Crítica

Desempolvada «La Villana»

Crítica de clásica / Temporada de la Zarzuela. «La Villana», de A.Vives. Intérpretes: N. Beller Carbone, Á. Ódena, J. de León, M. Martín, S. Ferrández, R. Amoretti, M. Mas, J. Tomé, R. Muñiz. 29 -I- 2017.
La Razón
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Normalmente las obras que permanecen ocultas por el polvo del tiempo merecen estar olvidadas. No es éste el caso de «La Villana» de Amadeo Vives con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. Se cumplen ahora 30 años desde su última representación en el Teatro de la Zarzuela, donde se estrenó hace 90 y no hay más remedio que pensar cuáles pueden ser las razones para tanto olvido. Posiblemente el lenguaje diste mucho del fresco decir que alimentaba «La Francisquita», gran triunfadora cuatro años antes. Esa frescura quizá falte también en una partitura que exigía plantear mucha más ambición. De hecho bien podría decirse que se trata de una ópera y no de una zarzuela. Bizet tenía más recitativos o diálogos en «Carmen». El libreto no es una maravilla y los personajes tomados de «Peribáñez y el Comendador de Ocaña» de Lope de Vega son en él arquetipos desprovistos de emoción. Pero la música posee altura y contiene números que incluso podrían haber sido populares, como el coro del acto III u otros de intensidad dramática, como los dúos entre barítono y bajo, barítono y soprano o tenor y soprano, con frases de esas que llegan al oyente. Hasta introduce un concertante de buena factura. El problema de la partitura radica en su desequilibrio –una primera parte floja– y su escritura para las voces, tremendamente exigente, muy especialmente para tenor y soprano, colocándoles ante situaciones en las que gritar o desafinar es muy fácil. No hay muchos cantantes de zarzuela capaces de responder a tales exigencias.

Dos repartos se alternan día tras día con cualidades diferentes y complementarias. Se admira la composición global del personaje de Nicola Beller Carbone y también la enjundia vocal y temple de Mayte Alberola, una soprano que desearíamos escuchar en nuestros teatros con más asiduamente. Algo parecido sucede con ambos tenores, un Jorge de León con una impresionante materia vocal frente a un Andeka Gorrotxategi más cuidadoso en la afinación. Ángel Ódena goza de la ventaja de su sólida voz para impregnar de contundencia vocal, a veces excesiva, y también escénica a Peribañez, mientras que reúne muchos méritos César San Martín, con una materia prima de bastante menor entidad a la que sabe sacar gran partido. Estupendo el David de Rubén Amoretti y sin altibajo alguno el resto del reparto.

Miguel Ángel Gómez Martínez saca lo mejor y hasta colores nuevos a una Orquesta de la Comunidad de Madrid que no pasa por su mejor moento, mantiene intensidad y logra tener bajo control a todos los participantes, foso y escenario, en un trabajo nada fácil. La escena diseñada por Nicolás Boni casi se reduce a un único escenario en un campo castellano sobre la cual Natalia Menéndez diseña unos movimientos escénicos simples pero efectivos. El público aplaude tras muchos números y ovaciona largamente el final de una obra que ya era hora de volver a ser programada y de la que, por cierto, sólo existe una grabación y con algunos cortes.