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Manuel Astur: «En España vivimos mejor con menos, somos un grandísimo país»

Manuel Astur: «En España vivimos mejor con menos, somos un grandísimo país»
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«Seré un anciano hermoso en un gran país» (Sílex) acaba de ver la luz, un personal ensayo sobre la evolución de España en las tres últimas décadas.

El lector trota por las páginas de un libro que, por momentos, galopa. Porque una imagen no siempre vale más que mil palabras, porque todo lo insignificante resulta tremendamente significativo o porque no hay mayor pecado que pretender ser lo que no se es, el «ensayo emocional» de Manuel Astur no se podría adaptar ni al cine ni a la televisión. El autor novela su vida para narrar la evolución cultural y espiritual de España durante las tres últimas décadas, un periodo en el que la mayor conquista ha sido la libertad. Él será un anciano hermoso en un gran país del que todos somos títeres y titiriteros.

–Su autobiografía es una excusa para hablar de España.

–La línea argumental soy yo, pero es un ensayo emocional en el que novelo mi vida para hablar de lo que supone ser español y haber crecido en democracia.

–Hay quien odia el olor a viejo.

–A mí me encanta.

–¿Cuáles han sido los principales cambios en estas tres décadas?

–Nos hemos encontrado con una libertad increíble y ahora estamos aprendiendo a gestionarla.

–El miedo es el peor enemigo de la libertad.

–Sí, pero la propia sociedad limita sus libertades. Gusta tener una tutela.

–¡Cuánto hemos progresado!

–El progreso es pan para hoy y hambre para mañana, entendido como una necesidad constante de mejora. Le rendimos demasiado culto. Todos moriremos, no hay nada al final. Mi bisabuelo nació y murió campesino, igual que mi abuelo. Vivieron satisfechos. Ahora al que no progresa se le considera un fracasado. El progreso es una trampa, la zanahoria atada al palo para hacernos correr.

–¿Qué país querrá para sus nietos?

–Un país que crea en sí mismo, que no se use como chivo expiatorio, en el que no se piense que España son los demás. España es uno mismo. Empieza a ser capítulo del pasado avergonzarse de la palabra España. No creo que existan dos Españas, es un invento que les interesa a unos y otros para seguir controlándonos. La amargura no es signo de inteligencia.

–¿Tiene España apariencia de gran país?

–España es un grandísimo país, de una riqueza acojonante. El hecho de que llevemos tantos años así y no nos hayamos matado me parece increíble. Con la que está cayendo, cualquier otro país se hubiera derrumbado hace tiempo. En España vivimos mejor con menos.

–¿Cómo es su generación?

–Creída. En el año 2000 los veinteañeros fuimos prepotentes y cínicos. Nos infundieron los conceptos de éxito y fracaso, de los que deberíamos librarnos. Hemos aprendido que desde el sofá no se consigue nada, que hay que moverse y dejar de ser niños mimados.

–Fue la primera nacida en democracia. ¿Estamos viviendo una segunda Transición?

–Eso es palabrería bastante vacía. La siguiente Transición no tendría que ser política, sino personal e individual de cada uno.

–Su ensayo ayuda a ser conscientes de lo que somos.

–Estamos en un momento muy importante. Hay que pensar de dónde venimos y a dónde queremos ir. Y eso empieza por saber dónde estamos y qué somos.

–¿Y qué somos?

–Un proceso en constante evolución.

–¿Escuchar es tomar conciencia?

–Sí. Los grandes filósofos y pensadores se han dejado la vida en descubrir dos o tres ideas originales. El resto de los humanos nos movemos con ideas aprendidas, porque si tuviéramos que plantearnos todo constantemente la vida sería insoportable.

–¿Qué implicaría una auténtica concienciación?

–Una revolución.

–Es un canto de gratitud al presente.

–Sí, porque se puede echar de menos lo que aún no se ha ido, momentos de perfección y plenitud, que recordaremos siempre.

–¿Es la vida un viaje de la nada hacia la nada?

–Por lo que sabemos sí.

–¿Y mientras tanto?

–Disfrutemos del viaje. No hay que preocuparse por cosas que no nos llevaremos a la tumba. Nunca habría que hacer nada que no le pudieras decir al oído a un moribundo. El pasado es la excusa de los cobardes, y el futuro la de los vengativos. Hay que vivir el presente, ser conscientes de él. La historia es propaganda diseñada por los vencedores. Cada generación la reescribe.

–¿Carece de fe?

–De fe religiosa, pero tengo esperanza. Me educaron para pensar libremente, aunque internet y las redes sociales están acabando con la libertad de pensamiento. Cada vez es más común el linchamiento. Como decía Voltaire, no estoy de acuerdo con tus ideas pero lucharé hasta la muerte por tu derecho a decirlas.

–¿Le gusta la soledad?

–Mucho, siempre que no sea obligada. La soledad es necesaria para paladear mejor los momentos de compañía. Me inspiro olvidándome de mí mismo.

–No es ningún talibán de la modernidad.

–Soy muy moderno, pero los grandes modernos eran antimodernos. Iban en contra de los borregos que se mueven sin reflexionar. El moderno no quiere seguir la moda.

–Asturias, ¿patria querida?

–Y odiada. Mi relación con Asturias de amor-odio tiene mucho que ver con este viaje de ida y vuelta que es España. Hasta hace poco si querías vivir la vida tenías que irte. En ese sentido, Asturias era como una madre posesiva. Gracias a internet, las provincias son un mito del pasado, ya no existen, son complejos heredados.

–Para ser escritor, ¿hay que ser rebelde?

–Sí, sobre todo contra uno mismo. Muchos se creen inteligentes por tener siempre la duda en la boca con respecto a los demás y nunca dudan de sí mismos. Hay que preguntarle a la pregunta. Vivir para la escritura es muy fácil. Lo difícil es vivir de ella. Yo no sé vivir sin tratar de dejar rastro. Creo que todos somos un poco vanidosos.

–¿Ha perdido la palabra su poder de antaño?

–No, es más poderosa que nunca, aunque quizá no la usamos demasiado bien. La literatura debe dejar de agachar la cabeza ante el cine, internet u otros lenguajes audiovisuales.

–Dicen que una imagen vale más que mil palabras.

–No lo creo. Para nada.

–Pero la palabra se difunde por altavoces escacharrados.

–Las redes sociales son la cosa más ruidosa. Los gilipollas maleducados siempre serán gilipollas maleducados. Los trolls son unos cobardes. Antes, el tonto golpeaba la mesa del bar y le daba la chapa al camarero diciendo soflamas absurdas. Ahora lo dice en Twitter y encuentra a otros miles como él. Nos tomamos demasiado a pecho lo que dicen los imbéciles.