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Pablo d’Ors, en estado de gracia

Pablo d’Ors, en estado de gracia
Pablo d’Ors, en estado de gracialarazon

La variedad de opciones temáticas y planteamientos éticos es una baza esencial en la vitalidad de la novela como género literario. Lejos de una tan proclamada crisis de la narrativa contemporánea, ésta mantiene una renovada vigencia a través de originales modalidades expresivas y arriesgadas propuestas ideológicas. En el ámbito de la literatura española contamos con una determinada ficción de clara incidencia religiosa; Gustavo Martín Garzo y José Jiménez Lozano muestran la influencia universal de G.K. Chesterton o Graham Greene. Este último, por cierto, evidenció la ambigua preeminencia de la condición estética frente a la creencia religiosa al señalar que prefería ser considerado, no como un escritor católico, sino como un católico que escribía novelas.

En esta línea se encuentra Pablo d’Ors (Madrid, 1963), sacerdote que inició eficazmente su carrera literaria con «El estreno» (2000), un excelente libro de cuentos, y que iría consolidando una potente dedicación narrativa con novelas como «Andanzas del impresor Zollinger» (2003) –una singular historia de aprendizaje vital–, «El amigo del desierto» (2009) –relato de trascendentes experiencias meditativas– y «Contra la juventud» (2015) –reflexión fabulada sobre el inevitable paso del tiempo–, sin olvidar un breve ensayo de hace unos pocos años, «Biografía del silencio», de gran éxito de crítica y público por su fundamentada reivindicación del meditado intimismo y la callada introspección. Se publica ahora «Entusiasmo», primera novela de una proyectada trilogía; en esta entrega inicial, de innegable carácter autorreferencial, asistimos a las vicisitudes adolescentes de Pedro Pablo Ros, un joven de temprana vocación religiosa que irá detallando su experiencia como novicio claretiano, su ordenación sacerdotal y las vivencias misioneras en Honduras. Afirmando su condición de «creyente entusiasta y viajero empedernido», nuestro protagonista describe a sus primeros maestros espirituales, el desencuentro de una inicial oposición familiar, la influencia de lecturas decisivas, la huella de icónicas figuras morales contemporáneas como Ghandi, el ascendente de ensayistas religiosos como Journet o De Melo, y el sentido de una evangélica implicación solidaria. Pero esta no es en absoluto, como se pudiera prejuiciar, una novela complaciente o timorata: se abordan sin ambages la sentimentalidad amorosa, el compromiso social, la soledad cotidiana o la presencia de la muerte como temas esenciales que acechan aquí, no sin cierto conflicto, a la propia condición sacerdotal. Y es que, sin obviar el neto carácter espiritual de este libro, todo en él es pura literatura, voluntad de estilo, ambición estética; en suma, la ficción por encima de la realidad testimoniada; así se declara en las primeras páginas: «Desde hace décadas insisto en que lo que pasa por nuestras cabezas y nuestros corazones es tan verdad como lo que pasa ante nuestros ojos o por nuestras manos».

Cabe sumar un acertado tono ensayístico en el que sobresale la idea de que el amor y el dolor acaso sean una misma cosa, unidos en una ineludible complementariedad, clave existencial del sentido de la vida. Con la extrema sencillez del mejor realismo intimista esta novela conmueve en lo que tiene de radiografía personal de la fe, resultando admirable por su decidida configuración literaria y logrado resultado estético.