Conciertos

Es tan fiero el león como Nick Cave

El espectáculo de Cave fue mayúsculo
El espectáculo de Cave fue mayúsculolarazon

Se sentó el león detrás del piano, con la melena enmarcando sus feroces versos y el precipicio del escenario sus movimientos en la jaula. Nick Cave entró en el escenario elegante, traje oscuro, camisa blanca, zapatos de charol, y saludó a los devotos de su doctrina que habían agotado las entradas meses antes. Por entonces todavía ocupaban sus butacas hasta que el australiano invitó a saltarse las reglas y cuando interpretaba «Bosson Higgs Blues» (justo esa canción en la que Hannah Montana cruza la Savana Africana), la mitad del patio de butacas se agolpaba junto al escenario. Parte del público dudaba si volver a ocupar sus asientos cuando el australiano aclaró: «Podéis hacer lo que queráis» entre dos versos de la canción. De pie en el extremo de la platea, acariciaba las manos extendidas hacia él, se dejaba tocar amenazando un mordisco. Gritaba y susurraba, incluso hizo reír con algunas líneas. A pocos metros, The Bad Seeds, con Warren Ellis (guitarra, violín, mandolina y loops), Martyn Casey (bajo), Thomas Wydler (batería) y Barry Adamson (teclados y vibráfono) desataron tormentas cuando convino y elevaron la tensión dramática. Convertidos en una performance musical, el grupo se movió durante más de dos horas como una manada de hienas, atacando en oleadas «Red Right Hand», «The Weeping Song», «Mermaids», ofreciendo un chiste negro que amaga un zarpazo: «Stranger Than Kindness». El recinto cerrado del Palacio Municipal de Congresos de Madrid resultó perfecto para un concierto con tintes de ceremonia. Cave se atavió con todas las máscaras del teatro, ahora sonriendo de medio lado, luego poniéndose poético («The Ship Song»), más tarde como la viva imagen del cinismo (“From Her To Eternity”). La expectación estaba justificada: el espectáculo fue mayúsculo y el éxtasis rockero llegó a su apogeo en «Tupelo», cuando el australiano se abrió paso entre el público, y caminó sobre las butacas. Tuvo incluso tiempo de increpar a algún fan demasiado osado, y de acercar su cara a cuantos le aguantaron la mirada. Warren Ellis punteaba el violín como una guitarra eléctrica, y Thomas Wydler se sacudía la mano dolorida de golpear la batería. Cave dedicó canciones a desconocidos y se volvió a sentar en su piano de cola para bajar la temperatura: «Black Hair», «The Mercy Seat» y «Jubilee» formaron parte de un set con menos revoluciones, en el que las paredes del Palacio de Congresos reflejaban las sombras de los músicos como en la caverna platónica. En los bises «Push The Sky Away» dejó al público en éxtasis. Al terminar, los que fumaban, con uno no tuvieron suficiente. Vieron algo que no olvidarán.