Literatura

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Richard Ford: «El dinero es lo que guía qué tiene que publicarse»

Richard Ford / Escritor. El 21 de octubre recibe el Premio Princesa de Asturias. Es uno de los grandes novelistas americanos. Un hombre lúcido que ha sabido mirar en el alma de Estados Unidos.

Richard Ford
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El 21 de octubre recibe el Premio Princesa de Asturias. Es uno de los grandes novelistas americanos. Un hombre lúcido que ha sabido mirar en el alma de Estados Unidos.

Asturias recibirá la semana del 21 de octubre a la vanguardia del pensamiento, las artes y las ciencias. Entre los galardonados del Premio Princesa de Asturias 2016 figura Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944), figura esencial de las letras desde mediados de los años ochenta. El escritor estadounidense, ganador del Pulitzer y el Faulkner, creador del periodista deportivo y agente inmobiliario Frank Bascombe, ha contado como nadie las entretelas de un sueño americano puesto del revés, tornado en pesadilla de baja intensidad que, lejos de evocarle amargura, germina en textos de una desa-costumbrada empatía. Su prosa martillea con la respiración leve del estilista que tapa sus huellas y enfatiza el silencio, la contemplación, las infinitas minucias de lo cotidiano y sus pequeños, y terribles, monstruos. «El periodista deportivo», «Rock Springs», «El día de la independencia», «De mujeres con hombres», «Acción de gracias»... sus novelas y libros de cuentos son la crónica de una América obsesionada con la reinvención, poblada de sujetos en busca de una segunda oportunidad, infelices cazadores de una felicidad que se les escurre de entre los dedos. Títulos importantes, de los que entran en el canon por la puerta grande y sin necesidad de exposiciones o congresos retrospectivos, biopics de Hollywood o fastos municipales en el centenario del nacimiento o muerte del escritor de marras. Como si estuvieran ahí desde hace mucho tiempo, imperturbables e inmensos a la manera del cañón del río Colorado o Monument Valley.

Ford se crió con su abuela en Arkansas. Su padre, Parker Ca-rroll Ford, falleció cuando Richard tenía sólo dieciséis años. El chico, rebelde y aquejado de dislexia, con la que tuvo que pelear, no creció obsesionado con la lectura. No pensó en ser escritor ni cocinaba en su mente fantasías relacionadas con el aplauso de sus semejantes. Lo confirma en esta conversación: «Es cierto, ser escritor nunca fue mi primera elección. En absoluto. Yo quería regentar un hotel (fue la vocación de mi abuelo); quise ser abogado; quise hacer carrera en el cuerpo de Marines. Pero las cosas no funcionaron así por varias razones». Poco a poco descubrió el veneno de los libros, la quemazón de la literatura, y desarrolló una incipiente vocación: «Comencé a escribir historias porque leí cosas que me afectaron profundamente, y desarrollé una especie de inclinación por ser escritor propia de un novato. Nada serio. Comencé en 1968, sin ninguna ambición verdadera y sin tener ni idea de lo que era un escritor o cómo es su vida. Sencillamente todavía no había fracasado en eso, y a mi joven esposa le pareció buena idea. Eso es todo».

Sus dos primeras novelas, «Un trozo de mi corazón» (1976) y «La última oportunidad» (1981), le reportaron buenas críticas y pocos lectores. Hombre práctico, de los que anteponen pagar a tiempo el alquiler a contemplarse en el espejo como un mártir romántico de la causa literaria, resolvió que acaso tendría más posibilidades de prosperar si se dedicaba al periodismo. «Cambié de carrera a principios de los ochenta», explica, «pasé de escribir novelas a escribir sobre deportes debido a que mi vocación por la novela no había sido muy exitosa, nadie había leído mis libros, y siempre consideré que ser periodista sería interesante y divertido. Y lo fue. Pero perdí pronto ese empleo y nadie me ofreció algo similar, de modo que volví a escribir novelas convencido de que realmente no tenía otra cosa que hacer. Entonces escribí “El periodista deportivo”». Hay que agradecer a los cazatalentos de entonces que le dejaran escapar. Perdimos a un cronista de fútbol americano o béisbol y ganamos a un glorioso fabulador, uno de los pocos imprescindibles.

- Un anodino y gris estado

Aquel libro fue un terremoto. Marcó la irrupción de un genio que, despojado de la herencia sureña de sus primeros, y estupendos, balbuceos hizo de Nueva Jersey el más anodino y gris de los estados, epicentro de una relojería literaria entre el realismo de su amigo Raymond Carver y la obsesión por el detalle, la ambientación, el silencio. Una rara avis por su atención a la plasticidad de la escritura, que mima y retuerce a cuchillo, y su rigor en la construcción del andamiaje narrativo. Hablamos de su técnica, y de esa pregunta, tantas veces repetida, respecto a la posibilidad de que un personaje, puesto a caminar solo, sorprenda o desconcierte a su autor: «Sería equivocado decir que pueden sorprenderte; sería más exacto afirmar que yo o cualquiera comienza a escribir una frase sin saber del todo hacia dónde irá. No es el personaje el que te sorprende, sino el proceso de la escritura. Los personajes no son gente que demande o pida cosas; los personajes son lenguaje, y como tales altamente maleables y capaces, en tanto que construcciones literarias, de sorprender».

Casado con Kristina Hensley desde 1968, el escritor ha repartido sus años entre Maine y Nueva Orleans. Hensley trabajó en Nueva Orleans en calidad de directora municipal de planificación urbanística. Imposible no preguntarle a Ford por la tragedia de la más musical de las ciudades de EE UU y, ay, el «Katrina». «Estoy en Nueva Orleans. Nunca me ido del todo. Asombrarse de cómo un país tan rico como EE UU pudo permitir que una gran ciudad cayera víctima de un huracán como el «Katrina» supone no entender lo que significan los desastres naturales; no entender la idiosincrasia de una ciudad tan pobre y letárgica como Nueva Orleans; no comprender la esencia del Gobierno de los EEUU, pues las infraestructuras que podrían haber salvado la ciudad de un huracán no eran interesantes para los políticos al tratarse de proyectos de largo alcance, y los políticos los quieren de corto alcance, de forma que puedan presumir de ellos durante las elecciones. Puedes pensar que tuvo que ver con el dinero, pero va mucho más allá. Tiene que ver con una enemistad regional; con la historia de Nueva Orleans como una ciudad predominantemente po-bre y negra; con el odio que sienten los políticos americanos por gastar dinero. Existen muchas razones por las que Nueva Orleans sufrió y continúa sufriendo este destino. No es un misterio».

De vuelta a la literatura conversamos sobre la insularidad del país. Por ejemplo, acerca de las dificultades para encontrar traducciones de autores extranjeros. «Tampoco es un misterio. Los editores piensan que no ganarán dinero si publican a alguien de fuera que sea algo menos que un Premio Nobel de Literatura, y el dinero guía lo que se publica de una forma implacable que ya empieza a ser verdad también en Europa. Se supone que los estadounidenses no están interesados en esos libros, aunque, como puede imaginar, se trata de un argumento circular. Los norteamericanos tampoco están demasiados interesados en lo que sucede más allá de nuestras fronteras políticas. Algo que puede comprobarse en la retórica de la campaña de Donald Trump. Y finalmente los americanos, en general, no leen. Como sociedad leemos muy poco, y cuando leemos lo hacemos en masa, como en el caso de Harry Potter, con lo que la literatura es más un fenómeno demográfico y social que intelectual o literario».

Siempre atento a las vicisitudes políticas de su país, le pregunto a Richard Ford por el auge del populismo y la idea de que los tiempos convulsos son propicios al surgimiento de oportunistas como Donald Trump. «No sé lo suficiente de teoría política como para saber si un hombre como él es inevitable. Conozco las fuerzas que lo han situado en el primer plano de la política. Son hechos que están bien documentados: la creciente diversidad de la población y los cambios en el equilibrio del voto, el fracaso del gobierno en todos los niveles y el cinismo de los votantes acerca del gobierno. Donald Trump resulta muy atractivo para toda la gente que está enfadada y que no se siente bien representada por el gobierno. Lo curioso es que esto sucede durante los mandatos de uno de los mejores presidentes que los americanos han tenido a lo largo de toda su historia, lo cual demuestra la falta de racionalidad que subyace al fenómeno Trump. Pero también sugeriría que existe un componente racista profundamente arraigado en sus bases, algo de lo que escribí precisamente el pasado verano (en el suplemento literario del “Times”)», explica.

Lo real y lo invisible

El jurado del Premio Princesa de Asturias reconocía de manera explícita los valores que han consagrado a este autor que comenzó su carrera de manera tímida. El detallismo, el particular realismo que introduce en sus libros y cómo radiografía el alma de los seres invisibles para la historia, pero que son los que, en realidad, pueblan las ciudades y los pueblos de EE UU, son las principales caraterísticas que marcan su prosa y dan identidad a sus obras.

Una salvaje disección de Donald Trump

No es Richard Ford un escritor amigo de aspavientos. Escribe a menudo en los periódicos y reflexiona sobre aquello que le parece importante, pero sus artículos lucen un tono de humildad bien sazonada, de meditación limpia de exclamaciones, de relato reactivo a la bilis. De ahí que sorprendiera la pieza que el pasado 13 de julio le dedicó a Donald Trump. Publicada en el suplemento literario del «Times», «Anatomía de Donald J. Trump» quizá sea la demolición más salvaje que se haya escrito del candidato a la Presidencia de EE UU. Llegó a la prensa antes de que los republicanos celebrasen su convención, de ahí que Ford fantasee con la posibilidad de que en el último instante Trump salga al escenario y, lejos de aceptar la nominación, proclame que todo es una farsa y que ni por asomo cambia su excitante vida de multimillonario punk por las preocupaciones de la Casa Blanca. Aquello habría sido un golpe maestro. Trump se habría autoencumbrado como el gran develador de las inconsistencias que corroen las cañerías de las democracias. Huelga decir que no lo hizo. Eligió seguir en la brecha. Un movimiento más previsible, y cutre, que ya presagiaba Ford. Para hacer lo contrario, para reventar la campaña y dejar al partido y a los medios de comunicación patidifusos, era necesario poseer una inteligencia y una audacia en unas cantidades, y de una calidad, que Trump ni siquiera sospecha que existan. Porque, y así lo certifica el novelista, estamos ante una broma incapaz de comprender su propia naturaleza. Una bolsa vacía, repleta de aire, de viento y furia, empeñada en gobernar el destino del país más poderoso del mundo a partir de cuatro exabruptos mal traídos, tres consignas abracadabrantes y un infame arsenal de chistes.