Historia

Crítica de libros

Nos queda la palabra escrita

Nos queda la palabra escrita
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Resulta innegable que, en el principio... fue el verbo. Inicialmente, en forma de tradición oral y, con el tiempo, se fue desarrollando la escritura a través de sistemas silábicos y alfabéticos, así como evolucionaron los materiales sobre los que rallar, pintar, cincelar, garabatear, caligrafiar o mecanografiar. Rudimentarios, en una primera instancia, bellos y proporcionados con el paso de los siglos, prácticos en unos casos, artísticos en otros. El autor de este fascinante paseo por la palabra escrita no sólo se centra en la evolución de los símbolos, los materiales empleados o el almacenamiento de soportes de lectura; también se ocupa de la interrelación de ésta para con el individuo, la sociedad y la evolución de las civilizaciones a través del uso de las convenciones de la escritura. Ante nuestros ojos desfilan inscripciones latinas tempranas en la tumba de los Escipiones, textos con poderes sobrenaturales como los libros de la Sibila guardados en el templo de Júpiter, o las letras digitales de los actuales dispositivos electrónicos. En definitiva: cuatrocientas páginas dedicadas al hito histórico por antonomasia, la escritura, que, aunque haya cambiado de hábitos y formatos, nos ha hecho evolucionar con ella.

A medida que avanza la reseña que ahora escribo, las letras van cobrando vida ante mis ojos. Las materializo en Calibri, para que usted las lean en Utopia en su versión en papel o, tal vez, en Arial si lo hace a través de la página web. Este hecho cotidiano resume la historia de toda nuestra civilización occidental y, para realizar ese viaje, Clayton nos ha proporcionado la presente cartografía. Al concluir el volumen, nuestra vida no podrá ser la misma porque la historia de la escritura nos aclara cómo hemos habitado nuestro mundo, el modo en que nos hemos desplazado por él y la forma en que nos hemos relacionado con nuestros semejantes. Cada trazo, medida, eje, proporción, sea con ánimo de mera legibilidad o anide en nosotros la plasmación de la belleza, son el producto de la decisión de cientos de años... Y buena parte de nuestro élan vital anida en esa cronología.

En este calígrafo, antiguo monje, ex consultor de Xerox en Palo Alto y profesor de diseño en la Universidad de Sunderland, que se apasionó por las letras a los doce años a causa de su imposibilidad para acometer la «f», anida la absoluta convicción de que la palabra escrita todavía tiene su razón de ser en tanto que ha aprendido a convivir con los grafitis y con las actuales fuentes digitales. ¿Cómo podría desaparecer algo que fue inventado en diferentes partes del mundo en distintos momentos? Algo habita en el interior de la naturaleza humana que tiene una conexión directa con la escritura y, a su vez, con el propio arte. Acaso lo mismo que nos impulsa a capturar imágenes de las cosas, poseerlas en su representación. Desde el Antiguo Egipto hasta las nuevas tecnologías, las formas de comunicarnos han variado, pero no su esencia: el modo en que necesitamos pensarnos.

La pantalla, un punto de inflexión

De forma pausada y envolvente nos adentramos en la bifurcación de la escritura que fue desarrollándose en paralelo: la formal y pública, que se acometía de modo apresurado para registrar inventarios, ventas, cuentas, deudas o legados, así como la artística, conformada por hermosas proporciones y destinada a iluminar biblias y salterios como los de la Edad Media a través de la mano experta de los monjes, para quienes cada copia era un modo de oración. Como un gran cronista, el autor analiza la evolución de las grafías a través de los giros, las curvas, las proporciones, sus distintas utilidades y diferentes soportes. «Estamos viviendo –escribe– uno de los grandes puntos de inflexión en la historia de la escritura. Los rollos de papiro dieron paso al códice de pergamino, luego al libro... La imprenta sustituyó al papel de mano y, ahora, leemos en pantallas...» Pero la escritura sigue siendo un arte conservador. Desde los orígenes del alfabeto encontrados en un acantilado de Wadi el-Hol (Alto Egipto) a la elegancia caligráfica que aplicó Steve Jobs a su tecnología, sin olvidar las transacciones amanuenses fenicias. Llegarían los primeros monjes cristianos o eruditos como Eusebio para crear un método con el que producir libros, y Carlomagno instituiría una nueva era en la disciplina administrativa en la que se adoptó la «minúscula carolingia»; nos sorprendería la imprenta de Gutenberg, que ayudó a estimular la Reforma Protestante e incluso conoceríamos la primera admisión de escritura a mano como prueba ante un tribunal de justicia.... Todo ello ha ido sumando piel a la palabra, por lo que nuestra evolución como especie va irremisiblemente ligada a la de la escritura.

En cierto sentido, como el mismo autor explica, este libro es una historia de la artesanía, así como la reflexión de lo púberes que somos en nuestra relación con la palabra escrita. No fue hasta el siglo pasado cuando la escritura se convirtió en una experiencia común, y no ha sido hasta las últimas décadas cuando los jóvenes han empezado a desarrollar su propia cultura gráfica característica. ¿Podemos seguir imaginando cómo apelará, de nuevo, el mundo de la palabra escrita a la plenitud de nuestra humanidad? Clayton apuesta por ello... El calígrafo fascinado por hacer que un objeto se deslice a través de una superficie en una secuencia de movimientos, como si de un baile se tratara, con la intencionalidad de superar nuevos retos, dejar constancia de situaciones globales o expresar sensaciones individuales. Lo cree firmemente, de igual modo que le fascina el destino del documento escrito, la actividad que le rodea y el modo en que desembocará en un nuevo orden social. Desde la arcilla hasta el ordenador personal, la innovación no sólo es posible, sino inevitable... gracias al cielo.