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Baile de máscaras, retrato de la ópera de hoy

«Un ballo in maschera», de Verdi. Director escénico: J. Erath. Director musical: Z. Mehta. Intérpretes: P. Beczala, G. Petean, A. Harteros, O. von der Damerau, S. Fomina. Orquesta y Coro de la Bayerische Staatsoper. Bayerische Staatsoper. Múnich. 6-III-2016.

Mehta es de esos directores capaces de hacer música y crear emociones, como ocurre en «Un ballo in maschera»
Mehta es de esos directores capaces de hacer música y crear emociones, como ocurre en «Un ballo in maschera»larazon

La Bayerische Staatsoper vuelve a querer hacer las cosas por todo lo alto con una nueva producción de «Un ballo in maschera», de Verdi, y todos los ingredientes para un éxito completo y rotundo. Curiosamente con tres debuts relevantes: Zubin Mehta dirige por vez primera este Verdi con escenografía, Johannes Erath debuta en Múnich como regista y Anja Harteros hace lo propio con Amelia. Sin embargo, toda esta ambición y condimento sirve fundamentalmente como fotografía radiante de cómo son las cosas hoy de la ópera.

Hay en el mundo unos cuantos directores capaces de hacer música y crear emociones desde el foso. No muchos, pero sí algunos y Mehta es uno de ellos. Dirige con gran equilibrio, mimando las partes más líricas y dotando de gran fortaleza a las más dramáticas. Hay que escuchar a la orquesta en los acordes en forte de la escena de la votación sobre quién asesinará al conde. Hay también un plantel de artistas de primera fila capaces de hacer justicia a los papeles, si bien a veces con sus más y sus menos. Sin embargo, son escasísimos, si es que alguno, los que podrían haber competido con éxito en los pasados años 50, 60 o incluso 70. Anja Harteros es ejemplo claro de ello y, junto con Netrebko, el súmmum de las sopranos líricas-spinto de hoy. Su Amelia reúne quilates y el aria «Morró...». Estuvo impecablemente cantada, fraseando, matizando y contrastando sus diversas secciones, aun así queda años luz de lo que hicieran, no ya Callas o Tebaldi, sino Caballé o Price. Piotr Beczala es tenor de referencia con Kaufmann y Flórez, con indudable belleza en la voz. Empezó inseguro, pero cantó modélicamente el «Ma se m’è forza», a pecho descubierto en la boca del escenario. No obstante la voz no es la verdiana que exige el conde, resultando demasiado clara y con un agudo aún más claro que pierde incisividad. George Petean compone un correcto pero algo anodino Renato, salvo cuando le obligan a jugar a gimnasta. Irreprochable el Oscar de Sofia Fomina, quien por cierto se revela en el baile como mujer que quiere seducir a Renato. Okka von der Damerau es mezzo de buena línea canora, pero no la auténtica contralto para los graves de Ulrica. ¡Qué recuerdos los del «Ballo» de la Scala con Carreras, Caballé, Bruson y Baldani de 1975 y qué pena que la joven generación de críticos de hoy carezca de tales referencias fundamentales!

w males de hoy

El trabajo de Erath revela los males de las regias actuales en su afán por reescribir los libretos con sesudas consideraciones que resultan incoherentes con los textos. Ésta, en concreto, cae más dentro de lo que aquí llamamos semiescenificación. Vestuario vistoso, una enorme escalera de caracol de poco uso, quizá como expresión de la vida en espiral de Riccardo, un inexplicable muñeco de ventrílocuo y una cama king-size, como corresponde a un papel inicialmente del rey Gustavo de Suecia, son los únicos elementos escénicos de principio a fin, en el palacio, en los parajes de Ulrica o el valle de los ahorcados, en el baile... Por esa cama pasan todos.

Triunfo total, por este orden, para Mehta, Harteros y Beczala, ovaciones para el resto del reparto y merecida división de opiniones para la escena.