Crítica

Haitink: sabiduría, poso y serenidad

La Razón
La RazónLa Razón

Obras de Mendelssohn, Beethoven y Brahms. Veronika Eberle. Enmanuel Ax. Orquesta Sinfónica de Londres. Bernard Haitink. Auditorio Nacional. Madrid, 22 y 23-X-2017.

Ibermúsica, en una de sus mejores temporadas, ha empezado a lo grande, con tres conciertos en cuatro días, la Sinfónica de Londres y figuras de la talla de Evgeny Kissin, Emanuel Ax o Haitink, que es uno de los pocos maestros de la vieja generación, a la antigua usanza, que nos quedan y su visita siempre proporciona lecciones, aunque sus 88 años denoten que la edad no perdona. Muchos pensamos al ver el medio escalón para facilitarle la subida al podio, el salvacaídas, la banqueta para reposar y los andares titubeantes que posiblemente no le volvamos a ver en Madrid.

Son muchos los conciertos inolvidables que uno recuerda de él. A la cabeza de todos, su despedida del Concertgebouw, orquesta a la que estuvo muy ligado, con una soberbia malheriana «Sinfonía de los mil», en la que la entonces reina Beatriz de Holanda invitó a los asistentes a champán y Beluga a cucharadas. Bruckner también fue uno de sus hitos y, de alguna forma, su Brahms escuchado en el Auditorio Nacional enlace perfectamente con él. La mayoría de los grandes directores de la historia se «duermen» en las partituras en sus últimos años. Klemperer, Karajan o Celibidache, a quien al final el «Requiem» mozartiano le duraba casi noventa minutos, son ejemplos de ello y a Haitink le sucede otro tanto. La «Segunda» de Brahms tuvo un adagio sobresaliente y logró mantener su pulso hasta el final, pero la «Tercera» se moría desde sus desconjuntadas notas iniciales. Algo así sucedió también en el «Concierto para violín» de Mendelssohn, con una Veronika Eberle empeñada en gustarse a sí misma. Sonido íntimo, transparente, delicado, pero falto totalmente de la vitalidad mendelsohnniana y el maestro, que no quiso apagar apagar en momento alguno el sonido del violín manteniendo el potenciómetro en mínimos. Emanuel Ax sí aportó viveza en el «Emperador» beethoveniano, aunque su estilo académico esté lejos de lo que hoy se acostumbra. Haitink le supo acompañar con viveza, si bien lo mejor viniera siempre en los momentos más frágiles. Ver a ambos en el escenario era retroceder lustros. De esta posible despedida de Haitink quedará en el recuerdo la preciosa descripción ambiental de la obertura «La gruta de Figal». Inolvidable.