Fotografía

Magnum, en contacto con un icono

Una exposición recopila las hojas de contacto, las primeras pruebas a partir de las cuales los editores elegían el material publicable de los fotoperiodistas más importantes del siglo XX, de Capa a McCurry.

Magnum, en contacto con un icono
Magnum, en contacto con un iconolarazon

Una exposición recopila las hojas de contacto, las primeras pruebas a partir de las cuales los editores elegían el material publicable de los fotoperiodistas más importantes del siglo XX, de Capa a McCurry.

En mayo del 68 no existían Twitter ni Instagram. No se disparaba al azar ni se narraba la vida, los hechos, en «streaming». Cada foto contaba y pesaba, se medía en metros de película. Y, sobre aquello, se depuraba el resultado hasta dar con una, dos, tres, diez imágenes defintivas que explicaran el estado de las cosas. Bruno Barbey, fotógrafo legendario de aquel mayo parisino, «disparaba» de día a los manifestantes y revelaba de noche los resultados. «Fue un ritmo de vida atroz. Estuve en alerta constante», recuerda. En el laboratorio alumbraba las hojas de contacto, las primeras pruebas reveladas en pequeño formato de aquellas tiras de negativos. «Por lo general, las hojas de contactos no eran gran cosa: a menudo eran demasiado densas y oscuras, por lo que no podía ver bien las imágenes. Escogía aquellas que me parecían más interesantes a primera vista». Y de ahí, a Magnum, la agencia de fotoperiodismo para la que trabajaba, que la proponía a revistas, periódicos, diarios... El círculo se cerraba y aquello era la noticia.

El valor de los descartes

Observar una hoja de contacto es tanto como seguir el rastro de la historia de los iconos del siglo XX y el modo en que el periodismo ha contado el mundo a través de los descartes. ¿Por qué entre las decenas de imágenes de Barbey en París –antidisturbios uniformados, barricadas, coches destrozados...– la instantánea de un grupo de jóvenes portando palos y lanzando piedras en el Boulevard Saint Germain hizo más carrera que ninguna otra? ¿Cómo condiciona esa elección nuestra concepción de un hecho concreto? O, ya puestos, ¿qué podemos aprender hoy en día, en tiempos de mucho ruido, de la intrahistoria de una fotografía? Todas estas preguntas nos asaltan de golpe ante una cosa tan rutinaria para los profesionales de antaño como una hoja de contacto, el formato que protagoniza la exposición «Magnum. Hojas de contacto», inaugurada ayer en la Fundación Canal y abierta hasta el 5 de enero de 2018.

Para los fotógrafos de la edad dorada del fotoperiodismo mostrar estas piezas fuera del reducido círculo profesional podía ser hasta embarazoso. «Igual que en un banquete no se enseñan a los invitados las cacerolas o el cubo de la basura», defendía Henri Cartier-Bresson, uno de los míticos fundadores de la agencia independiente Magnum, creada en 1947, entre otras cosas, para defender el derecho de los autores a sus negativos y a la propiedad intelectual de sus imágenes. Pero hoy en día, en una época en que los cubos de basura también ocupan museos, el proceso integral de una imagen icónica es material de primera. Como un manuscrito con tachones de Balzac, por poner. En ellas vemos los pequeñas matices que diferencian una secuencia, los errores, los arrepentimientos, las consideraciones de un editor... La noticia en bruto. «Exponer esto es como abrir la caja del tesoro», señala Emmanuelle Hascoët, directora de exposiciones de Magnum. «Estas hojas de contacto son la primera mirada del fotógrafo sobre su trabajo, como una especie de diario personal, un documento íntimo, lleno de secretos y una herramienta de vínculo entre fotógrafo y editor», añade.

«Magnum. Hojas de contacto» plantea un recorrido cronológico, entre 1933 y 2010, por 94 imágenes de 65 de los más destacados creadores, entre ellos la única española presente en esta especie de nobleza del fotoperiodismo que es Magnum, Cristina García Rodero. A través de las hojas de contacto, las fotografías en muchos casos originales, documentos, revistas y libros, asistimos a la forja de instantáneas tan imprescindibles como la del desembarco de Normandía de Robert Capa –que durante unos minutos, con las prisas en la sala de edición donde se recibieron, estuvieron a punto de arruinarse del todo– o las de Josef Koudelka de la Primavera de Praga que le valieron ser contratado por Cartier-Bresson para Magnum sin siquiera conocerle en persona.

Desde los pioneros de la agencia como David Seymour y su secuencia del Che Guevara con el puro característico en la boca hasta los trabajos de fotoperiodistas ya consagrados y aún en activo como Steve McCurry y su «Tormenta de polvo» en el Rajastán. Muchos conflictos: Vietnam, Tiananmén, Yugoslavia (el estremecedor «Funeral serbio» de Paolo Pellegrin), Ruanda... El ADN de pura actualidad que está en el origen de Magnum. Pero también, más aún a partir de los años 70 (donde, además, el color hace su entrada en la profesión), el retrato sociológico, las costumbres del mundo, la moda, la calle... Así, una llama en un taxi de Nueva York, serie humorística de Inge Morath, o la serie «Marpessa» (1987) de Ferdinando Scianna, que es una de las primeras manifestaciones de la fotografía de moda en la calle, eso que luego ha derivado en el fenómeno del «street style». Y los iconos, muchos iconos del siglo XX: los Beatles, Salvador Dalí, Margaret Tatcher, Malcom X, Luther King, Nixon, Kennedy (de manos de Cornell Capa, hermano de Robert), Miles Davis, Teresa de Calcuta...

Revolución digital

«A partir de los 90, hay una visión de autor cada vez más íntima, única y experimental», explica Hascoët. La época dorada del fotoperiodismo, la de Magnum y las míticas Leica, comienza a ser pasado. Y las nuevas tecnologías empiezan a abrir el abanico. Con la revolución digital del nuevo siglo las hojas de contacto pierden sentido completamente. No obstante, algunos programas informáticos permiten una visión del trabajo digital que simula la hoja de contacto, pero básicamente pasan a ser una reliquia de la era analógica, a veces usada por fotógrafos como herramienta nostálgica y, en ocasiones, como en la muestra que nos ocupa, para penetrar en los secretos de los grandes creadores. «En las hojas de contacto todo queda reflejado –explicaba Cartier-Bresson–: lo que nos ha sorprendido, lo que hemos captado al vuelo, lo que nos hemos perdido, lo que ha desaparecido, o un acontecimiento que se desarrolla en nuestra presencia hasta que se convierte en una imagen plenamente satisfactoria». A veces, las hojas de contacto hablan de manera retrospectiva. Bruno Barbey (a él volvemos) las desempolvó en el 40 aniversario de aquel Mayo del 68 para una exposición. Ahí descubrió cuánto, y cuán bueno, de su trabajo se quedó en el camino ante el tachón de los editores.

Hoepker y el 11-S desde la lejanía

A veces la imagen que más aporta, más sorprende o más expresiva es sobre un suceso pasa desapercibida por la actualidad o el «shock» inicial. Es lo que sucede con «11-S. Nueva York. Septiembre 2001», de Thomas Hoepker, una instantánea que muestra a un grupo de amigos conversando apaciblemente en la ribera del bajo Manhattan con una enorme columna de humo del World Trade Center de fondo tras los atentados. Hoepker, que no había podido acceder a la Zona Cero, lamentó al día siguiente que su trabajo no estuviera a la altura de otros compañeros y muchas de sus fotografías, como la que nos ocupa, acabaron en su archivo B. En 2005, sin embargo, las desempolvó y dio a la luz esa instantánea, que es hoy en día la más representativa de su trabajo. Desde su publicación se levantaron críticas al respecto sobre la verosimilitud de la misma, sobre si los jóvenes de la imagen sabían lo que había pasado. La hoja de contacto demuestra que estaban al tanto.