Literatura

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Miguel Dalmau: «Cortázar era un Benjamin Button en el sexo»

El pasado año se celebró el centenario del nacimiento de Julio Cortázar
El pasado año se celebró el centenario del nacimiento de Julio Cortázarlarazon

Es el autor de la más reciente biografía publicada sobre Julio Cortázar.

Durante un año, Miguel Dalmau ha tenido guardada en un cajón su biografía sobre Julio Cortázar. La agente literaria Carmen Balcells y Aurora Bernárdez, la albacea del autor de «Rayuela», prohibió su publicación. No le gustaba el uso que hacía de citas del autor argentino, algo que obligó a Dalmau a rehacer su texto que finalmente ve la luz de la mano de Edhasa. «Julio Cortázar. El cronopio definitivo» trata de ser su más completa biografía, adentrándose en terrenos espinosos como sus encuentros homosexuales o su muerte tras contraer sida.

–Este libro aparece después de los fallecimientos de Aurora Bernárdez y Carmen Balcells.

–Cosa con la que Cortázar habría establecido conexiones. La casualidad no existe porque esto es fruto de una constelación que hace que esas mujeres que lo sobreprotegían de la ultratumba toda la vida queden ahora desactivadas.

–¿Se trata del libro que usted quería escribir?

–En el libro que quería haber escrito –y de hecho era el que tenía escrito– tenía más presencia la voz de Cortázar. Me interesaba realizar un «collage», como hacía él, en el que se fundieran su voz y la mía porque él era una persona muy participativa, muy conservadora y que siempre había trabajado en el lector, a quien interpelaba constantemente, sobre todo a partir de «Rayuela». Me atraía haber hecho una biografía que respetara este tipo de cláusulas, siendo yo un pequeño guía del museo, aunque Cortázar hubiera detestado lo de museo. En el momento en que pesan prohibiciones y hay conflictos, me veo obligado a decir: «Cortázar, tú y yo no vamos a jugar a la rayuela, ni el lector tampoco». La clave de una biografía es si finalmente el muerto se te pone o no en pie. Si no se levanta, no funciona.

–Leyendo la obra, en muchas ocasiones cita a Aurora Bernárdez para desmentirla.

–Sí, o para ponerla en entredicho. De alguna forma, era muy fácil caer en la hagiografía por lo mucho que te crees leyendo a Cortázar que es tu amigo. Es decir, el síndrome de Estocolmo donde peor funciona es con Cortázar, por lo que hay que hacer el doble esfuerzo, porque es tu amigo y te activa emocionalmente una serie de cosas. Cuando lo ves jodido o maltratado por una vida excesivamente secuestrada por las mujeres y en el más allá por la viuda, entonces te dices: «A la mierda». Hablamos de una señora que ha ido de viuda durante treinta años y no lo era. Es alucinante. En los juzgados de París hay una anulación de matrimonio y esta señora no ha sido nunca la viuda de Cortázar. En el único punto en el que he sucumbido a un síndrome de Estocolmo ha sido en el de la viuda para intentar compensar la canonización que ha gozado esta mujer durante tres décadas.

–¿Cortázar era muy protector con su intimidad?

–En efecto. Era una persona muy discreta y pudorosa. Le interesaba conocer cosas de los demás pero quizá había temas que no le hacían gracia. Por ejemplo, a los cien años de su nacimiento, pensar que una biografía considera que a su abuela le hicieron un bombo, que su hermana era una loca y que él tuvo fantasmas sexuales a muy avanzada edad, son cosas que no le habrían hecho mucha gracia.

–¿Qué supone el caso Padilla en la biografía de Julio Cortázar?

–Es una fractura muy gorda en el bloque de los escritores del «boom». Los de aquella generación estaban perfectamente cohesionados. Vargas Llosa, Cortázar, Gabo, Cabrera Infante e incluso el mismo Juan Goytisolo tenían los temas muy claros. Es que quien lleva a Cortázar a Cuba es Mario Vargas Llosa, que está fascinado con Fidel. En ese momento pican el anzuelo y todo les gusta. Pero hay un momento en el que se produce esa factura típica de los estados totalitarios. Es allí entonces cuando Cortázar se enfrenta a un gran dilema: o lo denuncio todo y nos cargamos el invento o bien es el precio a pagar por el sueño revolucionario. La bola se hace más grande hasta la carta y el conflicto con la revista «Libre». Creo que tanto Julio como Gabriel García Márquez creyeron en eso y tiran todo su prestigio por la borda al apoyar dicha causa. Los palos que recibieron por su miopía política están fuera de toda duda.

–¿Cómo definiría sexualmente al escritor?

–Creo que existen dos Cortázar. Hay una persona que la primera mitad de su vida, como él dice, no tuvo una sexualidad normal ni en lo físico ni en lo psicológico. En la segunda mitad, por los tratamientos hormonales a los que se sometió, de pronto entra en la sexualidad adulta y madura cuando ya era un viejo. Nadie hace ese recorrido sexual. Es como un Benjamin Button de la sexualidad porque se cambia el orden de la madurez.

–¿Se atrevería a escribir la biografía de Carmen Balcells?

–No, no me interesa, pero eso es porque cuando las personas son muy ambiciosas a mí no me atraen. Cuando alguien centra toda su vida en una obsesión, sobre todo de tipo profesional, si no es un genio no me interesa. Por eso no haría la de Rafa Nadal, dicho con todo el cariño. Otra cosa sería la de Messi, porque es un genio y tiene algo de artista.