Crítica

En recuerdo de Peris Lacasa

La Razón
La RazónLa Razón

No empezó bien el año, al menos para un grupo de amigos que, en tres meses, hemos perdido a tres magníficos profesionales y, lo que es aún más importante, tres excelentes personas: José Luis Pérez de Arteaga, Paloma Gómez Borrero y esta semana José Peris Lacasa. Había nacido en Maella en 1924, donde inició su aprendizaje musical para pasar luego a los conservatorios de Zaragoza y Madrid, estudiando armonía y contrapunto con Julio Gómez y composición y órgano con Jesús Guridi. Tras concluir estos estudios con el Premio Extraordinario de Composición y el Nacional Fin de Carrera, se trasladó a París para aprender de Nadia Boulanger y Darius Milhaud hasta que, impresionado por los compositores alemanes Orff, Hindemith y Henze, viajó a Múnich. Trabajó con Orff, quien impregnaría su estilo compositivo. Tiempo después, desde cátedras en el Conservatorio de Alicante, se esforzó en difundir en España la obra de su maestro. Peris Lacasa participó en la creación y dirigió el Festival Internacional de Música de Alicante. Se volcó en la docencia a través de la Universidad Autónoma de Madrid, donde trabó gran amistad con Severo Ochoa, a quien compuso el cuarteto «Música grave». Logró ser catedrático numerario de música en la Facultad de Filosofía y Letras y creó un Departamento de Música que durante muchos años organizó popularísimos ciclos de conciertos. Fue también asesor del Patrimonio Nacional, participando en la restauración del órgano Bosch de la capilla del Palacio Real y la de los Stradivarius de la colección palatina. Destacó también como organista, recibiendo el Premio de Órgano de la Real Academia de San Fernando. Compuso bastantes obras a lo largo de su vida y el Ministerio de Cultura le concedió el Premio Nacional de Música por su «Concierto espiritual» para barítono y orquesta sobre un poema del «Cristo de Velázquez» de Unamuno. En 2013 recibió la Gran Cruz del Mérito Civil. En su catálogo destacan, además de la partituras ya citadas, el «Preámbulo para gran orquesta.

Saeta», las «Canciones para Dulcinea», la «Misa de la Santa Faz» y, también por razones sentimentales, la «Elegía para Gisela», dedicada a su esposa, fallecida en un accidente de tráfico del que a él le quedó una ligera cojera. En una entrevista dejó muy clara su postura vital: «El compositor y el artista en general debe ser honrado. Uno ha de ser honrado en todos los ámbitos, al margen de lo que nos toca vivir en esta sociedad tan complicada. Y ser generoso, regalar a la sociedad lo que haces, como microcreador, gracias al regalo que te dio el macrocreador del Universo». Severo Ochoa le dijo en una ocasión: «Usted tiene que ir derecho al cielo, pero es una lástima que no exista». Si existe, en él estará.