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No tienes piedad, James Ellroy

En sus libros no son buenos ni los polis. El maestro del género negro ha vuelto con «Perfidia» para narrar qué les sucedió a los japoneses en EE UU en 1941

No tienes piedad, James Ellroy
No tienes piedad, James Ellroylarazon

Duro, directo, violento, sucio, seco. La nueva novela del escritor, «Perfidia», continúa la tradición de esta vaca sagrada del género policial, cuya prosa cada vez con más frecuencia cuelga al borde del delirio sintáctico. En su línea

Siguen los universitarios norteamericanos fantaseando con escribir la «gran novela norteamericana» que escribió Scott Fitzerald con «El gran Gatsby» en 1925, como también sueñan los escritores populares, nacidos con la genuina novela policiaca de Dashiel Hammett, Raymond Chandler y Elmore Leonard, con escribir la gran novela épica norteamericana. Uno de ellos, el más contemporáneo y genial de los escritores de novela negra, que él mismo llama «noir», James Ellroy, lo expresaba así: «Quisiera ser Tolstói... Quisiera ser Balzac. Me gustaría ser uno de esos tipos que –dicho con franqueza– nunca he leído. Quisiera darle al lector una intriga criminal en una escala épica, trascendental». James Ellroy es un «bulldozer» literario que no se anda con chiquitas, como no se salta un galgo el volumen escrito: 780 páginas (200.000 palabras) de apretada escritura, que ha titulado como el famoso tango, «Perfidia» y cuyo comienzo define a la perfección la deriva sadomasoquista de sus novelas y, cómo no, de esta última: «Nadie comprende lo que sufro yo, canto pues ya no puedo sollozar, solo temblando de ansiedad estoy, todos me miran y se van». Luego, cuando sigue con «Mujer, si puedes tú con Dios hablar...» Bette Davis es la mujer pérfida que se mece en los ensueños del opio del policía corrupto Dudley Smith.

A las pretensiones épicas de Ellroy sólo le ha faltado incluir el término bizarro para que la adjetivación adquiera el desquiciante sabor que dicta ese yo megalómano y furioso que es el narrador de sus novelas. Porque no hay ningún otro autor de intriga criminal, en su vertiente «hardboiled», al que se pueda aplicar mejor el término de bizarro, por su violencia, locura argumental, pulsión homicida y retrato desmesurado de una sociedad, la de Hollywood y Los Ángeles de los años 40 y 50. El mundo de Ellroy está exclusivamente repleto de maldad. El asesinato de su madre siendo un niño gravita en todo el cuarteto de Los Ángeles de una forma tan sórdida y espeluznante que hace imposible que otro autor de novelas policíacas logre esa vulnerabilidad, devuelta literariamente en forma de cinismo y agresividad en cada una de sus frases. Sin asomo de piedad.

Como corresponde al proyecto del Segundo Cuarteto de L.A., precuela que se inicia con «Perfidia», retrotrae la acción a los años del inicio de la paranoia bélica de EE UU, tras el ataque por sorpresa de los japoneses a Pearl Harbor en 1941, cuando el ejército y la policía de Los Ángeles enloquecieron con el quintacolumnismo japonés y nazi, y la infiltración comunista en la alta sociedad y la industria del cine de Hollywood.

En «Perfidia» concurren los mismos personajes que pueblan sus anteriores novelas; los mismos corruptos policías pero diez años antes de la acción de «Clandestino» (1982), «La dalia negra» (1987) y «L.A. Confidential» (1990). Y la escribe combinando los dos estilos que le ha dado justa fama de autor visceral: la frase telegráfica y el despojamiento de cuantos elementos superfluos puedan barroquizar su prosa al borde del desquicie sintáctico, hasta dejarla seca y cimbreante como un palo de fusta hiriente. Mucho más allá de los extremos cortantes, casi al borde del sinsentido, de «L.A». Sigue pues inmerso en el mismo mundo sórdido de sus novelas anteriores. Los mismos agentes corruptos, como el policía de homicidios irlandés Dudley Smith, los mismos héroes que trabajan por su cuenta y se dejan corromper con tal de alcanzar su ambición de medrar, siguiendo las prácticas venales del ambicioso capitán William H. Parker y la promiscuidad entre policía, fiscalía y mafia, entremezcladas con las escuchas secretas del FBI. Sus personajes siguen teniendo ese filo cortante de la navaja automática y se manifiestan con la misma carencia de conmiseración con su prójimo como desprecio a los espaldas mojadas y burla a los negratas, pachucos, judíos, japos y demás amarillos, con el mismo desdén que los maricas y lesbianas del cine.

Prosa al galope

No hay cambios esenciales, al contrario, se advierte en «Perfidia» una sensación de libertad creativa que trasciende sus anteriores novelas sin superarlas. Por momentos el lector se pierde en esa más que despojada prosa hecha con onomatopeyas continuas, repeticiones y aliteraciones que en inglés tienen un sentido rítmico que se pierde en la traducción. No la que permanece en esa nerviosidad telegráfica de una prosa al galope por la frase, aunque ajena a la trama criminal y la resolución del caso. Los genios no se pierden en nimiedades.

Siguen la brutalidad policial, la falsificación de pruebas, los ajustes de cuestas y la justicia sumaria sin que en ninguno de sus personajes, duros y desaprensivos, incluso algunos sensibles como el forense japonés gay Hideo Ashida, se atisbe el menor signo de arrepentimiento o moralidad. Aunque no debe confundirse autor con narrador, James Ellroy fantasea en sus entrevistas como uno de sus violentos personajes. Así, declaraba a LA RAZÓN: «A mí lo que me gustaría es ser un soldado, luchar en la Segunda Guerra Mundial matando alemanes y japos. Llegar a París y acostarme con Ingrid Bergman. Luego, regresar a casa. Una muy grande. Comprarme un Pitbull feo y muy malo. Y liarme con Joan Crawford. Y después con Veronica Lake». La sincopada pluma de James Ellroy resulta molesta, de una violencia brutal; lo mismo que su prosa, que en «Perfidia» alcanza en numerosos tramos del texto un delirante sinsentido. Se diría que es una prosa al borde del delirio sintáctico, encabritada como telegramas furiosos, pues la voluntad de estilo prima sobre la coherencia del relato. Sin duda, «Perfidia» es un libro monumental por su volumen y sus pretensiones literarias, pero tan discordante, caótico y atrabiliario que bien podría tildarse de un desmesurado delirio, que poco añade a lo bueno ya escrito. Aunque, a veces, suele medirse al genio más por sus estruendosos fracasos que por sus muchos aciertos.

Sobre el autor

Vuelve James Ellroy con una obra monumental que resume su anterior trabajo de forma tan desmesurada como ambiciosa. Nació en Los Ángeles el 4 de marzo de 1948 y es uno de los nombres indispensables de la novela policial.

Ideal para...

los millones de lectores de James Ellroy, que lo veneran como al dios del «noir». A buen seguro que a ninguno de ellos dejará indiferente esta precuela en la que el sello del autor se nota casi en cada página. Es fiel a sí mismo.

Un defecto

El torrente desquiciante de su prosa, al borde del sinsentido. Si en anteriores trabajos ya estaba presente, aquí alcanza las cotas más altas, con ese estilo telegráfico del que hace gala.

Una virtud

La prosa cuando se encadena de forma rítmica y suena a música concreta. Ahí es donde entendemos sus legiones de fans y sus seguidores incuestionables.

Puntuación: 8

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«La Dalia Negra», de J. Ellroy; Zeta Ediciones, 464 páginas, 10 euros

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«Clandestino», de J. Ellroy; Ediciones B, 416 páginas,

17,99 euros

Si hay un relato oscuro y violento de la ciudad de Los Ángeles es este: la historia sórdida del ambicioso policía Fred Underhill. Retrato de un mujeriego con una historia familiar similar a la del escritor.