Crítica

Abrir la temporada con alegría

Las romanzas y los dúos que tiene esta opereta son un auténtico placer
Las romanzas y los dúos que tiene esta opereta son un auténtico placerlarazon

«La viuda alegre», de Lehar. Véronique Gens, Thomas Hampson, Stephen Costello, Franck Leguérinel, Valentina Nafornita, etc. Orquesta y Coro de la Ópera Nacional de París. Jorge Lavelli, Jakub Hruša, dirección musical. La Bastilla, 16-X-2017.

Franz Leahr (Austria 1870-1948) compuso alrededor de veinte operetas que se encuentran entre las obras más populares del género. Entre todas ellas destaca «La viuda alegre», que ha sido favorita de grandes directores como Karajan, Gardiner, Ackermann, von Matacic, etc. También vehículo para el triunfo discográfico de sopranos de referencia encabezadas por Schwarzkopf, Lott, Studer, Moser, Harwood o Gueden y la lista de barítonos y tenores protagonistas –Prey, Wächter, Kunz, Gedda, etc– es también deslumbrante. En España no es título tan popular como en Centroeuropa y posee, claro está, su lógica. Aquí tenemos la zarzuela como género paralelo y, de otro lado, el idioma en este tipo de partituras con diálogos supone un obstáculo. Sin embargo, no les ha asustado a los franceses, que tienen sus operetas, y han abierto temporada en La Bastilla con la obra. Claro, que han recurrido a una pareja artística con tanto gancho como Véronique Gens y Thomas Hampson, que bordan los papeles de la viuda y el conde. A ella quizá le falte picardía y la voz denote el paso de los años por falta de proyección en ocasiones, pero da el tipo requerido. A él también se le notan los años, basta recordar que hace veinticinco que encarnó a Danilo y ya peina canas, pero en cambio sabe dotar al personaje de toda su enjundia. Entre otras cosas por su carisma y porque le divierte interpretarlo y eso es algo siempre contagioso. Sus romanzas y sus dúos resultan un placer. Un dúo coherente y convincente. Contrastan la juventud y los agudos limpios y brillantes de Stephen Costello como Camille y Valentina Nafornita como Valentina. Franck Leguérinel no tiene mucho que cantar, pero no hace añorar en demasía a aquel José Van Dam que bordaba el embajador Mirko y quien estaba originalmente anunciado.

Jakub Hruša se encarga del foso con algo menos de alegría de la que Jorge Lavelli impregna la escena, con tempos algo lentos y con un exceso de balance favorable a la percusión y los metales en perjuicio de la cuerda. La producción de Lavelli triunfó ya hace veinte años en el Palais Garnier durante el reinado de Hugues Gall, un escenario que resultaba más acorde con la obra. No obstante, su elegancia se mantiene en el enorme pero simple decorado. Los hermosos trajes que ha diseñado Francesco Zito y las danzas y danzas eslavas coreografiadas por Laurence Fanon aportan el lujo requerido de la embajada. El cancán final hace las delicias del público por su gran brillantez y le hace responder con mayor entusiasmo que con «Don Carlos».