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Punkis de segunda

Punkis de segunda
Punkis de segundalarazon

En la historia de la música hay muchas bandas alfa: son las que abren camino, revolucionan una estética, se enfrentan a la incomprensión y terminan encharcados en alcohol y drogas. El éxito raramente se les concede. Después están los grupos beta, que son los que recogen las influencias alfa, imitan su estilo, copian sus letras y terminan encharcados en alcohol y drogas. Pero triunfan porque el mundo ya está preparado para ellos y por supuesto jamás mencionan a la banda alfa de la que absorben su esencia.

Los Holywood Brats, que protagonizan esta biografía, fueron una banda tipo alfa, pero aquí hay que hablar de una subdivisión, porque existen maneras de fracasar: volverse un cenizo o un tarambana. No hace falta que digamos que estamos ante un espécimen de la segunda variedad. Los protagonistas encajan tanto en el molde de grupos beta que nuestra banda, punk de primera generación movidos por el odio y el exceso se llamaba The Queen pero tuvo que rebautizarse por los gorgoritos de un tal Freddie Mercury. Todo comienza al principio de los 60, cuando Andrew Matheson huye de un trabajo repugnante en una mina de níquel canadiense y se refugia en Londres para montar una banda de rock & roll en la línea de los New York Dolls: sombreros de copa, boas de plumas, zapatos de plataforma, todo el aparataje completo. Mientras pasan la vida entre el pub y la casa okupa, imaginando maneras de vivir sin trabajar, atrapar a las ratas y las formas de hacer el mayor ruido posible en un escenario, consiguen los elogios del batería de The Who, Keith Moon (que presencia el concierto más desastroso de su trayectoria y les obsequia con una bandeja de pintas de cerveza), y el ojiplático jovencito Joe Strummer (The Clash). Estas memorias están llenas de cameos, de Bryan Ferry a Jeff Beck, y exentas de glamur. Solo grabaron un disco, «Growing Up Wrong», y apenas duraron cuatro años, aunque la tragicomedia de la banda alcanza cotas hilarantes de surrealismo. Pero los Brats fracasaron por sus propias incapacidades y Matheson lo narra como un comediante. Son dignos de leerse sus encuentros con las casas discográficas y con la sociedad en general, especialmente sus fans. Matheson no logró el estrellato, pero el pop siempre concede la redención, aunque sea con una memoria tan selectiva como tronchante.