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La segunda muerte de Günter Grass

Fue azote de políticos y uno de los mayores críticos de su país. Su militancia en las Waffen SS levantó ampollas, pero no eclipsa su talento literario. Sus últimos poemas están en manos de su editorial

Imposible fotografiar a Grass sin su cachimba, rodeado de humo, como en esta imagen de 2005
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Polemista incansable, pensador y activista tan contradictorio como controvertido, el autor de «El tambor de hojalata» falleció ayer en Alemania.

Era un escritor polémico que generaba opiniones contradictorias, removía un pasado incómodo y no dejaba indiferente a nadie. Günter Grass, considerado como el escritor más importante de la posguerra alemana, falleció ayer en la ciudad de Lübeck. Tenía 87 años y llevaba retirado desde 2014 por problemas de salud. Su muerte vuelve a recordar el debate que le rodeó desde que saltara a primera línea con su novela inicial, «El tambor de hojalata», escrita en los cincuenta. Su vida y obra estuvieron marcadas por la política y el episodio histórico que le tocó vivir. Estalló la Segunda Guerra Mundial cuando tenía seis años. Grass había nacido el 16 de octubre de 1927 en Danzig, ciudad perteneciente antes a Alemania, que hoy está dentro de las fronteras de Polonia. Sus padres, protestantes y de clase media, él de origen germano y ella polaca, vendían comestibles en una tienda. Grass vio transcurrir su infancia en aquella ciudad hasta que llegó la contienda y, a la edad de quince años quiso alistarse en una unidad de las Schutzstaffel nazis (SS) y fue admitido al cumplir los diecisiete. Este hecho ha sido uno de los que le harían sufrir más críticas, especialmente porque no lo reveló hasta 2006, en su autobiografía «Pelando la cebolla».

Una pluma crítica

Antes de esta confesión Grass ya era una de las figuras más conocidas en la política por su activismo ideológico. También por sus campañas electorales a favor de los socialdemócratas alemanes (SPD)y su compromiso con la izquierda. Defendió la elección del candidato de la SPD Willy Brandt a la cancillería alemana en los años 60. Había mostrado una clara defensa de las minorías, como se puso de manifiesto con su defensa a los escritores perseguidos, como Salman Rushdie, el autor de «Los versos Satánicos». Éste no ha tardado en mostrar sus condolencias por la muerte del escritor. «Toca el tambor por él, pequeño Oskar», publicó, en clara referencia a la obra maestra de Grass y su protagonista, Oskar Matzerath.

Además, Grass se situó junto a los escritores antifascistas del Grupo 47 y era conocido como la pluma más crítica con los crímenes del nazismo y con la reunificación alemana, tanto en debates públicos, como en sus obras. Buena prueba de ello es el ensayo «Alemania, una unificación insensata» (1989). Aunque se apartaría durante años del SPD, por considerarlo demasiado conservador, volvió a apoyarlo durante campañas posteriores, e incluso llegó a denunciar por traición a políticos del partido socialdemócrata. Sus ataques a gobernantes y sistemas y su activismo de izquierdas eran tan comprometidos que al saberse su participación en las SS volvieron a saltar las alarmas. Se le acusó sin miramientos de contradicción ideológica y política, instándole a renunciar al Premio Nobel, obtenido en 1999. Esta confesión resultaría un duro golpe para la credibilidad del autor en su papel como apuntador moral de Alemania tras la barbarie nazi.

El escritor no tardó en disculparse y explicar sus motivos. Reconoció en sus declaraciones un «sentimiento de vergüenza» por su vínculo con las SS y manifestó la necesidad de «romper el silencio sobre ese pasado doloroso». En el capítulo de su autobiografía que expone los hechos, escribió: «Nos dejamos seducir por Hitler», para añadir también que «creer en él no cansaba, era facilísimo».

Estas disculpas no parecieron acallar las voces en contra. En declaraciones a la Prensa, hablaba de la responsabilidad política de Alemania con los crímenes de su pasado. «¿Qué se puede hacer para expiar esa responsabilidad?», interpelaba el periodista, a lo que él contestaba que se conseguiría sólo asumiéndola, sin esconderla. Sin embargo, ¿por qué él decidió esconder su propio vínculo con ese pasado?, se preguntaban muchos. Esa polémica convirtió sus libros en récords de venta, pero se encargó de poner en tela de juicio, al menos temporalmente, sus afirmaciones.

Y es que Grass había denunciado el pasado nazi de muchos altos cargos de la Unión Cristianodemócrata (CDU), como es el caso del canciller Kurt Georg Kiesinger o Hans Filblinger, líder del partido en Baden-Wurtemberg. Su conducta, al haber tenido él mismo un pasado similar, era tachada de incongruente. Tras este escándalo, habrían de pasar seis años más para que su nombre volviese a aparecer teñido de controversia en las portadas de los periódicos, a raíz de la publicación de su poema «Lo que hay que decir» (2012). En aquellas líneas, Grass criticaba duramente al Estado de Israel y acusaba a la nación de «amenazar la paz mundial». Las reacciones no tardaron en aflorar. En su propio país se le acusó de delirante y antisemita, mientras que Israel le declaró «persona non-grata». Una nueva polémica se abría de par en par. Antes de su éxito había trabajado como minero y tallador de lápidas mortuorias y recibido una formación en Artes Plásticas. Tocó muchos géneros literarios; es por eso que su riqueza como autor es la línea que más acerca posturas entre las voces a su favor y sus detractores. Su trilogía de Danzig, especialmente su primera novela «El tambor de hojalata» (1959), ya está considerada una de las obras maestras de la literatura germana. En sus páginas no faltan descripciones dramáticas, una gran dosis de ironía y marcados tintes de pesimismo. Su reconocimiento tardó cuarenta años en llegar, pues no recibiría el Premio Nobel y el Premio Príncipe de Asturias hasta 1999.

Murió ayer en una clínica de Lübeck, la ciudad alemana donde residía, y se ha declarado que la causa fue una infección. No obstante, había sufrido problemas cardíacos, pues fue ingresado en un centro de Hamburgo en abril de 2012. Tras el anuncio de su fallecimiento, el país alemán no ha tardado en reaccionar. Como cabía esperar, las primeras declaraciones vienen del partido SPD, de boca de su líder, Sigmar Gabriel. «Con él, perdemos uno de los escritores más significativos de la historia alemana de posguerra, un autor comprometido que luchaba por la democracia y la paz», declaró. Desde el CDU, no fue la canciller Ángela Merkel quien se manifestó, sino Peter Tauber, el secretario general, diciendo de Grass que «con su muerte, una voz crítica, apasionada y provocadora ha desaparecido de los debates de sociedad». En 2013, Günter Grass hizo una activa campaña a favor de Peer Steinbrück, el candidato que se presentaba contra Angela Merkel. La ministra de Cultura, Monika Grütters, afirmó que «era una figura en la literatura mundial, su herencia cultural va a quedar al lado de la de Goethe», considerado uno de los grandes referentes en la literatura alemana de todos los tiempos. Con la muerte de Günter Grass desaparece una figura representativa de esa generación marcada por el nazismo. Fue un autor que removió la conciencia de un país que sigue acordándose de la guerra, que derribó ta-bús y alimentó críticas sin temor a las reacciones.