Europa

Berlín

Los ladrones de arte nazis, al descubierto

Los catálogos de la casa de subastas Weinmüller revelan a quiénes se vendieron las obras expoliadas

Los ladrones de arte nazis, al descubierto
Los ladrones de arte nazis, al descubiertolarazon

«Los ataques aéreos lo destruyeron todo». La Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin y así, con esta sucinta respuesta, el marchante de arte Hildebrand Gurlitt trató de declararse libre de toda culpa una vez que los soldados de ocupación estadounidenses le echaron el alto. Como él, otros tantos de los llamados comerciantes de arte nazi intentaron a través de certificados de desnazificación desvinculanse de cualquier responsabilidad por el mercadeo de obras de arte robadas o incluso por la arianización de un tesoro artístico que, durante todo el régimen nazi, se apropió de pinturas y esculturas en toda Europa y en los territorios ocupados para formar parte del planeado Museo del Führer en Linz. La excusa de Gurlitt fue desmontada poco después, una vez que los miembros de los Monuments Men, la brigada encargada de rescatar las obras de arte saqueadas por los nazis y cuya labor llevó recientemente a la gran pantalla George Clooney, hallaran en un almacén un sinfín de pinturas y esculturas de incalculable valor.

Hábiles contactos

Un tesoro artístico que hace poco regresó a las páginas de los periódicos de todo el mundo tras la muerte del único heredero de Hildebrand Gurlitt, su hijo Cornelius, que durante años y en el más férreo silencio atesoró ese «arte decadente» que los nazis habían confiscado a coleccionistas judíos en galerías y museos. Por aquel entonces, tras el hallazgo, uno de aquellos Monuments Men anotó en su diario: «Además, se descubrieron habitaciones que contenían cuadros, tapices, esculturas, mobiliario de valor y documentos pertenecientes a dos conocidos marchantes de arte alemanes». Aquel soldado se refería no sólo a Gurlitt sino también a Adolf Weinmüller, quien como su colega de oficio demostró tener excelentes contactos entre las autoridades del Tercer Reich, como dejó patente su ascenso en el mercado de la venta de obras de arte expoliadas por los nazis. A finales de 1938 –después de la noche de los cristales rotos–, 628 distribuidores judíos de arte y antigüedades fueron despojados sin fundamentos de sus negocios. La casa de subastas Weinmüller, fundada en 1936 y situada en el centro de Múnich, fue una de las más beneficiadas y pronto se hizo con el monopolio más influyente de la ciudad amén de buenos contactos, una mejor visión y el beneplácito de una linealización sin escrúpulos del comercio del arte. Entre los mejores clientes, el establecimiento contaba con la asidua visita del nazi Matin Bormann, sobre quien recayó la orden del mismo Führer de completar su colección privada de valiosos cuadros antiguos. Con todo, en tan sólo unos años, Weinmüller consiguió amasar una enorme fortuna lo que le animó a abrir una sucursal en Viena ya convertido en uno de los principales distribuidores de arte de la era nazi. De 1936 a 1944, llegó a subastar más de 32.000 objetos, muchos de ellos hurtados a sus propietarios judíos e incluso, desde 1933 llegó a dirigir la Asociación Alemana de Arte y Anticuarios».

Un destino torcido

Poco más se sabe de él. A pesar de ser objeto de numerosos estudios académicos, la figura de Adolf Weinmüller se pierde en la sombra del desconocimiento y solamente hoy se conoce su apariencia física por una fotografía que muestra a un hombre anciano y con gafas durante una subasta. Sí consta que, a pesar de la enorme riqueza que consiguió reunir, la suerte de Weinmüller se torció tras finalizar la Segunda Guerra Mundial y aunque el marchante de arte continuó con su negocio, en 1958 pasó a manos de un tal Rudolf Neumeister. Hoy en día, esa casa de subastas continúa abierta en el mismo lugar, a poca distancia de algunos de los principales museos y galerías de arte de Múnich aunque ahora renombrada como «Neumeister». Como antaño, el establecimiento atesora varios miles de objetos artísticos, muchos de los cuales se pierden en los depósitos a los que se accede a través de alguno de los tres ascensores y que, por diferentes motivos, sólo atraen la curiosidad del cuidador del inmueble. Allí abajo, junto a tuberías, salas de control y estanterías metálicas se hallaron el 18 de marzo del año pasado un total de 93 catálogos de subastas con la siguiente anotación: «1936-1945».

Olvidados durante años, la casualidad hizo que un día reparase en ellos la curiosidad de un operario, quien quedó casi petrificado al leer escrita en sus tapas «Gestapo» o «Gotthilf», el apellido de un arquitecto judío. Tras su examen, el pasado 1 de marzo, la directora de la casa de subastas Neumeister, Katrin Stoll, llegó a un acuerdo con el Zentral Institut für Kunstgeschichte (Instituto Central para la Historia del Arte) para prestar esos catálogos y desde hace unos días, ese listado se encuentra además disponible a través de la página web lostart.de, la institución alemana encargada de estudiar y documentar el patrimonio cultural perdido. Los 93 volúmenes detallan la venta, recopilando datos como el nombre del comprador y del vendedor o el precio de la tasación. Aunque la información sobre los compradores no ha sido puesta a disposición del público a través de la página web, puede ser revelada bajo petición. Una iniciativa que ha sido gratamente recibida por numerosos sectores de la opinión pública alemana pero que deja todavía una pregunta en el aire: ¿llegará el día en que el arte robado por los nazis vuelva a manos de sus herederos? Para algunos estudiosos, como Katrin Stoll, esto sólo será posible «cuando todas las partes tengan la visión y el coraje de estar más cerca las unas de las otras». En este sentido, la iniciativa de la directora de Neumeister podría servir como modelo aunque algunas voces además reclaman que el paso definitivo para que esas obras robadas lleguen a manos de sus dueños legítimos, es que no puedan ponerse a la venta en los circuitos artísticos.