Crítica

Harding, fuera de tópicos

La Razón
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Obras de Schönberg, Berlioz, Schumann, Berg, Schubert y Bruckner. Barítono: C. Gerhaher. Gustav Mahler Jugendorchester. Director: D. Harding. Auditorio Nacional. Madrid. 20 y 21-III-2017.

¡Cómo pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando Claudio Abbado se inventase a la Gustav Mahler Jugendorchester y ya hace 23 años desde que criatura y creador nos visitasen en Ibermúsica. Pero el tiempo pasa y si antes era difícil encontrar un español en la orquesta, ahora sobrepasan ampliamente los dedos de ambas manos. Buena señal de nuestros centros de formación. También han pasado años desde que Rattle y el mismo Abbado se fijasen en un jovencísimo Daniel Harding y de que éste alternase con el italiano en Aix-on-Provence un «Don Giovanni» en 1998. Ahora es titular de la Orquesta Sinfónica de Radio Suecia y de la Orquesta de París. En sus dos conciertos madrileños han huido de tópicos, enfrentándose a obras harto complicadas, de auténticos maestros y orquestas, contando con el gran barítono que es Christian Gerhaher. Sabido es que nuestro Auditorio Nacional no es la mejor sala para las voces, sobre todo si los cantantes se colocan junto al podio, y también que la mejor baza de Gerhaher no es su potencia vocal sino su buen gusto canoro. Éste afortunadamente pudo disfrutarse en las dos infrecuentes arias de «Alfonso y Estrella» de Schubert, pero luchó con más o menos fortuna por brillar por encima de la orquesta en las delicadas «Noches de estío» de Berlioz y naufragó en esta batalla en los «Altenberg-lieder» de Berg. No creo que el artista haya quedado nada satisfecho de esta experiencia, sobre todo habituado a la acústica de la Zarzuela. Un lujo la programación de las «Cinco piezas para orquesta» de Schönberg, con sus 16 primeros violines y diez contrabajos, sólo justificable económicamente porque al día siguiente venía la «Quinta» de Bruckner. Buen comienzo para un resto discutible en la que la orquesta echó el resto. La «Segunda» de Schumann es la más problemática de sus sinfonías y, por ello, la menos programada. Harding lleva muchos años con ella y la entiende como un «tour de forcé», clásico pero vibrante, de tempos ligeros. Otro tanto sucede con la «Quinta» bruckneriana, de extensa duración, movimientos no demasiado diferenciados en su concepto y un tremendo final. Sólo directores como Celibidache han sabido «colorear» su monumentalidad. Él sabía recrearse con ella, Harding se centra en sus mezzofortes y fortes, trasladando una impresión de velocidad que curiosamente no es tal, ya que sus tempos mantienen una duración de setenta minutos, la misma que alguna grabación de Furtwängler. No fueron conciertos redondos, porque con estas obras y elementos no podían serlo, pero se agradecen programas fuera de los tópicos.