido en potitos para occidentales–, la canción protesta, el humo del «hash», el amor libre y los viajes tanto reales como lisérgicos. Un «sargent pepper vital», todo un cortocircuito entre el sentido, los vocablos y la realidad. Por eso, en esta partitura generacional no faltan los acordes, «la música era una religión y sus evangelios la literatura», dice el responsable de semejante teletransportación, cuando evoca a Dylan, Cohen, Jimi Hendrix, los Stones, Janis Joplin, The Doors, Zappa, Marley, Roxy Music, Traffic o Bowie.

Los apóstoles de aquellos letraheridos setenteros no eran otros –¡quiénes si no!– que: Rilke, Pound, Eliot y Cavafis, de cuyo poema sobre los hijos de Cleopatra nace el título de este libro. Sobre esta arquitectura emocional, y desde un hotel de París, un escritor tardío y accidental, recuerda «Le temps perdu» de una generación y dos ciudades: la mediterránea Palma y la preolímpica y mestiza Barcelona, previa al diseny.

Versión idílica

Hay épocas que duran siglos, agigantadas en la memoria y dispuestas a nutrir la leyenda... Recordarlas, es tomar conciencia de que detrás de cada mundo vivido se esconde un tesoro hecho de perversión, alegría y dolor, y sucede porque el narrador, a diferencia del novelista, no cuestiona el mundo. Lo toma tal cual es y lo cuenta... aun en su versión más idílica. Sin nihilismos, con nostalgia, armado con el poder de la evocación y una admirable capacidad de edificador de puzles atmosféricos, Llop levanta el armazón de una camada que buscaba la felicidad en la novela de la vida. Como el Bowie que componía sus canciones mezclando al azar sus versos o los surrealistas de «cadavre exquis», nos guía de forma fragmentaria por el moblaje, las vestimentas, los sonidos, las rutinas... Un maestro borgiano que sabe volar mirando hacia atrás, sin miedo a petrificarse, mientras se pregunta quién fue y cómo se movieron sobre la faz de la tierra, sus compañeros de rima, música y vida, antes de ser aquello en lo que se convirtieron. Porque los supervivientes no fueron expulsados del paraíso cuando el sueño terminó. Lo abandonaron, se aburguesaron, naufragaron en las drogas o el sida, o se encasquillaron en el pasado. No sé si cualquier lector es apto para esta sucesión de fogonazos, pero sin duda lo serán aquellos que sufrieron el finiquito de un mundo en el que todo era posible, en el que los efímeros reyes de Alejandría fueron sólo ellos. Por eso ahora, y sólo ahora, Llop, encadenando naturales, ha sido puro en estas páginas... hasta meter la espada en los gavilanes de una generación que es la suya y a la que pertenece.