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Tengo información confidencial

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La ambición y la maldad de los políticos norteamericanos no tiene límites, por lo menos en thrillers políticos de altos vuelos. La serie «House of Cards» no deja títere con cabeza en la Casa Blanca. Su presidente es tan ambicioso y mendaz como su esposa, capaces de las mayores villanías. Ya sea inspirados en los Clinton o los Kennedy, nada ilegal les esa ajeno. Como ocurre en «La soga», debut de Matthew Fitzsimmons, que ha cosechado un éxito tan descomunal como la trama que crea sobre las ambiciones, mentiras y oscuros secretos que ocultan los mandatarios con tal de conseguir el poder y mantenerlo. «La política es una pintura fea puesta en un marco bonito», escribe su autor.

Gusto por la desmesura

Salvado este delirio de ficción política donde se mezcla con desparpajo el thriller informático, la novela de espías y la intriga de misterio y acción, el resultado es tan convencional como esas obras que inspiran películas ambientadas en el entorno político de Washington, donde ocurren tales enormidades que acaban resultando entretenidas justamente por su desmesura. La petición de principios de toda novela de acción es la suspensión de la incredulidad del lector. Una vez conseguida, todo es cuestión de que lo narrado engrane en lo verosímil novelesco y se ajuste al filme de acción hollywoodiense. Porque en «La soga», Fitzsimmons zarandea al lector con desparpajo utilizando los lugares comunes más trillados del thriller de misterio. Y lo consigue con una prosa ingenua y poco elaborada, aunque adecuada para conseguir que el lector pase las páginas con cierta ansiedad y regocijo. No porque descubra una trama novedosa, sino por todo lo contrario, por transitar estilemas reconocibles por su eficacia narrativa.

Uno de los precedentes inmediatos de esta obra es «El mensajero del miedo» (1962), que tuvo nueva versión en 2004 con Denzel Washington en el papel del espía dormido al que le han lavado el cerebro los comunistas coreanos. La actualización de este melodrama político en clave de misterio es lo suficientemente ingeniosa como para que resulte intrigante. Entra de lleno en la novela de espías, ahora informáticos, utilizando la jerga de forma sencilla pero eficaz. Otro mérito es disimular el trasfondo melodramático tras numerosas pantallas de agencias secretas, FBI, CIA, asesinos profesionales y numerosos giros y subtramas que ocultan la deslavazada historia.

Una buena intriga consiste en mantener el suspense a lo largo del relato, nunca desvelado del todo, y hacerlo verosímil. Que los personajes desaparezcan sin dejar rastro una vez utilizados o que el «pirata» informático, tópico imprescindible desde Lisbeth Salander, pase a héroe solitario norteamericano que resuelve el caso por sí mismo demuestra hasta qué punto el novelista utiliza los recursos del thriller político y la novela de espías para conseguir mantener la tensión –sin importarle incongruencias supinas– y que todo cuadre. Algunas de ellastienen una razón de ser: una continuación. Dejar cabos sueltos, que se retomarán en la continuación de la saga de Gibson Vaughn, ya publicada en EE UU: «Poisonfeather». Hy que tener talento para recombinar los clichés y sacarles lustre hasta hacerlos pasar por ingeniosos. Seguro que Hollywood lo tendrá en cuenta.